Homilía D. Alfonso

DOMINGO IV T. ADVIENTO B. 2023

Estamos ya prácticamente metidos en la Navidad. De hecho, este año la última semana de Adviento se reduce a unas horas. Y ahí está la figura de María que lo va llenando todo. ¡Madre quiero mirarte, estar cerca de ti y ponerme en marcha! Así, no me perderé ningún detalle. No me olvidaré tampoco de José, los dos habéis venido juntos hasta Belén para el censo. ¡Qué ejemplo para nosotros tan atropellados por la vida y dando palos de ciego! José, apenas te haces notar: con tu silencio activo y tu amor sin pegas, tan delicado con María, has escuchado a Dios y pones por obra sus mandatos.

Y es que Dios, Padre todopoderoso, no deja nada a la improvisación. Dirige el mundo y las edades. Es fiel, guarda siempre su alianza con los hombres y hace que la historia se ponga de rodillas para acoger la eternidad. Es Dios que, en su ternura, supera todo lo imaginable, porque ama al hombre con un amor desproporcionado. No quiere dejarlo en su soledad, en su abatimiento, quiere rescatarlo después de su traición. Y va a comenzar definitivamente la victoria sobre el pecado, que no tiene la última palabra. 

En las lecturas de hoy la Iglesia nos presenta al rey David, un hombre pecador, es verdad, pero que ama a Dios y obedece sus designios. Este hijo de Israel tan apreciado desea construir un templo a Dios para darle gloria, pero Dios tiene otros planes. Como siempre ocurre, el Señor va por delante: será un templo mucho más grandioso: la Palabra de Dios que se hace carne en su humanidad Santísima.

1. Lo construirá eligiendo a una Virgen para ser la Madre de Dios. A través de una mujer entró el pecado en el mundo. A través de otra mujer, la Nueva Eva, María, entrará la salvación: Jesucristo, el Hijo de Dios vivo. ¡Así hace Dios las cosas! Por eso, el Viernes Santo, la Iglesia dirá: “feliz culpa que mereció tal Redentor”. Hay esperanza: una Virgen Madre que va a ser la verdadera Arca de la Alianza donde habitará el Señor, haciéndose hombre en sus purísimas entrañas. Sí, Salomón levantaría un gran templo del que estarían orgullosos los judíos. Pero es en María donde, por designio del Padre, y por obra del Espíritu Santo, se lleva a cabo la Encarnación. Un Dios que no hace alarde de su condición divina porque se abaja para ser uno de tantos. Por eso ante su nombre, Jesús, “toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclama que es Señor para gloria de Dios Padre”. 

2. Quiere construir también ese templo en nuestra alma. Hoy el Padre nos tiende la mano a cada uno como hijos queridísimos y quiere que se produzca ese milagro de amor también en nosotros. Se pone como un mendigo a nuestra puerta y nos pide posada. Depende de ti darle el sí. Ese sí de María quiere Dios que encuentre eco en tu interior. ¿Le vas a dejar? No es tiempo de mirar para otro lado, de decir que esto no va conmigo. Es la suya una llamada apremiante, que espera, quizá hoy más que nunca, una respuesta. ¡Hay tantos que van a lo suyo! ¡Hay tantos que le hacen la contra a Dios! Estamos llamados a ser templos suyos donde Él pueda poner su morada. Estamos llamados a ser sagrarios vivientes. No dejemos que nuestro cuerpo sea una chabola desvencijada. Quitemos de nuestro corazón todo lo que le impide el paso: la sensualidad, el egoísmo, el odio, el rencor. Démosle lo que merece.

3. Quiere que hagamos nosotros del mundo la morada de Dios. Es cierto que hay muchas cosas a nuestro alrededor que nos desconciertan, que nos turban, que nos desaniman, que nos pueden hacer pensar que esto no tiene solución, que todo se nos va de las manos, pero para un hijo de Dios no hay lugar para la desesperanza, para el desaliento. Dios no nos deja si confiamos en Él, Dios siempre estará a nuestro lado para ayudarnos a sacar las cosas adelante. Pero, para eso, tenemos que dejar que obre en nosotros y a través de nosotros. Es cada uno el que tiene que darle acomodo al Señor en un mundo donde está ausente. No son los demás los que tienen que hacerlo. Somos tú y yo.

Abramos nuestros hogares, nuestros trabajos, nuestra cultura, nuestro ocio a Dios. ¡Abrámosle las puertas a Cristo! Dejémosle ocupar el sitio que le corresponde para que dé luz, alegría y paz a un mundo triste y oscuro.

Mira de nuevo a María. Escucha sus palabras: hágase en mi según tu palabra. Hazlo, Señor, en mí.

Santa Misa. IV Domingo de Adviento. Ciclo B