Homilía D. Alfonso

II DOMINGO T. CUARESMA B. 2024.

En este Tiempo de Cuaresma se nos ha propuesto un primer paso: la conversión, un cambio de agujas, un cambio de perspectiva, un cambio de vida, para dejar que Dios actúe en nosotros y nos lleve a puerto. Es, al fin y al cabo, el punto de partida en ese camino de amor y, al mismo tiempo, el modo de recorrerlo. Hoy se presenta ante nosotros la meta. Después de pedir perdón al inicio de la misa, nos hemos unido a la oración que concreta todo eso y es el impulso del alma que nos pide la Iglesia: Oh, Dios, que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; para que, con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro. ¡Cuántos santos le han pedido esto al Señor! “Quiero ver tu rostro, Señor, no me escondas tu rostro”.

Ante esa meta que quizá nos parece un poco idealista, nos preguntamos ¿Y hay un camino nítido, claro, para descubrirlo, para hacer de ello la meta de nuestra vida…? Sí la obediencia.

Esa palabra que quiere implicarnos es sumamente molesta para el mundo de hoy. Mueve a risa, nos parece impracticable porque escuece. Hoy en día el concepto de autoridad, de tener puntos de referencia claros en los que apoyarnos, parece una ofensa a nuestra libertad. Por eso andamos por aquí y por allá, despistados, nos da alergia que alguien nos señale el camino seguro. La libertad la tenemos tan entronizada que no aceptamos prácticamente nada que venga de fuera. Yo me lo guiso, yo me lo como. A mí nadie me dice lo que tengo que hacer, ya me basto por mí mismo, no quiero ligarme a nada. No es extraño que acabemos considerando a Dios como un entrometido que me esclaviza para tenerme a su servicio. Y, sin embargo, Dios no nos quita nada, no nos roba ningún derecho, todo lo contrario, nos enseña la libertad de elegir el bien. Lo demás acaba esclavizando.

1. Despeguemos de lo terreno. Uno de los temas recurrentes del Papa Francisco es hablar de la mundanidad, esa especie de virus que acaba afectando a todo y a todos, y nos hace vivir de lo intrascendente, de lo superficial, de lo que entretiene, pero no da sentido a la vida. Mirar hacia abajo que, sin que nos demos cuenta, nos hace caminar encorvados, dándonos de bruces con todo tipo de obstáculos porque no miramos al frente con esperanza, y mucho menos hacia arriba para ver ese cielo claro. Necesitamos un lazarillo, alguien que nos preste sus ojos para no tropezar y caer.

2. Caminemos a la luz de Dios. Para ver con nitidez las cosas nos quedamos cortos con nuestra visión de la jugada. No podemos comprenderlo todo, trascender más allá de lo que está a la altura de nuestros ojos. Porque es Dios el único que puede descubrirnos el misterio del verdadero amor. Solo si nos abrimos a Él, y nos dejamos querer por Él, valoraremos lo que vale y desecharemos ese peso muerto, que nos impide despegar. Estamos ante un dilema: tener un GPS que nos marca el camino seguro, y nos llena de gozo y paz, Dios, o ir a nuestro aire sin saber bien a donde vamos. 

3. La obediencia a Dios: luz en el camino. Si hay una coral o una orquesta que interpreta una obra magnífica, no es suficiente que haya muy buenos solistas, la cuestión está en un buen director para que no suene cada uno por su lado, sino armónicamente. Jesús ¿qué hizo? Obedecer al Padre que nos lo entrega para que, amándonos hasta el final, nos libere de la esclavitud del pecado. Amor en acto. Obedecer es confiar en un Dios que nos ama, un Dios Padre que quiere lo mejor para sus hijos, que no quiere que caigamos y, si caemos, nos tenderá siempre su mano para levantarnos.

La transfiguración del Señor es una imagen clara de cómo podemos avanzar en su amor: lo de estar en el llano, sin más aspiraciones que lo material, lo terreno, nos aboca a la esclavitud de quien no quiere arriesgar, porque está cómodo con su día a día y no tiene más aspiraciones. El Señor, sin embargo, nos anima a subir a lo alto. Allí en la cumbre, estamos más cerca del cielo y se nos abrirán los pulmones para respirar lo trascendente. Arriba se ven las cosas más claras: las ilumina Dios.

¿Qué hacer? Cuidar nuestra relación con Dios, escuchar su Palabra, quedar deslumbrados con su luz que nos saca de lo trivial y nos conduce a lo divino. No es algo para algunos super escogidos, todos estamos llamados a algo grande si sabemos salir de ese confort que nos bloquea, para abrir horizontes y llenarnos de su plenitud. Nos invita María, Nuestra Madre. ¿Apuestas por ello?

Santa Misa. II Domingo de Cuaresma. Ciclo B