ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA 2023.

Estamos en guerra. El Papa, en alguna ocasión, ha hablado de una tercera guerra mundial que se da en partes, “a trocitos” en distintas partes del mundo. Sin embargo, hay una guerra que tiene otra dimensión, una dimensión espiritual y que se libró en el cielo, pero que también se libra ahora en la tierra. Por un lado, está la mujer vestida del sol, que es María, que es la Iglesia. Y por otro lado, el dragón rojo, que quisiera borrar todo lo bueno, el fruto de las entrañas de María: Nuestro Salvador, Jesucristo, el Hijo de Dios vivo. Una batalla que se libra también en nuestros corazones.

Hay en nosotros algo que nos hace mirar a lo alto, que nos recuerda aquello que somos: nuestra condición de hijos de Dios, pero al mismo tiempo hay algo que nos tira para abajo, esa condición pecadora que, de una u otra forma, nos lleva a oponernos a Dios y a no querer que triunfe en nuestra alma. No podemos ser ingenuos, sentimos en nuestra alma el tirón del pecado. 

Es la lucha en la que queremos salirnos con la nuestra, para quedar por encima, echándole un pulso a Dios. Así nos lo muestra Satanás como un enemigo que nos quita libertad. Es el Ángel caído, que se rebela contra su creador, diciéndole que no quiere servirle. Y se pone a la contra de todo. No le dejemos, optemos por lo bueno: fiémonos de Dios, confiemos plenamente en Él. El Señor es la verdadera liberación para que el amor triunfe, apartándonos de lo que impida ser hijos de Dios.

Digamos con convicción: ¡La victoria es de nuestro Dios! Y esa lucha positiva, de amor, de adhesión a Nuestro Dios, la encarna María. Esa mujer que se dibuja en el cielo con un arma infalible: su sí a Dios. “Hágase en mí según su palabra”. Al principio resonó ese poderoso “hágase” de Dios que dio origen a la creación. Y, en la plenitud de los tiempos, como un eco que recorre la historia, se pronuncia, por parte de María, ese otro “hágase” que da paso a la nueva creación: a Cristo el Señor. Dios y hombre verdadero que se encarna en sus purísimas entrañas. El Salvador llamado a sacarnos de la postración para echar lejos de nosotros lo más negativo: el pecado y la misma muerte.

Por eso Dios, en su designio de amor, le ha quitado doblemente sus armas al diablo: María es la Inmaculada, la toda pura, la preservada del pecado original. María es, además, la Asunta al cielo, la que nos abre la puerta del cielo llevada por los ángeles, porque la muerte no tiene ningún poder sobre ella. Y el Padre la recibe como Reina de cielos y tierra, Reina y Madre de todo lo creado.

1. El gran enemigo de nuestra alma es el diablo. El diablo existe y aborrece a Dios. No es su competidor, porque es un ángel caído, creado por Él y sometido a Él. Pero le hace la guerra a su criatura más preciada: el hombre. Es el que nos quiere llevar a su terreno, mintiendo, para intentar convencernos de que Dios nos engaña. Quiere diluir las fronteras entre el bien y el mal: nos insinúa que da igual una cosa que otra: nos quiere llevar a una libertad esclava para que hagamos lo que nos apetezca, prometiéndonos todo para secuestrarnos y hundirnos en la nada. Huyamos de él.

2. Estamos llamados a una esperanza viva. Tenemos un Padre Bueno del cielo que nos invita a una visión positiva de todo. Todo ha salido bueno de sus manos. Nos dice que el mal no es una opción, que merece la pena amar, que mirar con sus ojos al mundo y a las personas, nos da el tono de la verdadera alegría y paz. Nos recuerda que confiar en Él es descubrir su ternura y nos abre caminos de serenidad interior. Nos trae a la memoria que, aunque haya dificultades, problemas, con Él lo imposible es posible. Nos enseña a luchar, nos lleva de la mano, nos da el verdadero aliento.

3. Apoyados en el Inmaculado Corazón de María. Necesitamos sentirnos queridos en nuestro interior. Hay en el mundo tanta sensación de orfandad… Nuestro corazón es a veces tan voluble, que necesitamos purificar nuestros afectos para no confundir las cosas, para no dejarnos llevar por los egoísmos, por amores posesivos, por victimismos estériles.

No podemos llevar nuestro corazón en una bandeja para ofrecérselo al primero que pase. María, Madre de todos y cada uno de nosotros, nos señala siempre el atajo para descubrir a su Hijo, para volver a Él si hemos perdido el camino.

Tenemos una valedora en el cielo: Madre Nuestra, te muestras vestida del sol, la luna a tus pies, y pisas la cabeza de la serpiente, para no dejarnos caer en la tentación. Gracias, bendita María.

Lecturas y homilía. La Asunción de nuestra Señora. T.O. Ciclo A