II DOMINGO T. ORDINARIO C. 2025
Estamos comenzando el Tiempo Ordinario, en el que Iglesia nos invita a ir por los caminos del Señor, que viene a la tierra para la salvación del mundo. Al mostrar a ese Jesús andariego, nos invita a pisar por sus huellas, a escuchar su Buena Noticia que quiere resonar en tu alma.
Y ¿cómo obra el Señor? Con hechos y palabras. Unos hechos que avalan sus palabras y que tienen toda la fuerza de quien es Rey de cielos y tierra, con el poder que viene de lo alto. Él es la Palabra que dio vida en la creación, y ahora, sus palabras son también palabras de autoridad, capaces de transformar la vida, recreándola, porque son palabras de vida eterna.
Hoy lo cuenta San Juan en su Evangelio. Es curioso, él en lugar de hablar de milagros, los llama “signos”. Son siete los signos que cita en su Evangelio para avalar el poder de Jesús: las bodas de Caná, la curación del hijo de un funcionario, la curación del enfermo de la piscina, la multiplicación de los panes, su caminar sobre las aguas, la curación del ciego y la resurrección de Lázaro. Pero el principio de la vida pública del Señor, después del Bautismo en el Jordán y de las tentaciones en el desierto, comienza con ese pasaje deslumbrante: las Bodas de Caná.
¡Qué escenas tan sugerentes! Con un simbolismo y densidad tan grande… San Juan pone ante nosotros un signo/milagro que resulta “simpático”: en una boda unos novios van a quedar mal porque no les llega el vino para festejar, y Dios, que santifica todo lo bueno de lo humano, los va a sacar de sus apuros. Su presencia allí da todo su valor al matrimonio, santificando la alegría de algo que es divino y humano al tiempo. Y la mediación de María, que ejerce de madre.
1. Dios que sabe disfrutar de todo lo humano. A veces parecería que todo lo que tiene que ver con Dios, con el trato íntimo con Él, con vivir en un tono verdaderamente cristiano, ha de ser todo austero, quizás un poco estirado y, sobre todo, muy serio. ¿Es cierto? Ya se ve que no. Jesús es invitado a una boda con su madre y con sus incipientes amigos: los apóstoles a los que eligió por su nombre, y lo que hacen es… ir tan contentos. Allí hay de todo lo que puede animar una fiesta: música, cantos, bailes, una buena comida y también, ¿cómo no? Vino. Es una manera muy concreta de decirnos que creemos en un Dios que es alegría. Pero llegado el momento parece que todo eso se vendrá abajo porque se acaba el vino, y Jesús, requerido por María, anticipa su primer milagro. Y les regala un vino exquisito. ¡Qué gozo en el Señor!
2. María, medianera de todas las gracias. Antes del milagro, ha habido algo que ha pasado inadvertido a todos, pero no a María, la madre de Jesús. Ella está siempre pendiente de sus hijas y sus hijos: es intercesora, medianera de todas las gracias, se da cuenta de ello y lo encauza todo a través de su Hijo. Es curioso cómo Juan, el discípulo amado, el que recibiría a María como madre en su casa, habla de ella en su evangelio tan solo aquí y en el Calvario. En las dos escenas, Jesús se dirige a su madre con un nombre escueto y quizás frío: mujer. Pero lo que está resonando aquí es algo precioso: si hay una primera mujer, Eva, que con el pecado ha dado lugar a esa quiebra en el corazón del hombre, ahora otra mujer, María, interviene y señala a Jesús como Salvador, y Él anticipa lo que hará en el Calvario: redimirnos del pecado.
3. Apuntando a las Bodas del Cordero. Qué hermoso es ver aquí, anticipadamente, algo que también será Juan el que nos lo muestre en el Apocalipsis: las Bodas del Cordero. Cristo, puesto en el centro del universo y de la historia, es el Esposo que llama a nuestra alma al gozo eterno del cielo, en un desposorio destinado a ser unión íntima con el Salvador. Es una forma impresionante de ver que no estamos aquí en la tierra en morada permanente, que hay una fuente de donde brota el amor de Dios, esa “fuente que mana y corre”, de la que hablaba San Juan de la Cruz y, solo en ella, podremos saciar definitivamente la sed de eternidad que Dios ha querido imprimir en el hombre. Estamos tan acostumbrados a la trivialidad de nuestros deseos, que no despegamos. Vivamos de Dios, con Dios y para Dios. Entregados a su amor.
Si le dejamos, Él sembrará en nosotros ese amor verdadero que María ha sabido acoger.