DOMINGO XIX T. ORDINARIO C. 2022

Disfruta, come, bebe, pásalo bien ahora que puedes, que ya llegará el momento de recoger velas. Tenemos tiempo por delante, no vamos a andar asustados, mientras podamos haremos lo que nos apetezca y, después, Dios dirá… Nos las prometemos felices y vivimos con esa idea de hacer lo que nos satisface, aprovechando al máximo. Ya habrá tiempo para sentar cabeza. Le tenemos, es verdad, cierto respeto al pecado, pero sin pasarnos de frenada. Nada de exagerar, para qué tantos agobios, vivir con cierta cuidado para no traspasar líneas rojas. Pero, mientras tanto a disfrutar… ¿No te suena todo esto? ¿No crees que es el telón de fondo que hay detrás de todo y da forma a la mentalidad dominante?

¿No te parece que nuestra manera de vivir la fe, en más ocasiones de las que debería, se apoya en un cubrir el expediente: no ser muy malos, pero tampoco ser tan buenos tan buenos que no echemos de vez en cuando una canita al aire. Es una forma habitual de excusarnos, de hacernos expertos en nadar y guardar la ropa, en buscar ese termino medio en que todos, más o menos, estamos cómodos con lo que hacemos: no nos pasamos mucho de la raya, pero, al tiempo, poco compromiso real.

Veamos las cosas no desde nuestra perspectiva, sino más desde Dios. Mira uno la vida de la Iglesia y detrás de nosotros ¿qué tenemos? Sí, hay fallos, pero al mismo tiempo una historia de santidad que es sobrecogedora. Vivir con fe no es solamente tener el convencimiento de que lo que yo creo es lo verdadero, de haber adquirido una formación sólida, o de haber tenido un momento de conversión que pudo dar un vuelco a nuestra vida. Nuestra fe, nuestro amor a Dios no es una conquista definitiva y, desde ahí, a mantenernos y ya está. Muy bien, no somos malos, pero ¿ya con eso nos basta? ¡Qué poca generosidad! Una madre con un hijo pequeño no se contenta con darle un beso, se lo come a besos.

Nuestra fe no es ir tomando de las estanterías de un supermercado espiritual lo que a mí me parece bien o me conviene según el momento. Creer en Dios, creer en el Evangelio supone fiarse, no es cuestión de poner en el carrito lo que me parece aceptable y dejar lo demás en las estanterías. Seguir a Cristo no es algo que se negocia. Es algo que se acoge y se vive. Buscar una fe que se ponga a nuestro servicio, a la que yo le daría o no mi visto bueno para poder aceptarla y defenderla, puede resultar atractivo, pero ¿qué fe es esa? ¿la misma que vivieron los Santos? ¿Una fe adaptada al mundo, a los criterios imperantes…? Quizá nos parecería más “razonable” y más de fácil llegar con ella a mucha más gente. Quizá sería más atrayente no ser tan estrictos en determinados temas… ¿Quiere eso el Señor?

1. La fe no es creer en lo que a mí me interesa. No tiene por qué adaptarse a mis afanes, a mi manera de ver la vida. La fe no es tan solo algo lógico y razonable. Es buena noticia, que nos muestra el bien, la belleza, la verdad, que nos da luz y nos ayuda a recorrer el camino de la auténtica felicidad.

2. La fe implica compromiso. No es una elección que yo hago para tener algo en lo que poder apoyarme. Es descubrir y apropiarse de ese “mapa del tesoro” que recibo de Dios y a Dios me encamina. Es reconocer a Dios que escribe en mi alma para que respire su aliento y viva de auténtica esperanza.

3. La fe nos mueve a ser apóstoles. La verdadera fe se acrecienta cuando se da a los otros. Un bien tan grande que nos abre tantos horizontes, que transforma mente y corazón, no puede ser algo que vivo yo solo, es algo que me llena de vida y, por eso mismo, quiero transmitirlo a los demás.

La fe es, a fin de cuentas, reconocer el señorío de Cristo. Es esa actitud interior que nos lleva a apartar de nosotros todo aquello que voy convirtiendo en mis ídolos, todo aquello que, de una forma u otra, me tiene amarrado a la tierra y me impide levantar la vista para descubrir de verdad el cielo.

Mira lo que hay en tu cabeza, mira lo que alberga tu corazón. Mira tus actos.

¿Hay verdadera conexión entre unos y otros? Y todo eso ¿está de verdad en conexión con el Señor, o con tus deseos pobres que se quedan en algo que no tiene consistencia? María Santísima, que creyó contra toda esperanza te dirá por dónde ir: obediente al Padre, se dejó cubrir por el Espíritu Santo y concibió al Hijo.