DOMINGO II T. NAVIDAD C. 2021
En este segundo domingo, después de la Navidad, muy cerca ya de la Fiesta de Reyes, las lecturas vuelven a brillar con ese tono de bendición con el que empezábamos el año. Miremos a Dios con ojos limpios, sin sospechar de Él, no lo veamos, en absoluto, como alguien que nos corta las alas, todo lo contrario: les quita el barro para que podamos volar alto. El Señor se nos ofrece para que le demos cobijo, para ser compañero de camino. Ábrele el alma para que entre en ella.
Dios quita el velo de su intimidad, para que lo conozcamos. Viene a la tierra. Es el Verbo, la Palabra que se nos comunica para que descubramos que Dios no es una creación humana algo que nosotros construimos: todo lo contrario, es Él quien sale a nuestro encuentro para decirnos quién es: ante todo Padre. Pero también nos descubre quiénes somos nosotros: sus hijos queridos.
Dios tiene un proyecto de amor para cada uno, pero es el suyo un amor que no se impone, se propone, porque a Dios le gusta que podamos ejercer nuestra respuesta libre para acogerlo. Nos tiende la mano. Quiere mendigar nuestro cariño, que le demos nuestro sí, y que concretemos ese sí en el día a día entregándonos a Él. Le pedimos tantas cosas…, pero se nos olvida, quizás, acoger la su bendición con la que nos regala sus dones, que son más importantes que nuestros deseos.
En ocasiones podemos estar un poco abatidos o con pocas fuerzas para afrontar el día a día y nos podemos preguntar: ¿pero quién soy yo verdaderamente? ¿De dónde vengo y a dónde voy? San Pablo nos responde con fuerza: somos hijos de Dios, elegidos desde la eternidad para ser santos.
Todo este tiempo de Navidad, el Señor, como Niño pequeño que pide nuestra atención y cariño, interpela a nuestro corazón para que no permanezca endurecido, para que aprenda a amar, pero también quiere apelar a nuestra mente, a nuestra inteligencia, para que aprendamos a ponerla de rodillas ante un misterio, tan impresionante, que ha de quedar bien grabado en nuestro interior. El hombre necesita no solo sentimientos, porque son a veces traicioneros, necesita apoyarlos en esa Palabra de vida que nos guía para no dar tumbos. Necesitamos conocer más a Dios. Solo se ama de verdad lo que se conoce. No nos quedemos en lo aprendido de pequeños. Maduremos en la fe.
1. ¿Quién es Dios? Dios es, ante todo, nuestro Padre bueno, que se ha fijado en nosotros desde la eternidad y nos ha regalado sus bendiciones. No es un dios tronante que nos mantiene a raya con un tono impositivo. Es un Padre lleno de misericordia que nos ha hecho sus hijos, nos ha dado su gracia para que podamos elevar nuestro corazón al cielo y así hacer eco a sus bendiciones,. Y lo alabamos, acogiendo y regalando su amor. Es el que nos ha dado a su propio Hijo, ese Niño que nos sonríe desde el portal y se entrega por nosotros en la Cruz para borrar nuestro pecado. Es el Espíritu Santo que como viento impetuoso quiere darnos su luz y su fuerza para caminar seguros.
2. ¿Quién soy yo? Yo no soy alguien independiente, que me doy el ser a mí mismo y hago lo que quiero. Soy criatura suya, pero ante todo soy hijo de Dios. Estoy unido a Dios no como esclavo, como una marioneta que mueve con sus hilos. Estoy ligado a Dios con un vínculo de amor tan grande que eso es lo que me constituye: soy amado por Dios. El que toma la iniciativa es Él. No tengo que ganarme su amor con hazañas memorables, porque Él me ha amado primero y no dejará de hacerlo hasta el final. Valgo toda la Sangre de Cristo y eso me da paz, me da esperanza, me da alegría. No soy hijo de la ira. Hay entre Él y yo un juego de miradas: me mira y lo miro y eso me da la vida.
3. ¿Cuál es mi fin? Dios, que sale a mi encuentro, se hace hombre como yo, para descubrirme mi humanidad plena: Cristo, el Señor, me enseña a ser hombre. Él es el hombre por excelencia porque, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, ha sembrado en nosotros esos destellos de lo divino. Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, nos da motivos para vivir, nos da motivos para llenarnos de alegría, de esperanza, de paz.
Va a nuestro lado, y nos hace ver cuál es el camino que hemos de recorrer: la santidad, que no es un logro nuestro, sino el regalo de su amor si sabemos acogerlo. Nos quiere santos. No es un ideal imposible, es lo que da sentido a mi vida. Quiere que ame siempre.
Miramos a Nuestra Madre la Virgen y es la que ha vivido todo esto. Hagamos lo mismo.