Homilía D. Alfonso

DOMINGO I T. CUARESMA A. 2023

Llega el Tiempo de Cuaresma y, en este tiempo fuerte, no cabe solo hacer lo de siempre, algún sacrificio a ver si este año consigo llevarlo a buen puerto, algunos propósitos que veremos si tengo fuerzas para llevarlos a cabo y poco más. Echémosle valentía, y un paso adelante. ¿Y qué haremos? volver a lo esencial. Vale tenemos claras las cosas en nuestra cabeza y en nuestro corazón, pero ¿eso nos cambia la vida? ¿eso nos lleva a un golpe de timón para darle verdaderamente paso a Dios en nuestro día a día? Sé valiente y deja la mediocridad, esas inercias malas de las que no sales nunca.

Este primer domingo de Cuaresma nos pone ante nuestra realidad. Somos débiles. Dios se ha volcado con nuestros primeros padres, son los reyes de la creación, pero, seducidos por la serpiente, quieren más, quieren, en definitiva prescindir de Dios y ponerse en su lugar. Dios ha apostado firme por ellos, pero ellos pretenden conseguirlo todo por su cuenta, quieren saberlo todo, no descubrir el bien y el mal sino decidir ellos qué es el bien y qué es el mal. El prurito de ser independientes, de conseguir el poder y la gloria. Ponerse en lugar de Dios. El pecado original. Hay un paralelismo entre la desnudez de Adán que le llena de vergüenza por el pecado cometido y cierra las puertas a Dios, y la desnudez de Cristo en la Cruz, que es prenda de su entrega por amor y que es salvadora.

Somos incorregibles, tenemos muy metido dentro el “yo solo”. Y ese “yo” que quiere ir por delante en todo momento, que quiere erigirse en el director único de la orquesta, nos atrapa en la soberbia. Metemos la pata y nos convertimos en el ídolo caído. No solo cometemos pecados, somos pecadores. Hemos querido quitar esa palabra de nuestro vocabulario y no podemos. 

Nos engañemos. Llamemos a las cosas por su nombre. Y ¿cómo? Yendo a lo esencial: descubrir que Dios es Padre Bueno, que es Nuestro Salvador, que es Luz y Guía. El pecado existe y no es un invento para obligarnos a cumplir unas leyes fastidiosas. Es esa cara de la realidad, quizá molesta porque nos descubre que tenemos los pies de barro y nos puede vencer un simple catarro.

Los mandamientos no son señales de tráfico para fastidiar y llegar a los sitios siempre tarde, ni ocurrencias de Dios para ver si somos capaces de cumplir o no unas normas. Son unas guías para facilitar el camino. Son requerimientos de amor, para que descubramos a un Dios grande y bueno.

1. ¿Qué es el pecado? El pecado es una mentira que nos vende una felicidad de plástico, ofrece latón por oro, nos quiere convencer de que soy yo el que va a conseguirlo todo, de que la felicidad está fuera de Dios. Si no tengo presente que Dios me ama, el pecado es algo legalista. Es como saltarse un stop: me doy cuenta de que no viene nadie, me lo salto y no pasa nada. Es una infracción que no ofende a nadie, ni al guardia civil que me pone una multa. Es cierto: la tentación me atrae y me lanzo, pero luego viene la decepción, el remordimiento, la vergüenza. El pecado es algo más serio: es herir el corazón de Dios, es ir tan a lo mío que dejo a Dios al margen de mi vida.

2. El diablo: nuestro enemigo. No seamos ingenuos, el diablo existe y nos odia porque sabe que somos preferidos de Dios , creados a su imagen y semejanza. Y eso le pone en patillas. Nos tiene declarada la guerra y nos quiere heridos, apartados de Dios. ¿Y cómo actúa? Es muy sutil:  introduce el espíritu de sospecha sobre Dios. Normalmente, no va por la directa: irá sembrando incertidumbre, miedo, echa leña al fuego del propio yo para que crezca la vanidad, el orgullo, la soberbia y, a partir de ahí, nos hace ver a Dios como un competidor, como alguien que me frena, más que como un padre que me ama, misericordioso, que me hace ver que soy valioso ante Él. Y no me deja solo.

3. Pecados más frecuentes. Jesús con sus tentaciones nos guía para que no nos llamemos a engaño. Tentaciones para no dejarnos atrapar por lo material, por la sensualidad. Por el éxito, por destacar buscando la relevancia, situándonos por encima de los demás.

Seducidos por el poder, por ese situarnos por encima de los otros y dominarlos. No nos dejemos arrastrar por los miedos: el miedo a no ser amado, a no ser reconocido, el miedo a la muerte, a la pobreza. Porque tu luz, Señor, nos hace ver la luz, percibir la misericordia de Dios, que nos tiende la mano y no nos deja. Miremos a la Inmaculada, libre de pecado. Mujer del sí. Ella nos ayudará a salir de nuestro yo y ser hijos.