Homilía D. Alfonso

DOMINGO IV T. ADVIENTO C. 2021

Estamos ya a menos de una semana de la venida del Salvador y no podemos perder tiempo. El amor nos urge. Hoy aprendemos de María ese desprendimiento de sí misma y ese pensar en los demás: acaba de recibir ese mensaje del Arcángel San Gabriel que va a cambiar la historia, acaba de escuchar ese piropo que nunca volverá a escucharse con esa contundencia de una mujer: “llena de gracia”. Y ella que acoge esa maravillosa noticia y se queda asombrada por esas palabras, no se mira a sí misma como complaciéndose de esa condescendencia de Dios. No se siente protagonista de nada. Lo que hace es interiorizar y salir corriendo para ayudar a quien sabe que puede necesitarla: va enseguida a cuidar a su prima Isabel que también está esperando un hijo. Qué distinta es la actitud de tantos de nosotros que, en diversas situaciones, estamos pendientes de que nos miren, de que nos admiren, de que se fijen en nosotros y nos tomen como punto de referencia.

María no. Es lo más contrario a esa actitud de ponerse por delante. La figura de María es la contrapartida de un mundo que está ensimismado, pendiente de sí, sin darse cuenta de que, solo saliendo de uno mismo, somos capaces de crecer. ¿Qué es lo más nuestro? ¿Lo que con orgullo conservamos? Lo más nuestro es lo que hemos dado, porque hay más dicha en dar que en recibir.

Métete en la escena. ¡Qué alegría! Seguramente Isabel presiente algo y sale a la puerta para ver llegar a María. ¡Qué encuentro tan humano, tan sencillo y tan sobrenatural! No solo se saludan las dos mujeres, se saludan esos dos niños que están creciendo en el vientre de sus madres. Jesús es tan pequeño que todavía no se nota el embarazo de María, y Juan, que va a ser el Precursor, empieza a tener bien formada su figura. Se adivina el palpitar de uno y otro. Es la vida que se abre paso. Jesús que, en su pequeñez, santifica, bendice a Juan e Isabel. Ante una sociedad que solo valora lo que se puede ver, lo que se puede tocar, el Señor nos muestra que hay algo increíble, lleno de luz y de fuerza, escondido en el misterio del amor de Dios. 

1. Lo esencial va forjándose en lo escondido. Hoy también a ti y a mí se nos pide que no nos distraigamos con lo aparente. Descubramos eso: que Dios sale al paso. Es una apuesta fuerte por la esperanza, por esa confianza plena en Dios que es fiel a sus promesas. Bendito sea. Gracias, Señor, porque has apostado por la vida desde el primer momento de su concepción. El Hijo de Dios vivo ha querido encerrarse en unas pocas células que siguen el proceso de la gestación para mostrarnos que la vida vale la pena, que no podemos vivirla descartando lo que nos “sobra” porque no nos permite dar cauce a nuestra supuesta libertad. La vida es valiosa. Jesús es la Vida.

2. Somos importantes para Dios. No somos masa, no somos números. Dios ve en cada uno un ser único, lleno de posibilidades, quiere que saquemos de dentro todo ese tesoro de amor para hermosear el mundo. Se toma el trabajo de venir a la tierra, para asumir todo lo nuestro y darnos todo lo suyo. No nos hace de menos, todo lo contrario, nos considera, nos comprende, viene a salvarnos, a dejarse encontrar hasta en los últimos vericuetos de nuestra vida. Decía Benedicto XVI que la venida del Mesías es la respuesta de Dios al drama de la humanidad. Es verdad: hay tanto que está oscurecido…, pero el Señor quiere poner luz en cada uno para que iluminemos el mundo.

3. Todo es posible para el que cree. ¿Qué quiere Dios de nosotros? Que le busquemos, que le encontremos, que le amemos. No nos pide el Señor ideales que se pierden porque no tienen asidero en la realidad. El Señor quiere que vayamos abriendo paso desde la sencillez de nuestra entrega. ¿Cuándo aprenderemos que no es lo que nosotros hagamos, sino lo que le dejemos hacer a Él? No nos faltará la ayuda de Dios, pero hemos de confiar. Podremos preguntarnos: ¿Yo en quién confío? Yo ¿qué compañero de camino elijo para recibir de Él el impulso para sacar lo mejor de mí? Dejémosle a Dios ser Dios, no queramos quitarle el puesto. Él es grande, es bueno, es el todo.

¿Qué haría María durante esos meses con Isabel? Estar atenta a lo que pudiera necesitar, anticipándose a todo aquello que le hacía la vida más grata, menos difícil. ¿No te parece que hoy Nuestra Madre del cielo va a hacer lo mismo con cada uno de sus hijos? No le pongamos pegas y ella traerá a nuestra vida esa esperanza viva que nos hará ser lo que somos por gracia: hijos De Dios.