DOMINGO III T. PASCUA C. 2022

Dios es importante para nuestra vida, pero y si nos preguntaran: ¿es lo más importante? Medimos a Dios con nuestras medidas humanas, lo sometemos a nuestra lógica, y no nos damos cuenta de que Dios se escapa de nuestros esquemas. Abarcar a Dios por nosotros mismos es una pretensión inútil, si fuéramos capaces de comprenderlo seríamos Él y nos tenemos que conformar con ser nosotros, tan solo nosotros. De ahí que abrir el corazón a Dios sea una prioridad en nuestra vida. Solo así podremos captar, al menos algo, de la grandeza de Dios, de lo que implica su amor.

Escuchamos la primera lectura de la misa de hoy y nos sentimos en verdad orgullosos de los apóstoles, y especialmente de Pedro que hace cabeza: un hombre audaz, valiente, sin miedo a los poderes del mundo, que da la cara por Dios aun a riesgo de correr un peligro cierto. Sin embargo, no siempre fue así. Había seguido a Cristo con una sinceridad y fidelidad grandes, estaba claro que lo quería, pero lo traicionó negándolo tres veces. ¿Cómo responde a todo esto Jesús, el Hijo de Dios vivo? Certificando de manera clara su amor por él. Dios nos regala su amor de manera incondicional convertido en misericordia, y espera de nosotros una respuesta: que nos abramos a ese amor y lo acojamos. El Señor, entonces, lo renueva, convertido en confianza. Se convierte en amor nuevo que se asienta en lo profundo e impulsa para volver a caminar en Dios. ¡Qué alegría!

1. Pedro es confirmado en el amor de Dios. Al Señor no le importan tanto las caídas sino el aprender a levantarse de ellas. Jesús no ha dejado de confiar en Pedro y, ahora, para que él se dé cuenta, le renueva su apoyo, su total confianza, porque Dios no se vuelve atrás de la elección que hace, y apuesta fuerte por nosotros. Es una elección que tiene el sello de lo eterno. Pedro, a su vez, se siente sostenido, alentado y, sobre todo, querido por Jesús, el Maestro. Sus lágrimas se han convertido en semilla, en fermento que dará fruto granado. ¿Te sientes herido, te sientes sucio por tus pecados? No te cierres en ti mismo. Ábrele el corazón a Dios: te tiende la mano y te perdona. Si Dios no deja de confiar en ti ¿por qué no confías tú en Él? Lo hizo con Pedro el primer papa, a pesar de su pecado. ¿No hará igual contigo? Dios que no deja de dar oportunidades. Porque ama.

2. ¿La lógica humana o la lógica de Dios? Estamos acostumbrados a la lógica humana. A veces nos protegemos haciendo lo políticamente correcto, lo que nos vende la sociedad. Lo previsible. ¿Que vienen tres o más hijos y con poca diferencia entre ellos…? Podemos estar seguros de que alguien nos dirá: “¿Pero dónde vas con la que está cayendo? ¡Qué irresponsable eres!” Y, ya está, acabamos con una especie de complejo de culpa, porque vamos en dirección contraria a la gran mayoría. Arrastrados, movidos por lo que piensa todo el mundo, nos asusta ser coherentes con nuestra fe, y estar bien apoyados en Dios, porque nos complica ir contra corriente. Y más que obedecer a Dios, nos resulta más cómodo ir de camuflaje y arriesgar lo menos posible porque ¿qué van a pensar de mí? Pues que piensen lo que quieran. Me ha de importar solo lo que piense Dios.

3. Dios es fiel, no se vuelve atrás, pero ¿y nosotros? Si Dios no se cansa de perdonar, ¿por  qué nosotros nos cansamos de pedir perdón? Con qué facilidad decimos: “es que eso es muy difícil…” Pero no se trata de si es difícil o fácil. Se trata de si Dios lo quiere o no. Empezar es de muchos, perseverar es de santos. Seguro que hemos vivido momentos de claridad y sentido la cercanía de Dios. No tiremos por tierra algo tan grande. Ese amor a Dios no es un ideal para luego olvidarse. La felicidad solo se asienta con la fidelidad. Apostemos fuerte por Dios que previamente apuesta fuerte por nosotros. No pongamos excusas: vivir cara a Dios no es algo tedioso, aburrido, que corta las alas para volar libres. Todo lo contrario, Dios ha muerto por nosotros en la cruz para ganarnos la libertad verdadera. Aprendamos a vivirla acogiendo el amor de Dios y amando mucho.

Es verdad que todo eso cuesta, pero lo que nos pide el Señor no es una empresa imposible que supera aquello a lo que nosotros podemos llegar. Dios nos pregunta por el amor, si somos capaces de amar de verdad y a fondo. Es lo que le interesa. Todo lo demás lo pone Él. No tengamos  miedo a apostar por Dios: no nos quita nada y lo da todo. Comprométete a amarlo y déjale a Él el resto. Dios es de fiar, y te llevará por donde merezca de verdad la pena. Tenemos un punto de referencia: nuestra Madre Santísima María, la Virgen fiel. La mujer más excelsa. La que sabe amar.