D.Alfonso. Homilía

DOMINGO IV T. ADVIENTO 2022

Con este IV domingo de Adviento, aprendemos a ir como de puntillas, acelerando el ritmo para no perder el tiempo y seguir los pasos de María y de José. Nos estamos introduciendo, de pleno derecho, en el misterio del amor y la condescendencia de Dios. Dios que sale al encuentro del hombre, y el hombre que está llamado a la escucha, a poner todo lo que es y todo lo que tiene en manos de Dios. Facilítanos, Señor, lo que necesitamos para emprender la misión encomendada.

Dios no es una idea, no es un saber que me pone en situación de estudiarlo todo y someterlo a mi razón. Dios no es algo, es alguien al que puedo dirigirme de tú a Tú, porque ha querido hacerse cercano y se hace pequeño para hacernos a nosotros grandes. Vivámoslo con intensidad desde ahí:

1. José es el hombre fiel. El hombre justo que no se aferra a sus ideas que son, de hecho, buenas; no se empeña en sus proyectos que son nobles. Es el hombre de Dios que acoge su palabra para darle vida. José, con toda su sencillez y hombría de bien, escucha y pone por obra. Nadie, salvo Nuestra Madre la Virgen, ha recibido de Dios un encargo tan especial y tan hermoso: ser en la tierra el padre de Jesús. Ir educándolo, enseñándole a vivir la humanidad. José se queda sorprendido pero, desde el primer momento, comprende que no se trata ya de su manera razonable de ver las cosas, sino de seguir el camino que el Padre le pide. Lo que le importa es el encargo recibido de Dios y da un salto en la fe: se fía de Dios y se fía de María. Acoge esos dos tesoros y vive de ellos y para ellos. ¿Te imaginas las delicadezas de José con María y con el Niño? ¡Qué admirable es su amor y entrega!

2. Soñemos los sueños de Dios . Cuántas veces en nuestra vida tenemos que tomar decisiones y nos sentimos un poco abrumados porque no sabemos por dónde tirar: ¿qué haré? Como primera medida sintonicemos nuestra vida con la vida de Dios. Es lo que hizo José. Dios creador dejó un sueño profundo a Adán para sacar de él a Eva, la madre de todos los hombres. Ahora Dios deja que José duerma, para que sueñe sus sueños, y de ese encuentro con él, regala su paternidad. Decimos: no necesito a Dios, me basto por mí mismo. Pero Dios no es un aguafiestas que me impide hacer mi voluntad. Dios nos ama, correspondámosle con nuestro amor. Todo en sus manos. Ante nuestra soberbia que quiere salvarse a sí misma, la gran humildad de todo un Dios que no hace alarde de su categoría, porque se ha abajado para salir a nuestro encuentro e invitarnos a caminar a su lado.

3. Dejémonos ayudar para hacerle eco. El sueño de José, qué distinto es a nuestros sueños. Ojalá que no nos conformemos con reivindicar nuestros supuestos derechos, y salirnos con la nuestra. ¿Es eso lo que quiere Dios de nosotros? Quiere más bien que cambiemos nuestra actitud de fondo, aunque nos cueste, aunque nos parezca imposible. Eso nos ayudará a recalcular el camino y dirigirlo a Dios. San Agustín decía que cuando una persona ve un defecto en los demás, y le sale la crítica, la acusación, sería bueno que nos miráramos por dentro, para exigirnos y poner por obra lo que esperamos de los demás. No seamos justicieros, miremos con sinceridad nuestra alma, y veremos que no somos mejores, que pecamos igual. Haznos misericordiosos ¿Estamos dispuestos a cambiar lo que sea necesario cuando Tú, Señor, nos lo pidas? ¿Cómo andamos de disponibilidad?

El Señor nos tiene paciencia, no quiere que esa cizaña, que el enemigo siembra en nuestro interior, la arranquemos de raíz en el momento presente, porque el Señor siempre nos dará las oportunidades que sean necesarias para convertir las malas hierbas, la cizaña, en trigo. 

En ocasiones más que ir por la tremenda y pasar con el rodillo, hemos de estar muy cerca del Señor para aprender de su modo de pensar, amar y actuar. Que Él nos enseñe a crecer en bondad y misericordia. Cuántas veces hemos estado nosotros en el otro lado (el malo) y Dios ha salido a nuestro encuentro para darnos vida y vida abundante.

¿Entonces por qué nos empeñamos en ser duros con los demás? Capacítanos, Señor, para ser siempre condescendientes con las personas, pero al mismo tiempo, que sepamos llamar a las cosas por su nombre para no pactar con el pecado. 

Miramos a María cómo está en todo momento pendiente de nosotros sus hijos. Qué cosas tan bonitas le decimos en la Salve: “vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Que eres Madre…