ADORACIÓN 24-11-2022
Perseveremos en el bien. No nos dejemos llevar por el desaliento, por aquello que nos hace pensar que el mundo está al revés y no tiene remedio. Es verdad que hay veces en que dudamos de que merezca la pena hacer el bien, porque parece que son los otros, los que van a lo suyo, los egoístas que no se cortan un pelo al hacer lo que les apetece, son los que triunfan. Mientras tanto los ingenuos como nosotros, que nos esforzamos y nada, estamos dispuestos a tirar la toalla por cansancio, porque no vemos resultados claros. Demos un golpe certero a ese pesimismo que es improductivo y agotador. Lo nuestro es perseverar poniendo el alma en lo que tenemos entre manos para ir, poco a poco, cambiando las tornas. Con la perseverancia salvaréis vuestras almas, dice el Señor. ¡Qué alegría le daremos al Señor si le decimos: cuenta conmigo! Estoy dispuesto a seguir tus pasos. Pero no solamente cuando parece que todo está a mi favor, sino cuando todo se va poniendo en contra. Algo que nos viene muy bien es no pretender apuntarnos al triunfo, haciendo de él nuestro objetivo principal. Quizá sea más eficaz, pero sobre todo más sobrenatural, saber encajar los fracasos, mirar al Señor para salir airosos de las caídas, de los errores, de las frustraciones. Aprender a fracasar puede ser una manera de asegurarse la compañía de Dios que nos llevará a la victoria. Reconocer que somos, no solamente nuestras virtudes, sino nuestras carencias. Señor, ayúdame a eso: a estar tan confiado en Ti que llenes de luz mis oscuridades.
Dios mío, dame cada vez más la capacidad de conocerme sin tapujos, sin que tome como punto de referencia mi yo, sino solo a Ti. Que no me engañe, a la hora de verme ante el espejo. Que no sea tan condescendiente conmigo que acabe falseando las cosas, viendo solo las luces y ocultando las sombras. Con total sinceridad. Porque a poco que me descuide puedo emplear una buena parte de mi tiempo en “hacerme promoción”: buscar estar, estar como salsa de todos los guisos, estar por encima, marcar criterio… Quizá sea esa la manera de buscar esa autoafirmación, que no le tosan a uno. Pero, se mire por donde se mire, esa actitud de fondo es, aunque parezca lo contrario, ponerse a la defensiva. Uno puede ser fuerte, tener sabiduría, pero ese convencimiento que se convierte en arrogancia, puede traer consigo lo contrario de lo que sería deseable. El prepotente esconde, detrás de su parapeto de saberlo y hacerlo todo bien, una debilidad clara: mostrar su seguridad exhibiendo su fuerza, el “aquí estoy yo” es una actitud que no nos ayuda nada. Enséñame, Señor, a ir por tus caminos. Porque lo que cuenta es todo es lo contrario: que confíe solo en Ti. Confiar en mí mismo y en mis “valores” sería abocarme de lleno a tropezar y caer. Ayúdame a descubrir mis pies de barro. El reconocer los propios errores, las propias debilidades, los propios pecados, me llevará a descubrir mis fortalezas y la mayor de ellas es la fe, abandonarme en Dios, y eso me ayudará más a sacar las cosas adelante. Hazme sencillo, humilde…