DOMINGO IV T. PASCUA C.

¡Cuántos problemas hemos de abordar en nuestro día a día! Es verdad, pero ¿cómo los afronto? Quizá sabemos bien de dónde vienen las dificultades, e incluso tenemos soluciones. Sabemos incluso aconsejar a los otros, pero caemos en ese dicho: “consejos vendo y para mí no tengo”. ¿Qué nos pasa? 

La dificultad es que no nos conocemos a nosotros mismos. Y, si nos conocemos, puede ocurrir también que no nos acabemos de aceptar. Nos falta generosidad y, por lo general, encajamos mal, muy mal, los fracasos, pero tampoco terminamos de asumir los éxitos, ni los propios, ni los ajenos: si no somos nosotros los que hacen las cosas, nos parece que siempre falta o sobra algo, o que todo está mal. Nos ponemos a la defensiva. Y surge, aunque no queramos reconocerlo, la envidia. Cuántas veces minimizamos la labor que hacen otros, o ironizamos sobre ellos, pero ¿no oculta esa actitud la propia insatisfacción, o un mal disimulado complejo de inferioridad. ¿Y la solución? Conocer a Dios y hacerlo nuestro referente: es Pastor bueno, que está pendiente de mí y guía mis pasos. Fiémonos de Él. 

Para eso, Dios quiere que pongas el oído atento, que escuches: escuchar menos a nuestro yo y escuchar más a Dios y lo que me pueden decir los otros, porque muchas veces sus palabras también pueden ser un eco de Dios. Oímos bastantes cosas, fundamentalmente ruidos que nos dispersan, pero escuchar, poco. Nos faltan referencias claras. De ahí que escuchar y seguir a Jesús es lo que nos dará las garantías de una felicidad verdadera. Dejémosle meterse en nuestra vida, para que le dé densidad. 

1. Acojamos a Dios como el Buen Pastor. Escuchémosle atentamente. Decimos que faltan líderes que vayan por delante y sean punto de referencia. Pero ¿no es acaso el Señor el mayor líder de la historia? Entonces por qué hay esas reticencias a todo lo que suene a Dios. Parte de la sociedad rechaza a Dios, como si fuera algo tóxico que nos aleja de nuestros intereses. Podríamos preguntarnos, pero ¿se puede rechazar a Dios? Otros lo hacen, ¿y nosotros? Claro que podemos, quizá muy sutilmente: instalarnos en los propios criterios es una forma de rechazo. Los pecados de omisión: poder hacer el bien y pasarlo por alto, ¿no supone apartarlo de nuestro camino? El Pastor va por delante, llevando a buenos pastos, a fuentes tranquilas. A veces va por detrás e impulsa a caminar. Jesús, el Buen Pastor.

2. Aprendamos a obedecer: es camino seguro. Para algunos, obedecer puede ser un desdoro. Manda el que está por encima y obedece el que está por debajo. Arriba está el que sabe y abajo están los que no llegan a la altura y solo les queda ser dóciles. Pero no es así. Hemos leído estos días en los Hechos de los apóstoles, la actitud que adoptan Pedro y los demás ante las autoridades judías, tienen muy clara su misión y el modo de llevarla a cabo: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. No se deben a sí mismos, sino a Dios. En las empresas humanas brillar parece lo evidente, pero no es así la aventura sobrenatural a la que Dios nos llama. La obediencia a Dios es camino de amor. Solo no puedo avanzar de verdad. Cuando decimos: yo me basto a mí mismo, sé lo que tengo que hacer y por dónde ir. Pero no nos engañemos: el que se dirige a sí mismo se acaba haciendo discípulo de un necio. 

3. Todos somos, en el fondo, oveja y pastor. Es un mal negocio ponerse por encima del bien y del mal, como si fuéramos más importantes que el mensaje que el Señor nos transmite. Los gentiles eran, en gran medida, despreciados por los judíos, que se creían poseedores únicos de la verdad. Y, sin embargo, serían los gentiles los que acogerían antes, y con más pasión, el Evangelio. No hagamos distingos, no planteemos las cosas como negras o blancas, buenos y malos, personas que se enteran y las que no se enteran. No somos poseedores de la verdad, los que lo saben todo y no necesitan que les enseñen nada. Todos podemos aprender: abrámonos al Señor, para crecer. Quedarnos en nuestros esquemas lleva al inmovilismo, nos bloquea para que el amor de Dios pueda crecer en nuestro corazón.

Recibimos para dar, no podemos guardar ese tesoro para nosotros solos. Guiemos a los demás a Dios.

Si estamos pendientes de lo nuestro caeremos. Hagamos nuestro punto de referencia a María.