IV DOMINGO T. ORDINARIO 2024

Tengámoslo bien metido en nuestro corazón: Dios se interesa por nosotros. Aun estando bajos de tono y pensando que no le importamos a nadie. No nos encerremos en nosotros mismos. No estamos perdidos ni olvidados. El Señor está ahí. Se cuida de cada uno, no nos deja solos y pone personas en nuestro camino para guiarnos en el itinerario hacia el cielo. Tenemos motivos para la esperanza. Estemos atentos. Dios pondrá lo necesario para que no demos tumbos y vayamos mucho más por la directa. La esperanza puesta en Dios, aunque haya tantos signos para el desaliento.

Aún así, vamos mucho a lo nuestro. Nos va más una religión a la medida. Pero no caigas en esa tentación, déjate zarandear como San Pablo, para que el Señor te cambie el rumbo. Puede permitir, a veces, que se nos nuble la vista para que, desde esa oscuridad, lo encuentres y confíes en Él. Ten el firme convencimiento de que Dios estará siempre a tu lado y te cuidará, facilitándote las cosas. El secreto está en la confianza. Hacer lo que Él me pida, sin empeñarme en las soluciones que yo había previsto, exigiéndole que Él las lleve a cabo. Dejémosle tomar la iniciativa y que vaya por delante.

No son nuestros razonamientos, nuestra manera lógica de ver las cosas, lo que nos va a sacar de los atolladeros de la vida. Fíate de Él. El Señor te guiará con autoridad. Las palabras de Jesús son siempre nuevas, porque se actualizan en las personas que las escuchan con atención. No son palabras de quita y pon, para aliviar un momento y olvidarnos de ellas después. Dios es Señor de todo señorío y tiene autoridad, porque suyo es el poder y la gloria. Sabe lo que hay dentro de nuestra alma. Y quiere sacar de nuestro interior todo lo bueno. ¿Por qué le atamos las manos? 

¡Cuanta dureza de corazón! Aceptamos las cosas de Dios si se acoplan a nuestra manera de verlo todo. Si no, no. Y a veces nos enfadamos con Dios precisamente por esto: empeñados en que todo salga según nuestras previsiones. Todo previsto, todo controlado. ¡Qué poco amor verdadero! Y el Señor se duele, porque el mundo no sale adelante así. Reconozcámoslo: es Señor de la historia. No lo olvides: tus prioridades no son las suyas. Las situaciones a las que no le encontramos sentido, solo pueden comprenderse a la luz de Dios. Nos viene bien el ejemplo de los tapices: las escenas que hay en ellos son preciosas, luminosas y recreo para la vista. Pero si los miramos por detrás, resulta que solo vemos un amasijo de colores y nudos a los que no le encontramos sentido, pero eso es lo que sostiene la belleza que brilla por delante. Apliquémoslo a nuestra vida. ¿No le encuentras sentido a esto o lo otro? Dale un voto de confianza a Dios. Sabe más que tú y yo. Y quiere ayudarte…

Para seguir a Dios de verdad hay que dejar algo… o todo. Despréndete de lo tuyo, no cargues con apegamientos que son peso muerto. Ten confianza en Dios, es la forma de avanzar y no tropezar y caer por el peso de nuestras “cositas”. Entrégale lo tuyo y acoge lo que Él te da de lo suyo. Es la forma de no hacer comulgar a Dios con ruedas de molino. Somos nosotros los que tenemos que fiarnos de Dios y no obligarle a que nos haga caso. Eso es la dureza de corazón. No caigamos en ella:

1. Dureza de la arrogancia. Somos muy nuestros y nos buscamos la vida. Llegamos a pensar que nos valemos por nosotros mismos y no necesitamos a nadie… Piénsalo bien: llegan momentos duros, y… ¿Quién te consuela? ¿Quién te ayuda? Dios que te ama y te enseña a amar. Créetelo.

2. Dureza de la indiferencia. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. ¿Qué papel ocupa Dios en tu vida? ¿Prescindes de Él porque lo ves de más, o de adorno? ¿Piensas que puede frenarte en tus pretensiones? Comprende esto: Dios no es un competidor. Es el que da sentido a tu vida.

3. Dureza de la contestación. No le hagas la contra a Dios, no le impongas enmiendas a la totalidad, creyendo que lo que le pides es mejor que lo que Él quiere darte. Ofrécele tu corazón que acoge. Tus razones no son las únicas. No pretendas ocupar su puesto. Tiene palabras de vida eterna.

Ahora recapacita: ¿Cómo es tu corazón? ¿Qué habita dentro de él? ¿Qué consideras tu verdadero tesoro? Él nos lo dice: donde está tu tesoro allí estará tu corazón. Lo que vale no es lo que se puede comprar o vender, lo material. Lo que vale es lo que es prenda de vida eterna. Eso que le diremos al Señor después de morir, cuando nos pregunte: ¿hijo mío has amado? ¿Mucho…?

Santa Misa. IV Domingo del T.O. Ciclo B