JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO C. 2022

Hoy es la última gran fiesta del año litúrgico: Jesucristo, Rey del Universo. A partir del próximo domingo comenzaremos el Adviento que nos conduce a la Navidad. . Las lecturas de la misa están, como siempre, llenas de contenido, pero especialmente el Evangelio en que se nos muestra de dónde nace el reinado de Cristo: de la cruz. Allí, coronado de espinas, entre dos ladrones, derramando hasta la última gota de su sangre por nosotros, nos da la vida y atrae a todos hacia Él.

Es un escándalo y, al mismo tiempo, es el acto más sublime que podamos imaginar. ¿A dónde quiere conducirnos el Señor? Había prometido a los suyos instaurar el Reino de Dios y ahora resulta que se encuentran con la Cruz. ¿Ha venido para eso: terminar con ese gran fracaso, sólo y derrotado clavado en esa Cruz? Ha querido salvarnos de esa manera, amándonos hasta el final. En las primeras peticiones del Padrenuestro, la oración por excelencia, quiso remarcar esa idea, para hacer de ella un objetivo claro de nuestra vida: “venga a nosotros tu Reino”. Lo primero no puede ser defender lo nuestro y ya está, sino abrazar lo suyo. Que entremos en la dinámica de ese amor. Hoy la Iglesia nos invita también a lo mismo: a que la referencia de nuestro existir sea Él y solo Él. Queremos que Cristo reine, pero de verdad, siempre y en todo, aunque nos cueste en ocasiones darle paso. 

Pero ¿qué reinado es ese? En el prefacio de la misa, esa oración que nos introduce en la consagración, se nos habla de un reino distinto, porque no es caduco, es un reinado eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la justicia el amor y la paz.

1. El reino de la verdad y la vida. ¿El gran hallazgo de nuestra vida? buscar a Cristo, encontrar a Cristo, y aprender de Cristo a amar, en una amistad que crece porque apostamos por Él. No basta con un conocimiento superficial, teórico. Es preciso ese deslumbramiento que abra caminos de luz. Descubrir a Cristo es encontrar un sentido profundo a la propia existencia. Es adquirir la certeza de que todo lo que nos han explicado y hemos aprendido de nuestra fe no es algo de libro, letra muerta, sino algo que no solo se puede vivir, sino que transforma mi mente y mi corazón. Aunque podamos decir que practicamos, lo definitivo no es eso, es el encuentro personal con Él que cambia la vida. 

2. El reino de la santidad y la gracia. La santidad, aunque lo hayamos escuchado muchas veces, es posible y estamos llamados a ella, pero es, a fin de cuentas, el resultado de una vida en Cristo. No es algo que uno busca y consigue con esfuerzo, es algo que se recibe como un regalo cuando el fuego del amor a Dios empieza a desbordar y, de manera insensible, va instalándose en nuestro día a día. Y eso va ocurriendo con la mayor naturalidad y sencillez del mundo, de tal forma que quizá sean los demás los que se enteren antes que el interesado. ¿Qué hay que hacer? No poner obstáculos a la gracia, no decirle nunca no a Dios que quiere obrar en nosotros si le dejamos hacerlo.

3. El reino de la justicia, el amor y la paz. ¿Y todo eso no es un ideal hermoso pero poco accesible? Aceptar a Cristo como Rey, no solo del universo y sino de toda mi vida, va obrando poco a poco un cambio en la manera de ser y en la manera de obrar y tiene un resultado claro: que lo transforma todo, que hay un antes y un después. Ya no cuenta lo que exige la ley, ya se queda corto el cumplir, sin más, una serie de criterios que son buenos. Ahora todo se ve traspasado por la verdadera libertad de ese amor que se recibe y se entrega, un amor que no sabe de reivindicar, sino de regalar. La justicia se abraza a la misericordia, y surge entre ellas un amor auténtico que da paz.

Vale, eso suena bien, pero habrá que “aterrizarlo” ¿y cómo lo hago? Renunciando a los ídolos a los que he dado poder sobre mí: a mis seguridades, a la búsqueda de mi propio yo a costa de lo que sea, a creerme el rey y señor de todo y de todos, a tratar de imponer siempre mi voluntad, mi razón, la tenga o no la tenga. ¿De qué se trata? De dejarle a Dios que dé un golpe de estado en nuestra vida, sin oponernos a nada que venga de Él. A no dejar que mis deseos se impongan a los suyos. A saber encajar las cosas confiando plenamente en Él, ocurra lo que ocurra…

Cuántas veces hemos visto a María en pinturas donde la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo coronan a la Señora como Reina. Acudamos a ella y nos hará ver que somos herederos del Reino.