III DOMINGO T. ORDINARIO B. 2024
Lo que nos pasa, a veces, es que damos muchas cosas por supuestas y no está tan claro que las sepamos, y mucho menos que las vivamos. Vivir la vida y vivirla de cara a Dios son dos cosas distintas. La primera puede terminar aburriendo o decepcionando porque lo que la apoya es lo humano. La segunda, si la vivimos de verdad, se convierte en algo esplendoroso, porque Dios la transforma. No basta con conocer a Jesús más o menos, tener información de Él, decir que creemos en Él. Con ser algo, eso es muy poco. Hay que encontrarse con Él y dejarse deslumbrar. Démonos cuenta, hasta las últimas consecuencias, de que le importamos, de que nos quiere mucho y va por delante, como madre que no se conforma con la foto de su hijo: quiere abrazarlo y darle un beso.
Nos quedamos en el tópico, y no somos capaces de descubrir el fondo de las cosas que Dios llena de luz. Eso es. Las personas y las cosas pueden verse de otra manera cuando es Dios quien las ilumina y nos enseña a verlas con sus ojos. ¿Tú te dejas encontrar con Él? ¿Te llena de gozo saber que te conoce y tu nombre le sabe a miel cuando lo pronuncian sus labios? Si no eres capaz de sentir y vivir todo esto, evidentemente te estás perdiendo vida. La Vida que Él es y Él te propone, que te muestra para que la disfrutes. Eso es el encuentro con Jesús, escuchar la llamada de Jesús y seguir a Jesús. Todo un hallazgo en nuestra existencia cotidiana, a veces, sometida a tanta trivialidad.
El encuentro con Jesús nos saca de la banalidad. Por eso, cuando pasa y llama a los primeros, todo lo demás queda en segundo plano. Resulta insignificante, premioso, vacío. Aparece Jesús, el que es, lo descubro en todo su esplendor y su luz me hace ver la Luz. No nos debe extrañar la reacción de esos primeros discípulos a los que llama: inmediatamente lo dejaron todo y lo siguieron.
1. ¿Qué vida vivimos? ¿La vida verdadera? Escucha lo que Dios te está diciendo: “ponte en marcha”. “Señor, enséñame tus caminos”. El momento es apremiante y solo hay dos respuestas posibles: darse cuenta de las cosas y seguir a Jesús para ser instrumentos suyos, para llenarnos de la felicidad que Él quiere entregarnos… O no darse cuenta y dejarse poseer por las cosas, quedar abrumados por las circunstancias que acaban agobiando y oprimiéndonos en el pecho. ¿No lo has notado? Al final del día ¿qué es lo que queda en tu memoria de lo que has hecho? ¿He luchado por sacar lo mejor de mí, me he fiado de Dios para que dirija mi vida? Tantas veces lo que hacemos es seguir el ritmo de un mundo que quiere distraernos, difuminando a Dios de nuestro horizonte.
2. Convertíos y creed en el evangelio. Es la opción por Dios y por una felicidad que no es la que nos venden a poco que salgamos a la calle. Convertirse y creer en el evangelio es comprender que, si seguimos nuestros deseos y afanes al margen de Dios, estamos abocados a repetirnos, a ser uno más, a entrar en el circo de habituarse a no desentonar y confundirse con el entorno como los camaleones. Creo que tomo yo la decisión de ser único y hacer lo que me preste, pero resulta que acabo adocenándome, porque es la libertad de hacer rodar la bola de lo de siempre, para caer en las decepciones y los fracasos de siempre: somos tan limitados en nuestros deseos… Deja que Dios pronuncie tu nombre, y te proponga la verdadera libertad que te hace libre. Es lo que me hace salir de mí mismo y apostar por lo que merece la pena: enamorado porque eso me hace vivir en plenitud.
3. ¿Merece la pena? Claro que sí. Que no nos quepa duda. No le tengamos miedo a Dios. Tengámosle una confianza plena. Podemos creer que si le damos un poquito nos puede pedir todo y, cuando Dios pide, no se queda corto. Cualquiera sabe… ¿Y si nos pide algo que nos supera o no nos gusta? Los apóstoles cuando abandonaron sus tareas habituales y siguieron a Jesús le firmaron un cheque en blanco. No sabían a dónde les llevaría ese seguimiento. Se dejaron seducir por Él y eso les pareció que era suficiente. En algún momento tuvieron la oportunidad de dejarlo colgado, de hecho, algunos lo hicieron, pero ellos, con sus limitaciones (que eran muchas) acabaron siendo sus instrumentos para transformar el mundo. Déjate seducir por el Señor, que no es un cualquiera. Es el Hijo de Dios vivo que quita el pecado del mundo y viene a salvarnos. No pierdas la oportunidad.
¡Cuántos y cuántos han ido tras Él! Y su vida ha cobrado pleno sentido. María y José lo hicieron, y ¡qué felicidad! Hay tantos caminos de santidad como hijos de Dios. Apúntate al tuyo. Existe.