DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR A. 2023
Empezamos la Semana Santa. Hemos vivido el tiempo de preparación con la Cuaresma y, quizás ahora, nos damos cuenta de que no nos hemos implicado demasiado en esa conversión, en ese cambio de vida. Escuchamos lo que nos proponía el Señor desde el principio, ese miércoles de ceniza, pero qué lejano queda… ¿Dónde están esos propósitos? Si somos sinceros, muy posiblemente se fueron diluyendo y no hemos estado a la altura de lo que hubiéramos querido. Otra vez más, constatamos nuestra debilidad. Sin embargo, mirando a la Cruz, nos sentimos metidos en la “paciencia de Dios”, que no se echa atrás en su apuesta por nosotros. Él nos tiende la mano, con cariño, para que le acompañemos estos días en esa entrega por nosotros: amorosa, incondicional… Al comenzar la misa le hemos pedido: “Concédenos propicio aprender las enseñanzas de la Pasión y participar de la resurrección gloriosa”. Y se lo hemos pedido de verdad. Ayúdanos, Señor.
Domingo de Ramos. Resuena la gloria. Jesús entra en Jerusalén y todo son vítores: “Hosana al hijo de David”, manifestaciones de apoyo, de triunfo. Pero ¡cómo es el alma humana! dentro de pocos días los que glorificaban a Jesús, pedirán, también a gritos, que sea crucificado. ¡Qué volubles somos! Sin apenas darnos cuenta, pasamos de la exaltación a la acusación. ¡Quién nos podrá entender! Lo hicieron aquellos judíos, encaminando a Jesús a la Cruz, y también hoy nosotros, con la teoría clara, decimos que lo queremos. Y luego… lo traicionamos, herimos su corazón: pecamos.
1. “Decir al abatido una palabra de aliento”. Es tiempo de consolación. ¿Qué es lo que hace con nosotros el Señor, de manera habitual? Lo veíamos el domingo anterior: antes de resucitar a Lázaro, llora con nosotros, por nosotros, para sacarnos de la postración, de nuestras oscuridades. Con mucha frecuencia, nos cerca el abatimiento, hay tanto que lamentar, tanto dolor… Se nos hace un nudo en la garganta y parece que no fuéramos a salir del atolladero. Son tan limitadas nuestras fuerzas… Sin embargo, “el Señor me abrió el oído”, quiere hacerme oír su voz. Y “el Señor me ayuda”. Yo solo no puedo, pero nuestro Jesús sí puede. Se implica de verdad en mi vida y me salva.
2. “Quedaos aquí y velad conmigo”. Esa la petición de Jesús dolorido y triste en el Huerto de los Olivos. ¿La escucharemos? No podemos estar contemplando su Pasión como un espectador, ajenos a su sufrimiento, a su entrega por nosotros. ¿Soy indiferente? Es algo que me afecta, derrama su Sangre por mí. Y nos pide también hoy estar despiertos, para no dejar que la noche sea el estado de nuestra alma. No es tiempo de despistes, de dejar pasar las cosas como quien ve los toros desde la barrera. Es tiempo de implicarnos, de actuar, de ofrecerle al Señor no solo unas migajas de nuestra atención, sino todo nuestro ser. Somos hijos. ¿Nos ofreceremos para consolar de verdad al Señor?
3. “Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”. Qué bien lo entendió San Pablo: dejemos que Cristo sea el verdadero Señor de nuestra vida, el que nos dé el tono para vivir en plenitud nuestro ser hombres salvados por Él. Abrirle las puertas a Cristo supone rechazar todos los ídolos que nos cortan las alas: el placer, el poder, los bienes materiales… Y esas apetencias ¿liberan? Nos esclavizan. La solución de los problemas que nos abruman no depende de nuestras fuerzas, a veces muy escasas, sino del Señor que, si lo pedimos, da aliento y vigor para superarlos. Y nos hace tratarlo con intimidad de amor. Mirar a Cristo en la Cruz nos muestra cuál es la medida de su amor por mí.
En estos días de Semana Santa, una de las tentaciones que vamos a tener y que nos intentará quitar la atención de lo fundamental, es ese afán grande por “descansar” ajenos al Señor. Ese deseo de distraerse para salir de la rutina y cambiar de ambiente, nos puede quitar del horizonte lo que en verdad sosiega: sabernos queridos, protegidos, amparados por Dios que es nuestro descanso.
No dejemos que nadie nos robe el gozo de seguir los pasos de Jesucristo, Redentor nuestro, No queremos dejarte solo, queremos darte nuestra compañía, ser muy agradecidos por todo lo que nos das y haces por nosotros. Queremos acompañarte como Juan el apóstol a quien tanto amabas.
Estemos también muy cerca de María, nuestra Madre. Ella que es Virgen Dolorosa siente en su interior esa espada que traspasa su Corazón Inmaculado. Bajo tu amparo nos acogemos.