SOLEMNIDAD ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA C. 2022

Hoy, a lo largo de toda la geografía española (y en tantos otros lugares del mundo), se venera a María, con tantos nombres: de la Paloma, de los Reyes, de Begoña… Ella, llena de todas las gracias, Madre de Dios, Asunta al cielo, vela por nosotros, en su misión de intercesión y salvación.

Hay dos figuras que aparecen en el cielo y encarnan la lucha entre los dos bandos de una guerra que va más allá de las balas, misiles o carros de combate. Es una guerra entre el amor y el egoísmo. La luz y las tinieblas. La lectura del libro del Apocalipsis nos lo muestra bien a las claras. A lo largo de la historia se está lidiando esa batalla entre el bien y el mal, entre la Iglesia que quiere hacer eco a Dios, a su Evangelio, y los poderes del mundo. El dragón y la mujer vestida de sol. Es algo que no ocurre en el escenario de un teatro, mientras nosotros somos los espectadores. Nos afecta a todos: es una guerra que se lidia también en nuestro propio corazón. Y lo notamos.

La mujer es Nuestra Madre la Virgen, es la Iglesia, es tu alma y la mía. ¿Y el dragón? No seamos ingenuos, es satanás, que hoy como siempre, desde su rebelión en el cielo, ha dicho no a Dios y, en su soberbia se empeña en apartarnos de su señorío. No es algo para meter miedo, es muy real. El dragón está muy activo, y tiene mil caras con las que nos desafía y nos hace la contra. Se encarna, por ejemplo, en las ideologías materialistas que nos tratan de convencer de que es ridículo pensar en Dios, de hacerle un hueco en nuestra vida. Nos está invitando a liberarnos de ese peso muerto de los mandamientos que nos esclavizan. Nos dice que lo que importa es vivir a tope, con el egoísmo, con el consumo, con la diversión a toda costa. El dragón es la mentalidad dominante, que seduce.

Y eso ¿en qué se nota? Se nota en los telediarios, en lo que se dice y en lo que se oculta: hace poco (era Pentecostés) hubo un atentado en Nigeria por odio a la fe en una iglesia llena. Murieron muchos, y esa noticia apenas tuvo eco en la opinión pública. En muchos lugares todavía se sigue persiguiendo a los cristianos, por ejemplo, en China, o se restringe la libertad con totalitarismos de un signo o de otro. El presidente de Nicaragua ha hablado estos días de su país como el país sin Dios. 

¿Porqué? Porque Dios estorba, nos limita, nos impide hacer lo que nos da la gana, nos oprime y nos quita nuestra libertad, desdibujando la distinción entre lo bueno y lo malo. El hombre como medida de todas las cosas se ve capaz de dictar una moral sin restricciones. Se ve como creador de su propio cuerpo: si yo quiero, como la ciencia me lo permite, puedo convertir mi cuerpo en lo que sienta en cada momento. Si no me reconozco ante el espejo, lo cambio. Si quiero hacerme a mí mismo ¿qué pasa? Y ¿por qué no mercadear con la vida, al principio o en su final…? Es lo que hay…

Entonces ¿todo está perdido? ¿ya no tenemos solución? Claro que no. Ahí está la mujer vestida de sol (osea Dios, nuestra fuerza), la luna, que es la muerte, bajo sus pies, coronada de doce estrellas que son los apóstoles y los que, como ellos hacen brillar al Señor con la luz de la fe. 

1. Es María, Reina de cielos y tierra que nos cuida porque somos sus hijos y no nos dejará a nuestra suerte. 

2. Es la Iglesia, Madre y Maestra que, a pesar de la debilidad de sus miembros, es Santa porque está asistida por Dios. 

3. Es tu alma y la mía cuando acoge a Dios y hace fructificar su semilla en su vida y en el mundo. 

Esa mujer está a punto de dar a luz, que es la esperanza viva de Jesús que ha vencido en la Cruz. Hemos de afrontar ese desafío: batallar para que Cristo reine.

Vuelve a tener una actualidad desbordante el reto que lanzaba San Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo”. La fe, que es la que parece que tiene todas las de perder porque es débil, es la verdadera fuerza que lo mueve todo. Confiemos.

Cuántos imperios, cuántos reinos, cuántas estructuras que parecían eternas y, sin embargo, podemos decir con la Escritura Santa: Cristo es el mismo hoy, ayer y siempre, sigue siendo Alfa y Omega, Principio y Fin. Todo pasa, pero el amor, la esperanza y la fe permanecen, porque la victoria es de nuestro Dios. 

Miremos a María que es llevada al cielo. Con ella hay razones para la alegría, razones para la esperanza, razones para el amor. Sentirnos amados por nuestra Madre del cielo ¿no nos da aliento de vida? Su ternura, su misericordia nos levantan. Tomémosla de la mano. Ella es la Puerta del cielo.