Homilía D. Alfonso

II DOMINGO T. ADVIENTO C. 2021

Al hacer una autopista se busca muy bien el itinerario por donde ha de pasar: se combinan rectas con curvas suaves para no distraer al conductor. No importan tanto las montañas o valles profundos, todas esas dificultades del terreno se van salvando, haciendo viaductos, túneles… Todo lo necesario para que el camino sea más fácil y llegar antes y mejor al destino. Esa es también nuestra vida. Nos lo recuerda el Evangelio: “allanad el camino al Señor”, que se abajen las montañas, que se cubran los valles. El Señor viene, no le pongamos obstáculos. Métete, Señor, hasta el último rincón de nuestro ser. 

¿Ponemos esa audacia en nuestra relación con Dios? ¿O tendemos a no complicarnos la vida? Buscamos, más bien, una estabilidad que nos mantenga tranquilos, confortables para ahorrarnos las dificultades, los problemas, para que nada nos altere demasiado. Una vida así, confortable sin más, no es garantía de felicidad, apostemos por dejarle al Señor bien despejado el camino. Ayudémosle a quitar en nosotros todo lo que sobra y, al mismo tiempo, no le pongamos reparos en que ponga todo lo que falta. Nada de cruzarnos de brazos, es tiempo de lucha para que Dios no pase de largo.

Busquemos qué hacer. Una propuesta para que esto no ocurra puede apoyarse en tres direcciones:

1. No pactar con el pecado. Hay muchas maneras de engañarse. Somos maestros en buscar excusas para salir airosos de nuestras meteduras de pata. Decir, por ejemplo: es que no podía hacer otra cosa y he caído. No intentemos justificar el mal de ninguna forma. El pecado no construye nada, el pecado no es, en absoluto, camino para el bien. El pecado no es algo tolerable. El amigote no es un guía de vida, aunque proponga cosas apetecibles, porque sus propuestas nos alejan del bien. Y eso no es saludable, ni en lo material ni en lo espiritual. Cuando alguien propone “¿a que no te atreves” y lo hace con aire un poco fanfarrón, es una propuesta que vende el mal como bien. No entremos en ese juego que pervierte, y es raíz de corrupción. No nos hagamos expertos en nadar y guardar la ropa. 

2. Perdonar y pedir perdón. Podemos reconocer, así en general, que somos pecadores, pero cuánto cuesta concretar en qué. Hay pecados que nos avergüenzan y no estamos dispuestos a reconocerlos. Pero si quedan dentro de nuestra alma, la envenenan. Admítelo, pide perdón por ello, aunque cueste es la forma de sanar tu corazón y recuperar la paz. No dejes que la soberbia te gane la partida. Sé claro: aunque te fastidie ser tan débil, podrás perdonarte a ti mismo, comprenderás más a los otros y eso te devolverá esa libertad que habías perdido. Perdonarnos y pedir perdón a Dios, nos hará entender la debilidad de los demás y seremos capaces de perdonarlos también a ellos. El rencor enferma el alma. No te dejes atrapar por tu ego, ríndelo ante Dios que es misericordia. Recuperarás la paz y la alegría.

3. Dejar que Dios transforme. Descubrirnos a nosotros mismos en nuestras limitaciones y descubrir a Dios en su grandeza y su misericordia, en su ternura y en su condescendencia con nosotros, es el camino. Quizá me considere incapaz de salir al paso de todos mis errores y pecados, pero no puedo darme por derrotado cuando he tratado de luchar una y otra vez y he vuelto a caer. Que no me lleve a creer que es imposible, que no puedo levantar cabeza, porque “todo lo puedo en aquel que me conforta”. Yo solo no conseguiré nada, pero con Dios lo puedo todo. El asunto no está tanto en hacer, sino en dejarle a Dios hacer en mi y a través de mí. Dios abre caminos, despeja todo lo que está brumoso, y lo llena de claridad. Yo, a veces, quiero sin acabar de querer. Dios lo quiere y lo hará en mí.

¡Qué grande es Dios que actúa en nuestra vida, incluso de forma espectacular, rompiendo moldes, y derribando barreras! Si le dejamos… Vamos a pedirle, con sencillez, que nos ayude a enderezar lo torcido, a levantar lo abajado, a poner claridad donde hay bruma.

Nuestra Madre la Virgen quiere que emprendamos el camino con ella: ¿te imaginas ayudarle a la Virgen a recorrer ese camino hacia Belén, en compañía de José, haciéndoselo más liviano, más agradable, con tu lucha diaria…? Pues vamos a ponernos a ello. Si eres sincero, si eres humilde, si le abres el corazón a Dios, ella lo hará posible.