INMACULADA CONCEPCIÓN 2022
Cuando leemos ese pasaje del Génesis sobre el pecado original, y la culpa que trae consigo, nos quedamos sobrecogidos. Cuando le echamos un pulso a Dios, cuando nos apartamos de Él por el pecado, porque optamos por nuestro yo, aunque aparentemente apostamos por nuestra libertad soberana, nos dejamos atrapar por nuestra propia limitación que nos esclaviza y, lejos del Creador, lejos de Nuestro Padre Bueno del cielo, entramos en soledad, en tristeza, en desolación. Lejos de Dios todo se desdibuja, se deteriora: desenchufarnos de la luz nos hace quedamos a oscuras.
Una y otra vez se vuelve a repetir la historia: el hombre se va revistiendo de muchas cosas que aparentemente le dan seguridad, de dominio, pero no termina de percibir con claridad que está desnudo, que todo lo que suponía con orgullo que eran valores conseguidos por él mismo, lo que hacen es tapar su fragilidad, pero no se la quitan, el hombre sigue siendo débil muy débil.
En la Carta a los Efesios, que hemos escuchado hoy, San Pablo nos muestra la vocación a la que hemos sido llamados: “para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado”
No estamos lanzados a la tierra para que nos busquemos la vida en un mundo hostil. Hemos sido creados y elegidos por Dios para una felicidad sin fisuras. Para dejarnos abrazar por Dios que ha querido salir a nuestro encuentro, que ha querido amarnos sin medida hasta morir por nosotros.
En el Evangelio se nos narra el momento culminante de la Encarnación, Dios que se abaja y se hace carne en María. Ella descubre su vocación y la llamada que, a partir de ella, el Señor quiere hacer a todo hombre: ser morada de Dios, el Dios con nosotros. El hombre no se da a sí mismo su fuerza, su poder. No es el hombre el que diseña el sentido de su existir. No es él quien establece el criterio de lo que merece la pena, o es desechable. Ante la arrogancia de un hombre así, la mujer por excelencia, María, nos muestra el camino de la humildad y la entrega, de la libertad verdadera que es ponerse a disposición de Dios, servirle en todo y para todo. María tiene y ejerce la humildad de los sencillos, es la que, sin tener recovecos interiores, descubre la grandeza de un Dios que quiere hacerse uno de nosotros, que quiere asumir esa pequeñez, que apuesta por ese encuentro personal e íntimo con cada uno de nosotros. María no se complica. No hace alarde de nada, se da, se hace regalo de Dios para nosotros, porque nos ofrece al Salvador, el que quita el pecado del mundo.
Hay en la Escritura Santa tres “Fiat”, tres “hágase” que dan el tono de quién es Dios y quien está llamado a ser el hombre. El Fiat de la creación. Fiat de la encarnación. Fiat de la filiación. Con el primer “hágase”, Dios trae a la existencia todo lo creado. Con el segundo “hágase”, María hace posible que Dios se haga carne y venga a la tierra para salvarnos. Con el tercer “hágase” es el hombre da el “sí” a Dios en su vida y lo hace punto de referencia, origen, camino y meta de su existir.
Eva es la que se deja seducir por el enemigo, y responde poniendo por delante su yo, un yo que quiere hacer oposición a Dios. María, por su parte, es la nueva Eva que da su sí incondicional. María que nos abre caminos de entrega, de disponibilidad, de cooperar a la Redención con Jesús.
1. María nos abre esa aspiración a la belleza. Toda hermosa es María, concebida sin pecado. Es la que refleja la luminosidad de un Dios que la llena en su totalidad. La belleza de Dios se muestra en María para hablar de todo lo hermoso que Dios va derramando. Dios que nos deslumbra en ella.
2. María nos impulsa a la bondad. Es María la toda Santa. No hay resquicio en ella al yo, porque se ha vaciado totalmente hasta hacer que Dios la llene de todas las virtudes. Su humildad es la puerta para dejar que sea Dios y solo Dios el que obre en ella. Nos da con su sí el don de Dios.
3. María nos muestra la pureza de corazón. Y nos habla de que la pureza es posible. Desde su ser Madre de Dios y Madre nuestra, desde su Virginidad antes durante y después del parto, desde su Inmaculada Concepción sin mancha de pecado, desde su Asunción en cuerpo y alma al cielo.
Allí donde la sensualidad parece que toma fuerza, ella nos habla del amor limpio. Bendita sea.