El hombre actual cree dominarlo todo, se siente dueño de todo. Con las capacidades que le da el progreso técnico, la ciencia, parece que nada puede ponérsele por delante. Y, sin embargo, a pesar de todo lo que nos creamos, somos frágiles y un simple resfriado nos puede postrar en cama durante varios días. Aún así nos cuesta reconocer nuestros límites y, aunque no lo queramos reconocer, aparecerán en la vida realidades crudas como el sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Misterios que se nos escapan, realidades que nos frenan, miedos que siguen sobrecogiéndonos. Quizá tendemos a pasar como de puntillas sobre ello, pero la vida es lo que traerá consigo.

No podemos ser como el avestruz, que cree que, metiendo la cabeza debajo del ala, va a pasar el peligro que le acecha. Afrontemos las cosas como son. Reconozcamos la verdad sin recortes.

Está claro, cuando llegan estos primeros días de noviembre, es bueno traer a la memoria las que se han llamado siempre realidades últimas: la muerte, el juicio, y luego, el resultado de ese juicio: cielo, purgatorio, infierno. Aunque uno mire para otro lado, estas realidades son inexorables: no nos quedaremos aquí, vamos a morir, y después no será la nada, no va a dar igual que seamos un asesino en serie que una persona que se ha entregado a los demás, vamos a tener que dar cuenta de nuestra vida, de nuestros actos. Y aquello por lo que nuestra libertad haya apostado será lo que nos encontraremos, porque el bien y el mal no son la misma cosa. Nos daremos cuenta de que nuestro horizonte no se pierde en el vacío, hay un Dios que nos preguntará: ¿hijo mío, hija mía,  has amado? Y no podremos mentir, habremos de afrontar la verdad de lo que fue nuestra vida. 

1. Con la verdad no se mercadea. Existe el amor, y es algo muy grande, que deja poso. Estamos hechos para eso, para descubrir al amor, aprender a amar y darlo con creces. Nos hemos de saber amados por Dios, amémoslo a Él y a los demás. Eso no puede perderse. El amor pide eternidad, no puede disolverse y ya está. Cuando uno es joven, evidentemente, va acelerado, tratando de sacarle partido a todo, incluso a costa de lo que sea, pero cuando pasan los años, y ve uno que le queda poco o nada, hace balance y se da cuenta de que su vida ha sido plena o ha sido frustrada, y tiene ganas de encauzar, aunque sea al final, lo que no ha hecho bien hasta ese momento. 

2. No le tengamos miedo a la muerte. Nos asusta el vacío, la nada. Tenemos miedo a lo que se nos escapa y no podemos controlar. Tenemos miedo a un punto y final definitivo, y pensamos: ¿de verdad habrá algo después? ¿No será todo un engaño? Es como si le preguntáramos al Señor, con desasosiego: ¿Estás ahí? Y reviven esos puntos de sombra, que pesan en la conciencia. No dudes, confía, Dios está ahí. No es un juez implacable que nos espera para darnos un golpe. ¿Y todo lo bueno que hemos podido hacer, todo lo bello, noble caerá inexorablemente en el abismo de la nada? El bien que hemos hecho y el mal que hemos sufrido, por amor a Dios, lo premiará el Padre.

3. Hay juicio misericordioso, pero hay cielo, infierno y purgatorio. “Al final de la vida seremos examinados en el amor”, decía San Juan de la Cruz. Pero Dios “no hace la vista gorda”. Tendremos que acreditar un amor grande y eso tiene que notarse. Nuestra vida ha de ser una lucha de amor que se aprende y se practica. Eligiendo el bien, porque no da igual una cosa que otra. Somos libres de amar, pero, si nos hemos dejado seducir por el egoísmo, “no tendremos el salvoconducto en regla”. Y nos daremos cuenta de que necesitamos aprender a amar más y mejor. Si no lo hemos hecho antes habrá que hacerlo después: eso es el Purgatorio. Al cielo se pasa con traje de fiesta.

¿Pero de verdad existe el infierno? Claro que existe, no es una engañifa para los niños que se portan mal, no es una especie de amenaza del “te vas a enterar”. Es una prueba palpable de que somos libres, con una libertad soberana. Dios nos la ha regalado y podemos rechazarla.

Podemos decir que no a Dios, repudiarlo, echarlo de nuestra vida y elegir la oscuridad. Es duro pero, ¿no es verdad que a veces vemos que el mal se hace tan crudo que asusta? Si uno se empeña en ello y no se arrepiente, él mismo elige el infierno. Señor líbranos del mal, líbranos del maligno.

María Santísima está allí, tan cerca de su Hijo, del Padre, del Espíritu Santo. Abrázanos, Madre.