DOMINGO DE RESURRECCIÓN 2024
La Secuencia que hoy se lee antes del Evangelio es un resumen precioso del hecho que, como una espada corta la historia en dos: la Resurrección. “Lucharon vida y muerte, en singular batalla, y, muerto el que es la vida, triunfante se levanta”. Lo hemos visto estos días: hay en el mundo una batalla singular y de grandes proporciones. No son las guerras que en uno y otro lugar llenan de muerte, de desolación, de dolor, allá por donde pasan. Es la guerra más profunda que se lidia en cada corazón humano. Es ahí donde luchan vida y muerte en singular batalla. ¿Quién vence en mi interior? Aunque a veces quede herido porque el enemigo del alma, que es fuerte y da golpes certeros, puedo decir lleno de esperanza, de un gozo arraigado porque viene de Dios: no persigo una ilusión vana que se disipa al instante, sigo al Salvador, a mi Señor. ¡Cristo vive: ha resucitado!
En la Vigilia de la noche, se encendió el Cirio Pascual. La luz de la verdad, la luz del amor, la luz de la belleza, la luz del bien, la luz de la esperanza, se muestran deslumbrantes en el Señor. De esa luz, se fueron encendiendo esas velitas que son pequeñas, pero que ayudan a iluminar la oscuridad que hay en la tierra. Los pesimismos, nuestros ojos bajos, la frialdad de nuestro corazón no tienen la última palabra, porque la muerte ha sido derrotada por esa Vida con mayúscula que la ha echado fuera. La victoria es de nuestro Dios. Se han abierto las puertas de lo eterno y es nuestro regalo.
1. Una mañana agitada. Aquella noche en Jerusalén fue única, porque surgió una luz más grande que el sol de esa amanecida. La noche acabó volviéndose día porque el Salvador del mundo no se dejó atrapar definitivamente por ella. Los apóstoles sin saber qué hacer, sin saber dónde ir. La promesa que Cristo les había hecho fue clara: al tercer día resucitaré, pero era una afirmación demasiado grande para ellos. No comprendían nada, y se preguntaban si todo era una farsa. Les habían robado el futuro, sus expectativas de un gran reino donde tuvieran mucho que decir. Las mujeres, por su parte, se quedan ancladas en el recuerdo, en un pasado hermoso que Jesús les había ofrecido, pero tampoco van más allá. Tan solo quieren cuidar el cuerpo de Jesús en su sepultura.
2. ¿Han robado al Señor? María Magdalena, la que tanto amaba al Señor, de la que había expulsado siete demonios, sale muy temprano y no puede reprimir las lágrimas en el camino. Pero al llegar al sepulcro ve que está vacío. Y piensa en el robo. Es el tono negativo de quien solo tiene al Señor como algo del pasado, hermoso, pero lejano como las fotos de un álbum que solo destilaran nostalgia. Quizá también a nosotros nos ocurre algo parecido. Jesús nos entusiasmó, pero duró mientras duró y el mundo parece robarnos, sin que hagamos nada, al que debería ir por delante de nosotros. No nos dejemos arrebatar al que es la vida. Cristo no es un personaje más de la historia. Está muy vivo y quiere darnos vida, una vida abundante, metiéndose en nuestro interior.
3. Cristo ha resucitado. Posiblemente tenemos la tentación de creer que el mensaje de Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo, es algo que no tiene nada que decir a nuestro mundo actual, que ya nos las arreglamos nosotros por nuestra cuenta y no necesitamos a Dios, ni nada que se le parezca. Somos prepotentes y nos parece que estamos ya curados de espanto, y con todos los instrumentos para explicarnos todo y abordarlo todo. Y, sin embargo, a cada momento nos damos cuenta de que somos débiles y, con poco que se nos ponga a la contra, nos venimos abajo. La vida sin la Vida, la existencia sin Dios es una existencia que no tiene consistencia. Tenemos una gran certeza que ilumina nuestra vida: seguimos al Señor, nos fiamos de Él, porque vive, ha resucitado.
¿Y eso cómo se demuestra? En esa vida santa de tantas y tantas personas que saben vivir con intensidad una felicidad que brota de muy dentro: de un corazón enamorado que late al unísono del Corazón de Cristo. De una coherencia de vida que habla de que se puede vivir desprendido de uno mismo, entregado a los demás y con una alegría desbordante que contagia. En un mundo donde tantas veces hay doble vida, un hijo de Dios muestra la autenticidad de un existir recibido de Dios.
Durante este tiempo de Pascua, que ahora comenzamos, miraremos a María con una mirada de cariño especial. Y le recordaremos con gran gozo: “¡Alégrate, María! ¡Ha resucitado el Señor!”.