DOMINGO DE RAMOS 2024
Hoy, como ayer, Dios no se desentiende de nosotros. Mira al mundo y le duele, porque el hombre no aprende. Más de veinte siglos y no terminamos de aprender, seguimos con nuestros esquemas mundanos, nos miramos incansablemente a nosotros mismos y nos parece que no hay otra cosa sobre la faz de la tierra que nuestros intereses, nuestros deseos, nuestras vanidades, nuestro afán de poder…
Mientras tanto, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, sigue llorando, como lloró sobre Jerusalén, porque nadie lo acogía. El dolor de Dios que ama sin recibir respuesta. Quiere salvarnos y no nos dejamos. Miramos a otro lado, como si no fuera con nosotros. ¡No permitas eso, Señor!
Jesús, tu llanto no termina de conmovernos. Indiferentes y con un corazón duro, tu dolor de amor sigue sin calar en nosotros porque no levantamos los ojos al cielo. Acabamos anclados en una tristeza tan distinta a la tuya… Tu tristeza es de amor no correspondido, la nuestra es mundana y nos aplasta, empeñados nuestras bobadas. ¿Qué puede surgir de ahí sino amargura? Caemos en ese pecado, que supuestamente libera, y vemos su verdadero rostro: la esclavitud. Que nuestro llanto se haga dulce, Señor. Que nos duelan nuestras traiciones. Que nuestras lágrimas sean de compunción, por no haber entendido que ese amor tuyo nos salva. Siembra en nosotros un humilde arrepentimiento. Tú, el Amor.
1. Lo que hace el hombre y lo que hace Dios. Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza, capaces de todo el bien. Pero el hombre empieza a dudar de Él, porque el diablo, que solo sabe odiar, lo seduce, y quiere hacer daño a Dios hiriendo al hombre, que cae y peca. Pecado original. ¡Qué engaño tan burdo! echarle un pulso a Dios, para ponerse en su lugar… Y ¿qué ocurre? Que la mentira del pecado oscurece su corazón y le arrebata la pureza de alma. El hombre apoyado en su soberbia desobedece, se aleja de su creador por el pecado. Sin embargo, Dios, por su parte, no deja de querernos y baja a la tierra para volvernos a abrir las puertas del cielo. Dios que no hace alarde de su divinidad y obedece al Padre hasta la muerte y una muerte de cruz, la más ignominiosa. ¡Dios misericordioso, gracias, cómo nos amas!
2. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Es bueno hacer memoria de Jesucristo, recordar quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Somos de Dios y hacia Él nos dirigimos. Pero en ese camino, en esa peregrinación gozosa que Dios nos propone, nos encontramos con un constante dilema: mirar los propios intereses, que nos descubren nuestra pobreza y nos dejan con esa desilusión, con esa desesperanza… O mirar a Dios que, una y otra vez, vuelve a mostrarnos la verdadera senda para curarnos de todas esas debilidades nuestras. No lo olvidemos, Él siempre quiere lo mejor para nosotros, nos promete una felicidad que no acaba: gozar de su amor. Y, al mismo tiempo, nos va dando la fuerza para conseguirla. El pecado no tiene la última palabra. El Señor sí, es Palabra de vida.
3. Caminemos a la luz del Señor, que vence toda oscuridad. Comienza la Semana Santa con ese pórtico precioso que es el Domingo de Ramos y que ha de ser para nosotros preludio de la victoria de Dios sobre el pecado, el sufrimiento, la misma muerte… Hemos cantado ese salmo tan elocuente, tan lleno de esperanza: “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la Casa del Señor, ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén!” Y ¿qué haremos? ¿Despistarnos como si eso no fuera con nosotros? Pero si el Señor ha venido para entregar su vida por mí. No cabe la indiferencia, hemos de implicarnos. Aquella mujer derrama sobre Él un frasco de perfume caro y, por otro lado, Judas Iscariote lo vende por 30 monedas. ¿Por qué apostaremos? Por seguir a Jesús. Acompañarlo. Queremos servir.
Estos días pueden ser de un subir y bajar, pero es tiempo de reposo interior, de pararnos, de hacer silencio y escuchar la voz de Dios que es más que nunca nítida, clara. Veremos su rostro, su cuerpo lleno de heridas… Y, como hacen los niños mirando al crucificado nos preguntaremos: ¿por qué está ahí y tiene sangre? Solo cabe una respuesta: porque nos ama, porque quiere rescatarnos de todo lo malo y llevarnos con Él al cielo. Consolemos a su Madre Santísima, al pie de la Cruz. Lloremos con ella.