Homilía D. Alfonso

DOMINGO I ADVIENTO A. 2022

La vida no se detiene, sigue. Hemos terminado un ciclo con el que la Iglesia nos ayuda a seguir las huellas de Cristo en la historia. Iniciamos un nuevo recorrido con el que queremos actualizar el paso de Dios por la tierra. Se ha hecho hombre por nosotros. Jesús, el Señor, que viene a traer la salvación, que viene a mostrarnos caminos de amor. Siendo hombre sabe de lo humano y quiere levantarnos de la postración. Nos invita a que evangelicemos la historia. A llevar a todos esa Buena Noticia. Con el nacimiento de Cristo en un tiempo y lugar concreto, Belén, se ha establecido un antes y un después: la eternidad se mete en el tiempo para llenarlo de Dios. Ante los retos de cada momento histórico Dios sigue dando aliento y soluciones. Sigue aportando la esperanza verdadera. 

Uno de los lemas que vamos a escuchar en este tiempo de una manera insistente es “estad en vela, preparados”. Nada de sentirse acomplejado y a la defensiva. Nada de entrar en esa cultura que quisiera borrar el cristianismo, donde ser un descreído es un valor. Pidámosle al Señor su ayuda.

Hemos bendecido la Corona de Adviento para iluminar ese recorrido en fe y esperanza. Es la primera vela que anuncia el Sol que nace de lo alto. ¿Y qué actitudes tomar para llegar a la meta? Nos las recuerda el apóstol San Pablo para que sigamos al Señor y no nos cambien el paso:

1. Despertarnos del sueño / abrazando la fe. Despertar del sueño de la autosuficiencia, de controlarlo todo para tener todo bien asegurado. Despertar de esa idea de que estamos metidos en una corriente, en esa historia del hombre que intenta convencernos del sueño del progreso continuo. Según esto habría fuerzas que nos hacen avanzar y fuerzas que nos hacen retroceder, en esa constante distinción entre carcas y progres, entre evolución e involución, entre lo viejo y lo nuevo, la fe y la razón… Quieren hacernos creer que ya está todo pensado y decidido para llevarnos al mito de un progreso constante, y eso a costa de lo que sea. No nos dejemos llevar, pensando que todo nos lo tienen que dar masticado, sin objetar nada. Lejos de nosotros los sueños del mundo. Soñemos los sueños de Dios que nos conducirá a la meta, a través de caminos de fe, de confianza.

2. Dejar las obras de las tinieblas / con las armas de la luz. Esa dinámica de lucha entre la luz y la oscuridad se plantea claramente en nuestra vida. Nos quieren convencer de que hablar de Dios y seguirlo como Padre, como Amigo, como sostén de nuestra vida, es algo inconsistente, irracional, de niños más que de personas adultas. Sería alguien que nos impone sus dogmas y nos quita la libertad. Pero es para sustituirlos por sus dogmas, su nueva moral donde, por ejemplo, los animales acaban teniendo más derechos que los hombres. Lo bueno y lo malo se deja de lado, porque es uno mismo el que da valor a las cosas, según su interés. Toda esa mundanidad pretende distraernos de lo esencial para oscurecer el bien, la belleza, la verdad. Mera apariencia que pesa y engaña con mentiras. Dejémosle a Dios proyectar su luz iluminando nuestra mente, llenando nuestro corazón. 

3. No caer en los pecados del mundo / bien revestidos de Cristo. El pecado es algo que se nos presenta como apetecible, que nos promete mucho y nos acaba ofreciendo la nada, es más, nos deja sumidos en el abatimiento y la tristeza, porque nos aparta del Bien supremo que es Dios. El pecado nunca es una alternativa. El apóstol San Pablo es muy claro en lo que nos dice: “Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias”. ¿Qué aporta eso? Resaca y vacío: el pecado es un mal negocio porque nos quita la dignidad que Dios nos ha regalado, porque de ser hijos pasamos a ser esclavos. Es bueno que recordemos, sin llamarnos a engaño, que el pecado no es una especie de desajuste sin importancia, ofende a Dios y nos separa del camino de amor que Él nos ha regalado. Apartémonos del mal para que Dios nos llene con el gozo de su gracia. Vida.