BAUTISMO DEL SEÑOR 2024
Con la celebración de hoy se da por concluido el tiempo de Navidad. Hemos estado siguiéndole la pista al Niño Dios durante estas últimas semanas. Ayer mismo lo veíamos adorado por los Magos de Oriente que, en representación de todos los pueblos del mundo, se ponían de rodillas delante de Él para ofrecerle su reconocimiento como hombre y como Dios. Era el anuncio de que el Mesías no es, sin más, patrimonio del Pueblo de Israel, porque ha venido a salvar a todos los hombres de todos los pueblos. Ahora se produce un salto: se nos presenta ya a Jesús adulto que va a ser bautizado por Juan.
¡Qué personaje tan singular! Hemos visto durante el Adviento figura tan especial del Precursor, ¿Y qué hace Juan? Es la unión de toda la Historia de Israel a lo largo de los siglos esperando al Mesías, que conecta con la llegada del Salvador a la tierra. Después de todos los profetas será él la voz que anuncia ya cercano al Mesías prometido y habla de la necesidad de prepararse muy bien para acogerlo. Es la voz que clama en el desierto para zarandear las conciencias y animarlas, para estar muy atentos porque Dios cumple con creces sus promesas: se hace Dios con nosotros. Juan da testimonio de ello.
1. Juan bautiza en las orillas del río Jordán, predicando la conversión. Cuando oímos hablar del bautismo pensamos enseguida en ese sacramento que nos abre a la vida de fe, para que Dios sea punto de referencia de nuestro existir. Sin embargo, Juan bautiza con un bautismo distinto: es un bautismo de conversión. ¿Y eso qué significa? Que era como un anuncio, una preparación de lo que el Bautismo sería más adelante: el primero de los sacramentos de la Iglesia. Los judíos de entonces tenían el corazón duro, y eso les impedía esa apertura a la Buena Noticia que traía Jesús. Sumergidos en el agua del Jordán y bien alimentados de la predicación de Juan, se preparaban para recibir al Señor. Y Juan ¿qué les proponía? una transformación interior, la completa disponibilidad para Dios. Quería sacarlos de una existencia trivial, sin consistencia, apoyada solo en el propio yo, a ras de suelo. Nosotros también necesitamos eso: la conversión a una vida en Dios, lejos de lo mundano y abiertos a lo trascendente.
2. El bautismo es hoy el sacramento que nos abre a la vida de fe. Jesucristo, el Ungido, el Señor, nos ha abierto el camino para meternos de lleno en Dios. Y nos ha dado, muriendo por nosotros en la Cruz, el mayor regalo: somos hijos de Dios en Cristo. No somos unos huérfanos, estamos sostenidos por el amor De Dios, que nos rescata de nuestras carencias. ¿Y eso cómo lo logramos? ¿Cómo se hace eficaz en nosotros? ¿Cómo crecen los hijos de Dios? En esos encuentros personales con Dios que se van dando a lo largo de nuestra vida, a través de la oración y los sacramentos. Los sacramentos dan la gracia de Dios, esa fuerza interior para afrontar momentos clave en la vida cristiana. Son encuentros con Dios especialísimos en los que Él se hace presente para revitalizarnos por dentro. Y el primero de ellos es el el Bautismo, que es la puerta abierta para vivir de Dios, en Dios y para Dios. Es lo primero que les manda a los apóstoles: anunciar el Evangelio bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
3. ¿Qué es, entonces, el Bautismo en el Espíritu Santo? En el Evangelio de hoy, y en otros pasajes de la Escritura Santa, se habla de ser bautizados en el Espíritu Santo. Quizá no somos conscientes de la hondura de lo que esto supone. El bautismo no solo nos libera del peso del pecado original con el que todos nacemos, no solo nos introduce en la Iglesia, la gran familia de los hijos de Dios, lo que hace es darnos la nueva en Cristo. Somos hombres nuevos, capaces de Dios, llenos de Dios. Pero eso se nos da en semilla, en germen. El bautizado ha de ser instruido por padres y padrinos, ha de irse metiendo de lleno en ese amor recibido de Dios y luego correspondido, entregado a Él y a los demás. Es un tesoro que “hay que abrir” para vivirlo en plenitud.
Con él se nos da el Espíritu Santo, pero hay que dejarle obrar en nosotros, liberarlo de todo impedimento para que se haga vida y dé la vida. ¿Por qué a veces somos tan flojos tan mediocres? Porque no nos abrimos a la acción de Dios. Hoy le diré: actúa en mí.
Madre de Dios y Madre Nuestra, que no queremos vivir para nosotros. Ayúdanos a vivir para Dios.