JUEVES SANTO 2024
Hay una palabra que resuena como un eco en la Pasión del Señor: misterio. El misterio del amor de Dios que es tan imponente… Pero, al mismo tiempo, nos encontramos con el misterio de la iniquidad, el misterio del mal, el misterio de la soledad, el misterio del rechazo, el misterio del sufrimiento, el misterio de la muerte… Ante todo eso, hemos de caminar con sigilo, para no hacer ruido y, desde ese silencio interior donde Dios habla al oído…, escuchar. No caigamos en la tentación de trivializar lo grandioso, a Dios que actúa y se desborda en comprensión y cariño… Que nos ama. Deberíamos sobrecogernos y ponernos de rodillas. Hoy es Jueves Santo, es tiempo de una amistad auténtica que sabe querer, de una amistad profunda que habla de corazón a corazón, sin tapujos. De confidencias, de ir a lo esencial y alejarse de cualquier cosa que suene a frivolidad, a nimiedades…
Hoy el comienzo del Evangelio nos introduce, como una obertura, en la gran sinfonía del amor de Dios: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Dios no sabe amar de otra manera. ¡Dios mío, cuándo nos daremos cuenta de que esa es tu esencia! Todo lo tuyo gira en torno a un Amor creador, desde antes de la historia, que dio lugar al universo, a todo lo que existe, con ese vigor de lo sublime desde lo pequeño a lo grande, de lo visible a lo invisible. Desplegado de forma especial en el hombre, creado a tu imagen y semejanza.
En el mundo eso del amor se confunde hasta el delirio. Hay mucho odio, mucha rabia contra todo y contra todos, mucho egoísmo disfrazado, mucha manipulación para que termine venciendo el amor propio, para sublimar nuestro yo y quedarnos por encima. Embarramos el amor verdadero y lo asimilamos a cualquier cosa. Tu amor, Señor, no es así: sale al paso de todo y lo sublima todo.
1. Dios que nos ama sin medida. ¿Pero puede haber un amor así? ¿Sin restricciones? Claro que sí, Dios ama como Dios. Hasta el final. Y no es una teoría que deleita el intelecto. Palabras bonitas que suenan bien. Es un amor apasionado que se puede palpar, que estremece. El Señor se desborda regalándose al hombre. Dios que nos pide acogerlo, saborearlo y, darlo. Amor de Dios que se entrega como Eucaristía. Está en ese pan y ese vino que da a sus apóstoles y a nosotros: la Última Cena es la primera Misa, que anticipa el Calvario, preludio de una presencia que llegará hasta el final de los tiempos. Alimento que da la vida. Cristo, que nos regala el sacerdocio: hombres que son Él, Cristo, y lo hacen presente en la historia regalando vida: su gracia a través de los sacramentos.
2. Amar de verdad a los hermanos. El Señor va siempre por delante y para aclarar hasta donde ha de llegar un amor así, se arrodilla. Dios quiere un amor arrodillado que se convierte en servicio. Para servir, servir. Hermanos de nuestros hermanos los hombres para servirlos, haciéndonos cargo de su situación sin reproches, aprendiendo a comprenderlos. Porque la caridad, el amor auténtico está en comprender, en ponerse en el lugar del otro. ¿Concretamos? Tener buena memoria para lo positivo y mala memoria para lo negativo. Amor que perdona y pide perdón, sin rencores. Es, en definitiva, amar a los demás como Dios los ama, sin poner condiciones, perseverando con paciencia, dando nuevas oportunidades. Jesús, sabe nuestras traiciones, pero se hace misericordia, esperanza.
3. Amor a nosotros mismos. Durante estos días quizá sea bueno que le digamos a Jesús, pero con las veras de nuestra alma: Señor mío y Dios mío, qué sobrecogedora es tu mirada, tengo anhelos de ver tu rostro, de dejarme mirar por Ti. Quiero reconocerme en tu mirada para echar fuera de mí todos esos fantasmas a los que doy entrada cuando me miro creyéndome algo o, por el contrario, me miro acusándome. Ni la soberbia que me saca de mi lugar como si no hubiera nadie más en el mundo que yo. Ni esa acusación constante con la que me echo en cara las cosas que no hago bien, como si no hubiera remedio para volver a encender el fuego de mi corazón. Tú, Señor, me quieres feliz, eres tan bueno… me das tu gracia para levantarme una y otra vez de mis debilidades. Gracias.
Jueves Santo. Misterio de amor insondable. Es el Señor, que se pone a nuestros pies. Con una humildad, con una sencillez abrumadora. María, llévanos a su lado para que aprendamos a amar.