DOMINGO III T. ORDINARIO A. 2023
El Santo Padre, Francisco, ha querido que el tercer domingo del Tiempo Ordinario, este 22 de enero en que estamos, se celebre como Domingo de la Palabra de Dios. Palabra que transmitieron los profetas y que fue para Israel alimento en el desierto. Pero llega la plenitud de los tiempos, y el Padre en su designio de amor, envía a su Hijo para encarnarse en las entrañas de María, Trono de Sabiduría. Es Dios con nosotros que quiere asumir todo lo humano para ofrecernos todo lo divino. La expresión de San Juan Evangelista en su prólogo es todo un punto de partida: “La Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”. La oscuridad que da paso a la luz. Dios que se hace cercano. El Señor que es Palabra que se proclama, que se escucha, que se acoge ponderándola en el corazón, que se regala a los demás y se vive para que, acogida y vivida, sea promesa de vida eterna.
La Sagrada Escritura no es una lectura más. No podemos escucharla como si fuera una vivencia interesante pero que, según la oímos, se nos olvida. Dios, a través de hombres concretos, habla a Israel y nos habla también a nosotros. Se nos muestra como un Dios lento a la cólera y rico en misericordia. Pero se dará un paso más: esa Palabra de Dios se hace tan elocuente que el Hijo de Dios toma carne para darnos vida. Quiere salvarnos del pecado y de la muerte, para traernos la redención. Lo vemos a lo largo del año a través de los Evangelios donde se nos narra la vida y misión de Jesús, que se ofrece por amor a nosotros en la Cruz. Pero después se da también paso al Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que da su luz y su fuerza para ponerlo todo en marcha: cuenta la vida de los primeros cristianos que fueron marcando el camino de salvación que Jesús nos conquistó.
Mira las lecturas de la misa de hoy. Son lecturas repletas de esperanza. Con Dios no podemos temer, Él es el único que da sentido a nuestras vidas. Y sabe contagiarnos su amor. ¿Cómo reaccionamos? ¿confiamos plenamente en Él? ¿Es Él quien sostiene nuestra vida? Al hombre le gusta controlarlo todo, en todas las circunstancias en las que se mueve. Pero Jesús pasa y su paso, sin apenas hacer ruido, mueve a conversión al que se cruza con Él. Le da aliento de vida.
Cada pasaje del Evangelio da la oportunidad de seguir los pasos de Jesús, Nuestro Salvador. Hijo de Dios, Hijo de María, que nos va abriendo los caminos divinos de la tierra. No es solo una historia interesante: reconocemos sus palabras y podemos entrar en la escena como un personaje más. Hoy nos reconocemos en esas escenas que nos cuentan nuestra historia personal. Vemos al Hijo de Dios vivo, que nos mira y nos llama. Ante eso, no cabe hacerse el distraído ni mirar para otro lado, solo cabe mirarlo a los ojos. La mirada de Dios para cada uno es una elección que cambia la vida, hay un antes y un después. Y exige: nos pide dejarlo todo y que lo sigamos. No lo rehuyamos.
1. La Palabra de Dios no es algo superficial. Cuánta trivialidad y palabras vanas: voces que se lleva el viento. Sin embargo, la Palabra transforma vidas. La primera parte de la Santa Misa nos ofrece esa Palabra de Dios que es transformante. Es la Liturgia de la Palabra que se ha llamado también: el Pan de la Palabra, que nutre la mente para acoger a Dios y las cosas de Dios. Hemos de escucharla atentos, con plena disponibilidad para que con ella fructifique esa semilla de Dios.
2. Acojamos la Palabra. No dejemos que sea un viento pasajero que ilusiona en un momento y luego se olvida. La Palabra es viva y eficaz, espada de doble filo, que sabe construir y sabe dejar de lado esas otras palabras engañosas. Guardémosla en nuestro corazón para que meditándola y adaptándola a nuestra vida, pueda dar frutos abundantes. ¿No es acaso eso lo que hizo Nuestra Señora? María que guardaba todas esas cosas meditándolas en su Inmaculado Corazón.
3. Hagámosla vida de nuestra vida. No es algo para que nutra nuestra mente y se quede ahí, con la satisfacción de comprender lo que Dios quiere mostrarnos. No es una especie de capacitación teórica que nos deja tranquilos porque ya estamos encaminados por los caminos del Señor. Hemos de hacerla vida que, al mismo tiempo, dé vida a los demás. La Palabra ilumina vidas y nos fortalece en nuestras debilidades, para salir de ellas. Que sea transmisora de la verdad a veces tan impopular.
María llévanos por caminos de luz y de verdad. Sin hacer dejación de Dios, ayúdanos a vivirla.