DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO B. 2023
Hemos terminado una etapa en nuestro camino por los misterios de la vida del Señor y volvemos a empezar. No se trata de instalarnos en la rutina de un “siempre lo mismo”, sino de acoger la novedad de todo un Dios que sale a nuestro encuentro y quiere renovarnos y despertarnos de nuestro sopor.
Comenzamos el Adviento. Tiempo de fomentar ese deseo ardiente del Señor, que quiere nacer en nosotros sin forzar nada, porque busca nuestra acogida. En las lecturas de hoy San Pablo abre ese camino de esperanza que no se apoya en el propio valer, sino que planta sus raíces en Dios, bendito por siempre. Dios es el primer interesado en que todo esto se lleve a cabo. Contamos con Él. No nos faltará su ayuda: “Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”.
Seamos realistas, conscientes de la propia debilidad y, por eso mismo, elevemos los ojos al Señor para que sea condescendiente con nosotros y se derrame de verdad en nuestras almas: “Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas.” Reconozcamos a Dios. Acojamos todo lo que puede darnos si somos fieles. Es cierto que somos frágiles, pero precisamente por eso vamos a ser humildes para pedirle a Dios que salga a nuestro encuentro: “Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano”.
No es tiempo de dormirse, de mirar para otro lado, de despistarse porque no acabamos de ver claro de dónde venimos, dónde estamos ahora y a dónde nos dirigimos. Es tiempo de abrir los ojos, de estar atentos, y no dejar que nos venza el pasado, con sus zonas oscuras que pueden dolernos, ni de descuidar el presente que es lo más real, lo que tenemos ahora en nuestras manos. Ven, Señor, a nuestro día a día para que nos regales tu fuerza y nos ayudes a construir el futuro sobre bases firmes. Nos dices: “velad”. Lo importante no son esas dificultades que vemos a nuestro alrededor y nos llenan de agobio, atrayendo todos los miedos. O nuestras incapacidades, que nos desilusionan porque nos vemos incapaces de hacer frente a lo que se nos pone por delante. Lo verdaderamente importante es la acción de Dios que se mete de lleno en la Historia para transformarla y se mete también en nuestra propia historia personal, para darle un sentido y referencia para mis pasos. Danos, Señor, tu impulso para vivir la vida verdadera: nos la regalas a raudales y quieres que la llevemos a los que nos rodean.
1. No somos huérfanos: Dios es Padre. Y es fiel a sus promesas. Entonces ¿por qué nos asalta el desconcierto y hay en nosotros esa intranquilidad, ese desasosiego? Porque todavía no acabamos de creer que Dios está de nuestra parte y es el que va a tomar la iniciativa para abrir caminos que, de otra forma, nos parecen cerrados o inexistentes. Dios cumple lo que ha dicho. No se vuelve atrás de sus promesas. Sabe de lo nuestro y quiere darnos lo suyo. No estoy solo, Él me acompaña y me da vida.
2. Podemos confiar plenamente en Dios. Hay en el hombre un anhelo de buscar amparo, protección. A ese deseo ardiente solo puede darle vida Dios y eso se concreta en desplegar la confianza plena en Él. Me fío totalmente de Ti, mi Dios y Señor. Yo, por mí mismo soy poco o nada, pero con Dios lo puedo todo. Eso es lo que nos reconforta y nos llena de esperanza: estamos llenos de carencias y nos vemos “inútiles”, pero eso no es un peso añadido que nos hunde, confiamos en Dios Padre y Él obra.
3. Velando y esperanzados: Dios viene. Con los ojos abiertos y dispuestos a ponernos en marcha. No es el momento de cruzarse de brazos. Te pedimos, Señor, una mirada clara para que vayamos viendo tus huellas en el camino, para no perdernos por senderos que nos llevan a ninguna parte. Actualicemos la esperanza viva de quien se fía de Dios y no de sí mismo. Hay esperanzas de papel, promesas de quita y pon que se lleva el viento.
La esperanza verdadera es de Cristo, nace de la fe y se concreta en el amor.
María es Madre de esperanza: supo abrir todo su ser a Dios y lo albergó en sus entrañas. Eso es lo que quiere que hagamos nosotros: no ponerle ninguna pega para que pueda venir a nuestra vida.