JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Hay algunas imágenes de Cristo en la Cruz que son distintas a las habituales, muestran a un Cristo que no está clavado en ella, está vestido y coronado, que es una manera de mostrarlo como Rey, revestido de poder, y reinando en la Cruz. Todo está sometido a sus pies. Centro de la historia y del universo, el principio y el fin, el todopoderoso, ante el cual toda rodilla se dobla, Señor de todo señorío.

Sin embargo, en el Evangelio se muestra a Jesucristo en su Pasión, delante de Pilato, el gobernante de turno, con ese poder terreno que le llevaría a la muerte. La escena es memorable: la contraposición entre uno y otro. Lo divino y lo mundano. La verdad y las componendas. El que tiene poder para dar la vida, y apunta a lo eterno, y el que arbitrariamente puede quitarla. La grandeza de un Dios majestuoso que, en su aparente debilidad sostiene la verdad y la pobreza, frente de hombre que no sabe dónde va.

Estamos en tiempos convulsos, donde parece que todo se diluye como si no hubiera puntos de apoyo, donde todo parece lo mismo y lo contrario. Es ahí, precisamente, donde Dios se hace notar. 

1. La Cruz, con la humildad, es la puerta del cielo. La historia de Jesús de Nazaret no es la crónica de un fracaso: después de predicar, de hacer milagros y echar demonios, termina abandonado por todos y muere de la forma más ignominiosa: crucificado. Pero es esa cruz, hoy alzada en tantos lugares del mundo, la que no deja de proclamar su victoria: desde ahí ha librado a todo hombre de la esclavitud del pecado. Y a partir de aquí, el sufrimiento, la enfermedad, el dolor, la propia muerte, tienen ahora un sentido profundo que es el que le ha dado Cristo. La de autentificar el amor. Cristo se entrega por cada uno y nos dice: te quiero, estoy contigo, no temas. Por eso es Sacerdote eterno, el que une tierra y cielo, el único mediador, el puente entre Dios y los hombres. Y nosotros, cuando pasamos por esos momentos difíciles, podemos alzar los ojos al cielo y decirle: “mira, Señor, me uno a tu sufrimiento redentor, te ofrezco humildemente todo lo que soy y todo lo que tengo”. Unidos a Él somos herederos del cielo.

2. El verdadero reinado está en el servicio. Sí. El Señor nos ha enseñado también que reinar es servir. En la Última Cena se puso a los pies de sus discípulos para lavarles los pies, para mostrarles que ese es el camino: con plena disponibilidad, estar al lado de los demás, comprendiendo y queriendo a todos como hijos de Dios y hermanos. No parece que sea esto lo que cuenta en este mundo: el poder se pone por encima de cualquier otra circunstancia. Parece que la referencia fueran las bandas callejeras: por delante el líder que normalmente hace fanfarronadas para mostrar que es más fuerte que los otros y luego los demás, que están por debajo y hacen otras valentonadas para demostrar que son del grupo y someter a los del bando opuesto. ¿Qué poder es este? Un poder sin autoridad, con afán de dominio, de estar por encima, de avasallar. ¿Es eso lo que nos guía? ¿el poder, la riqueza, el éxito como nuestros valores supremos? Dios mío, reconozco tu señorío: Solo Tú, Señor, Tú Altísimo Jesucristo.

3. Cristo nos enseña a ser testigos de la verdad. No da igual una cosa que otra. Yo, Dios mío ¿en qué me fijo? ¿Hacia dónde me encamino? ¿En qué tengo puestos mis afanes, mis deseos más íntimos? Los brillos fugaces del mundo son tan engañosos… Le pedimos hoy al Señor, más que nunca, no dejarnos arrastrar por la mentira, por lo apetecible que acaba amargando, por lo que es pura inconsistencia y se llevará el primer viento que corra. No perdamos de vista a Nuestro Jesús: Rey vestido de majestad, que es el centro de la historia y del universo, principio y fin de todas las cosas, el todopoderoso, ante el cual toda rodilla se dobla, en el cielo en la tierra y en el abismo, para proclamarlo como Rey y Señor de todo señorío. Ahí está Él: “verdadero Dios y verdadero hombre”. El Hijo de Dios que no se disfraza de nuestra humanidad, sino que asume todo lo nuestro, menos el pecado. Y da la Verdad de Dios. La luz verdadera.

Podemos querer echar a Dios de nuestra vida, porque es molesto, y nos propone las cosas tal y como son. Quizá nos fastidie, pero nos ha traído “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. Y María, Nuestra Madre, Reina de cielos y tierra.

Santa Misa. Jesucristo, Rey del Universo. Ciclo B