DOMINGO III T. CUARESMA A 2023. LA SAMARITANA
Qué elocuente es la escena que nos presenta el Evangelio. Jesús que se hace el encontradizo, que no espera a que tomemos la iniciativa. Sale a buscarnos. Jesús, cansado del camino, que se sienta en el brocal de un pozo. Ha sido quizá una buena caminata, el sol calienta y está sudoroso. Y así, de entrada, quiere mostrarnos la sencillez y la hondura de su humanidad Santísima. Nos tiene que enamorar esa condescendencia con cada uno de nosotros: ha querido recorrer nuestro camino, se ha hecho a nosotros en todo, menos en el pecado. Siente, se alegra y padece como cualquiera.
1. “Dame de beber”. Jesús y la samaritana. No era lo habitual que hablara a solas con una mujer que, además, era samaritana. Pero a Él no le importan nada esos convencionalismos, le interesa su alma y le dice: “dame de beber”. Hace calor y tiene sed. No es únicamente una sed de agua, hay en Él una sed todavía más profunda que arde en su Corazón y le estalla en el pecho: quiere saciar su sed de almas. Fuego del amor de Dios que se abre paso. Y resuena en nosotros otro “tengo sed”. Es el “tengo sed” de la Cruz: está deshidratado por todo el sufrimiento de su Pasión y vuelve a ser, más palpable aún, esa sed del amor de los hombres. Amor correspondido. Amor liberador por la dicha de dar, de entregarse. Eso es lo que libera de verdad. Tiene sed de nuestro amor, de nuestra acogida, de nuestra correspondencia. Está en tierra de paganos, los samaritanos eran considerados infieles a las tradiciones de Israel, pero su sed es una sed universal, que abarca a todo hombre.
2. “Si conocieras el don de Dios”. Aquella mujer no se da cuenta de quién tiene delante y lo que encierra su petición. Le está pidiendo algo más que agua para aliviar su cansancio. Le está pidiendo un cambio radical: le pide la adhesión de su corazón; su vida. Hay un giro en la conversación para apuntar a lo esencial, a esa vida sobrenatural que da la verdadera razón para vivir. A nosotros, como a ella, también nos atrapa lo inmediato y no comprendemos lo que hay detrás de todo. Queremos tenerlo todo bajo control, vamos a lo práctico, todo bien colocado en nuestro día a día, para que no haya problemas y todo fluya. Pero dejamos de lado lo que verdaderamente nos configura, lo que nos construye. Dios nos pone frente a nuestra realidad. Nos dejamos llevar por los vaivenes de nuestra vida y no terminamos de darle espacio a Dios, que es quien nos da aliento y transforma nuestra existencia. Abrir los ojos a Dios es no solo estar entretenidos. Es vivir de verdad.
3. «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed». La mujer empieza a reaccionar. Conocer el don de Dios ¿es? Es estar donde hay que estar y hacer lo que hay que hacer. Darnos cuenta. Vamos tan a lo nuestro que vamos a tientas. ¿Tenerlo todo a pedir de boca y solucionado? Eso, tarde o temprano decepciona. Sin embargo, conocer el don de Dios… Casi nada. El gran don de Dios es el Espíritu Santo. Es Él quien nos saca de la ignorancia, el que nos da luz para ver y toda la fuerza para avanzar. Es Él quien nos saca de nuestras oscuridades, el que va abriendo camino, el que va ampliando horizontes, el que derriba muros, el que tiende puentes, el que nos da el consuelo cuando estamos atribulados, el que nos quita el miedo y nos da la audacia. Conocer el don de Dios es confiar de tal manera en Él que vamos avanzando a golpe de paz y de alegría. Señor, quiero eso, porque ese “don” es todo. Así acogeré la sabiduría que viene de lo alto. Te quiero a Ti, Jesús.
4. «Tienes razón, que no tienes marido». Jesús da un paso más en este proceso: pone a aquella mujer ante la realidad de su historia. Le hace ver su pecado. La respuesta al principio es una evasiva, cambia la conversación hacia planteamientos de temática “religiosa”. Es una forma bastante habitual de excusarse, hablando de otra cosa, hablar del mundo, de la Iglesia, derivando a un tema que es menos “problemático”, y menos comprometedor. Quizá hablar de “las riquezas de la Iglesia”, o similar… Queremos esconder la falta de coherencia, la propia debilidad.
Dios no busca poner paños calientes que justifiquen una vida light, con una entrega de quita y pon, según conveniencia. Nos quiere suyos. Quiere que vivamos la fe en plenitud, no solo cumpliendo rigurosamente las normas morales, sino poniendo el alma en una adhesión a Cristo real, comprometida, apoyada en un amor que se acoge, se vive y se lleva a los demás. Quiere apóstoles. María ayúdanos a hacerlo vida.