Homilía D. Alfonso

DOMINGO II T. ADVIENTO B. 2023

Tiempo de buscar a Dios. Él sale a nuestro encuentro, pero quiere de nosotros una respuesta, una adhesión libre y esperanzada para que, ese Dios con nosotros, obre en nosotros. Podemos creer que la cercanía a Dios supone ese sentir mariposas en el estómago, un corazón palpitante y lleno de gozo… Sin embargo, el asunto no va por ahí. Nuestra alma puede ser un desierto, algo desolado que parece que no va a producir ningún fruto. Pero también ahí nos busca el Señor y es ahí, en nuestro estado actual, aunque habite en nosotros la frialdad, la desolación o incluso la tristeza, lo que hemos de procurar que se convierta en hogar bien dispuesto para que Dios se instale en él. Vivimos con la esperanza ardiente del encuentro. Y eso exige cambiar en nuestro interior. Exige conversión. Es, a fin de cuentas, lo que le pedía Juan el Bautista a los que se acercaban a él: “convertíos al Evangelio”.

1. ¿Qué es la conversión? Quizá lo primero sería ver lo que no es. Hay un impacto del Señor en nuestra vida y quizá quedamos deslumbrados y buscamos instalarnos ahí, sin movernos de donde estábamos. Convertirse no es hacer lo mismo de siempre, metiendo a Dios como una cuña, como un espectador de mi vida. Mera decoración. Me da tranquilidad verlo, pero, de hecho, no lo dejo inmiscuirse en lo que pienso, en lo que hago o digo, porque eso ya lo decido yo. Y no. Conversión es algo mucho más “abarcante” y transformador. Conversión es rendirse ante Dios. Es darme cuenta de quién soy, saber dónde me encuentro ahora, porque eso me llevará a no despistarme, a percibir con claridad el fin al que me encamino… Y a tener esa disponibilidad interior para corregir lo necesario para llegar a la meta. El centro de mi existencia no soy yo, sino el Señor que me da la vida. Todo eso me lleva, como diría San Agustín, a conocerlo a Él y, al mismo tiempo, a conocerme a mí mismo. Él, que es el todo, y yo que soy muy poco o nada, pero a la vez mucho: hijo de Dios.

2. ¿Cuáles son los obstáculos para la conversión? Entonces ¿tendré que cambiar? De eso se trata, y nos puede dar un poco de vértigo. Sí, cambiar totalmente el rumbo, dar un golpe de efecto en nuestra alma para arrebatar el poder a un tirano: nosotros mismos. Y darle las riendas a quien nos asegura el camino adecuado para vivir en paz y en libertad. Sin esclavitudes. Y eso ¿en qué consiste? En entregarle de verdad nuestra vida al Señor, y dejar, sin paliativos, que Él la administre. Para eso es fundamental que sea consciente de que el principal obstáculo soy yo. Tengo que desengañarme: me cuesta bajarme de la peana en la que me he subido, reconocer que, más veces de las que yo creo, me he equivocado y he metido la pata. Por tanto, solo cabe dejar de lado todo lo que me ha alejado de Dios. Renunciar al pecado. Y eso, es difícil: dejar una vida donde todo lo tengo más o menos bajo control, para fiarme de Dios que va a llevar mi vida tal y como Él quiera y no como a mí me parezca. Me cuesta decir: toma Tú las riendas. Pero es eso y supone confianza.

3. ¿Qué trae consigo la verdadera conversión? Hacerle al Señor el verdadero dueño de mi vida. Tener conciencia clara, no tanto de lo que yo quisiera ser según mis apetencias, sino de lo que quiere hacer Dios de mí. Por tanto, he de decirle al Señor: no quiero ser como el mundo quiere que sea, mi identidad no me la da el mundo, me la das Tú, Señor, que me amas y me llamas. Por eso te digo: soy todo tuyo. Eso trae consigo abandonarme en Dios con una fe grande. Decirle: Tú ganas. Dejar de lado esa superficialidad que me hace picotear en todo sin profundizar en nada. Evitar poner mi pensamiento, mis ideas en manos de lo políticamente correcto. No dejarme arrastrar por la comodidad y la pereza. No creerme el centro del universo, enjuiciando a los demás, sin ver lo que valen a ojos de Dios. Ayúdame, Señor, a no hacer las cosas porque sí, porque las hace todo el mundo. Hazme ver que se le puede encontrar sentido al sufrimiento, si lo vivo contigo.

Quiero sacar partido a lo que soy: hechura de Dios, creyendo de verdad que estoy destinado a la felicidad eterna.

Tiempo de Adviento, tiempo de conversión, tiempo de esperanza viva y hecha realidad. Hoy Juan el Bautista, un hombre que tiene personalidad, que no está adocenado, que no se deja llevar por lo que entonces estaba en el ambiente, nos señala a Jesús. Nos dice que merece la pena abrirle el alma. Cambiar. Ahí está también Nuestra Madre la Virgen, que sueña caminos de amor y de entrega para cada uno de nosotros. Soñar los sueños de Dios, los sueños de María. ¡Qué maravilla!

Santa Misa. II Domingo de Adviento. Ciclo B