DOMINGO III T. ORDINARIO C. DE LA PALABRA. 2022
En septiembre del 2019, el Santo Padre Francisco, instituyó que el III Domingo del Tiempo Ordinario fuera el Domingo de la Palabra De Dios. Pretendía con ello destacar que la Palabra de Dios ha de ser compañera de camino en la vida de un hijo de Dios, ya que, a través de ella, recibimos ese alimento que hace que nuestra fe no sea saberse cosas y ya está, ni sea solo sentimiento.
La Biblia no es un libro más: Dios ha querido acercarse al hombre y lo ha ido atrayendo hacia sí, preparando su venida. Dios que se nos manifiesta cercano, haciéndose hombre como nosotros para darnos vida y una vida abundante. La vida de Jesús no son unos sucesos inventados por una serie de personas que se decían discípulos suyos, sino auténtica vida. ¡Qué condescendencia la de Dios que se encarna en el vientre de una mujer, María! Se hace en todo igual a nosotros menos en el pecado, porque quiere revelarnos nuestra verdadera humanidad. Su vida se hace camino, y se entrega para salvarnos: del sufrimiento, del pecado, de la muerte, y transforma nuestra existencia.
En las lecturas de la misa se nos narra cómo descubre el pueblo la palabra de Dios perdida y hacen fiesta porque ven en ella la referencia para su vida. Eso es lo que hemos dicho en el Salmo: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”. Y todo eso, que era tan esperado, tiene su cumplimiento con Jesús en el Evangelio. Es la Palabra que resuena en la Historia. Acojamos esa Palabra viva:
1. La palabra escuchada. Si llego al Evangelio o después de la homilía, ¿me vale la misa? La misa no es que valga o no según el momento en que uno llega. Hay que plantearse las cosas de otra manera. No es cumplimiento. Es vida. La misa es un tesoro que se ha de degustar de principio a fin. Pues bien, la primera parte de la misa es la escucha de la Palabra de Dios. Escucha atenta, devota que nos mete en esas escenas que llegan hasta nosotros. Normalmente, los domingos, hay una primera lectura, que suele ser del Antiguo Testamento, luego un salmo que nos invita a repetir una frase que resume muchas veces el tono, el argumento, con el que la Iglesia “moldea” nuestra cabeza y corazón. Después la lectura una Carta apostólica, que nos recuerda la forma en que los primeros cristianos vivieron la vida de Cristo. Y finalmente el Evangelio, que nos hace acompañar al Señor que instruye, sana, fortalece y ayuda a afrontar nuestra vida diaria, para poner luz en ella. Escuchemos.
2. La palabra meditada. Los domingos el sacerdote trata de ayudar, a través de la homilía, a recoger lo escuchado. Quizá, a veces, podemos desconectar, pero pidamos al Espíritu Santo que le dé “explicaderas” al sacerdote y a nosotros “entendederas”. Si estamos atentos no es tanto lo que el sacerdote diga, sino nuestra receptividad para que haya algo que “nos golpee por dentro” y lo hagamos nuestro. Abrámonos al Espíritu Santo para que Él actúe y nos cale muy dentro. Que no solo escuchemos sonidos, procuremos que resuene en nuestro interior. Rumiarla. “Mastiquémosla” en nuestra cabeza y en nuestro corazón. Pidamos al Señor que, como la buena semilla, arraigue en la tierra que le hemos preparado dentro de nosotros. Comprender. Esa escucha es también una de las formas de alimentar nuestra oración. Es un modo precioso de diálogo con el Señor para que vaya arraigando. Qué bueno poder decirle: “quiero detenerme y comentar esto contigo, explícamelo”.
3. La palabra vivida. Cuánta alegría poder recibir al Señor en la comunión, con el alma limpia, con el ánimo enamorado. Y darle gracias porque ha venido a nosotros en la consagración y nos llena el alma, y la hacemos vida. Que se note después que somos sagrarios vivientes y llevamos a Cristo en nuestro corazón. Pero también hay otra presencia que se nos puede escapar. La presencia de esa Palabra de Dios que, como hemos escuchado estas Navidades, que “se hizo carne y habitó entre nosotros”. “La palabra es lampara para mis pasos, luz en mi sendero” dice el Salmo. Un hijo de Dios es eso: claridad que ha de brillar en un mundo de oscuridades. Con nuestra coherencia de vida, llenamos el mundo de Cristo. Hemos de vivir la vida de Cristo en nuestro día a día. Ojalá que pudieran decir de nosotros: este conoce la vida de Jesús y se nota en sus hechos. El Señor ha venido a salvarnos, a traer la alegría y la paz al mundo. No seamos teóricos del Amor de Dios. Vivámoslo.
Que María que llevó en su seno a Jesús, Palabra del Padre, nos ayude a través del Espíritu Santo, a que arraigue de tal forma en nuestro corazón que sea luz para nosotros y para los demás.