Homilía D. Alfonso

I DOMINGO DE CUARESMA. 2024

Hoy el Evangelio nos dice cómo el Espíritu guía los pasos del Señor y lo lleva al desierto. El desierto no es solamente ese lugar inhóspito, es también punto de encuentro, en un tú a tú con Dios. Es tierra de prueba, pero también de luz. A solas, en silencio, sin nada superfluo, ese diálogo de intimidad con Dios se vuelve luminoso. Es momento de batallar, porque aparece el diablo para tentar. Dios ha querido vivir lo que vive el hombre, también con la tentación. Así nos muestra que, en esa lucha contra el pecado, siempre se puede ganar con la ayuda de Dios. ¿Cómo? Aprendiendo a decir que no. Quizá hoy nos cuesta apartar de nosotros lo apetecible, somos débiles. Ante las seducciones que nos presenta el mundo no compensa nadar y guardar la ropa. Puede costar, pero hemos de rechazar lo que nos aparta del camino. La tentación no tiene que ser mala en sí misma porque, si somos fuertes y la apartamos, nos fortalece ante la prueba, y nos lleva a la conversión.

Así inaugura Jesús su ministerio público: “ha llegado el tiempo, convertíos y creed en el Evangelio”. Toda una declaración de intenciones. No es tiempo de esperar sino de cambiar de vida.

1. Hay una primera conversión. Seguro que te suena: un Retiro, la conversación profunda con un amigo, una experiencia fuerte… Nos toca el alma y somos conscientes del amor de Dios. Pasamos de una vivencia aprendida de nuestra fe, quizá rutinaria y superficial, a algo que conmueve: descubrir a un Dios más real y cercano. Y quedamos deslumbrados. Antes teníamos noticias de Él, pero no dejaba de ser algo abstracto. Después de ese encuentro, surge ese aldabonazo que nos lleva a reaccionar. Una luz nueva. Llegamos a percibir de manera clara que Dios es la razón última de nuestro existir. Se transforma entonces nuestra manera de tratarlo. Y percibimos un Dios entrañable, amigo, confidente. No es un “algo”, es un “alguien”. ¡Bendito seas porque puedo tratarte personalmente, quererte! Y comienza un cambio de mente y de corazón. Es la conversión. Sí, un paso de gigante, pero, al fin, un primer paso. Entonces ¿hay algo más todavía? Claro que sí.

2. Hay una segunda conversión. Ese fogonazo que nos ha transformado ¿es flor de un día? ¿Cuánto nos dura esa experiencia tan importante en nuestra vida? ¿Ya estamos definitivamente en camino? Quizá tenemos la experiencia de que después de un Retiro, de unos Ejercicios espirituales, de la visita a un Santuario, que nos puso fuego en el corazón, volvemos a la vida diaria y lo que nos entusiasmó parece que se va apagando. ¿Qué nos ocurre? ¿Es que eso que habíamos visto no es cierto…? Claro que lo es, pero no podemos ser ingenuos: eso hay que contrastarlo con una lucha diaria. Hacerlo vida de nuestra vida. Volvimos con la mirada cambiada, convertidos en personas distintas, pero los problemas y dificultades que habíamos dejado son los mismos. Y el mundo sigue siendo un despropósito… Profundiza, persevera en tu sí a lo que Dios te puso en el corazón. Haz real con tu constancia el cambio de vida. No es repetir lo mismo. Puede ser difícil, pero Dios te ayudará.

3. Puestos a una lucha de amor operativa. Empezar es de muchos, perseverar es de santos. El Papa Francisco nos lo recuerda: “la fidelidad es el amor en el tiempo”. ¿Que va a haber problemas, incluso caídas y fracasos que pueden ser estrepitosos? Después del empujón inicial que nos hizo ver de otra manera, hay más conversiones con las que luchamos por lo que merece la pena, y echamos fuera de nosotros, todo lo que es incoherente con nuestro vivir de cara a Dios. Naturalmente, la propia debilidad está ahí, y habrá que empezar una y mil veces, porque la tentación, en sus múltiples versiones, estará al acecho. Pero no nos desalentemos, la desesperanza es esa siembra del diablo que intentará convencernos de que es imposible. Quizá tengamos que descubrir que el amor de Dios no es algo que nos encontramos y…, a vivirlo. ¡Qué hermoso es descubrir que el amor cuando es auténtico es creativo y se llena de matices! Amar es siempre la novedad de pensar en el otro.

A lo largo de la historia de Israel es constante la actitud de Dios. Es siempre fiel y cumple sus promesas. Hoy es lo mismo: aunque el hombre vaya a lo suyo y se olvide de Dios, Él siempre está dispuesto a volcarse en misericordia, a dar ese abrazo que acoge y nos vuelve a llenar de esperanza. Esta Cuaresma es una llamada a reconciliarnos con Dios. Aprovechemos para entregarle esas culpas viejas, esas antiguas heridas que no han cicatrizado todavía. Si dudas, María Madre te guiará.

Santa Misa. I Domingo de Cuaresma. Ciclo B