JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR 2022

La palabra amor la hemos devaluado hasta gastarla, porque hemos querido hacer de ella un cajón de sastre, donde todo vale, donde todo se justifica. Y algo sublime se ha convertido en moneda de cambio con la que tratamos de beneficiarnos a costa de lo que sea. Dios, sin embargo, es Amor, y en la autenticidad de ese Amor se cumple su designio de salvación. Dios que nos ama, sin condiciones. ¿Y nosotros? Abramos de par en par el alma para recibir su amor incondicional, para hacerlo nuestro y que llene hasta los últimos recovecos de nuestro ser. Luego, vivámoslo en plenitud, como enamorados, porque así lo podremos regalar a los demás a manos llenas, sin restricción, con generosidad total. 

¿No es eso es vivir la vida eterna? La eternidad no es un ideal para consolarnos al menos “un poquito”, no es una idea lejana e inalcanzable, algo irreal porque se quedaría en una promesa sin más. La eternidad es tan real como la propia existencia, y consiste, a fin de cuentas, en conocer y amar a Dios de tal manera que la saboreamos ya aquí en la tierra. El problema es que nos la quieren robar. Pero Dios me da su amor que me hace vivir lo eterno. Con Él, el cielo no es solo una promesa, un deseo, sino realidad palpable que da sentido a mi vida. No trivialicemos el Amor. Es Dios que actúa en mí.

“Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. No cabe más. Ante la sospecha que el enemigo sembró en el alma de Adán y Eva, Cristo nos da ahora la auténtica certeza: Dios no se deja vencer, y restaura lo que se perdió por el pecado. Pongamos la confianza en Él.

Entramos en la Última Cena. Allí la vida entera de Jesús tiene su pleno cumplimiento. Nos entrega sus confidencias de amor. Es el enamorado que no puede otra cosa que decirnos: “te quiero”. Y nos abre el camino para seguir sus huellas. Esa noche nos habla de tres grandes manifestaciones del amor.

1. El amor que se entrega a manos llenas. Caridad. Amor a los demás que brota de forma natural, espontánea. Hay mucha gente que está herida, porque no se siente amada, porque se siente rechazada. Y su corazón se endurece. Cristo que nos ha mostrado a Dios como Padre de ternura y misericordia entrañable, nos tiende ahora la mano, porque nos ama y nos dice: cuenta con mi amor, no tienes que demostrarme nada para que te lo dé, porque voy a derramar mi sangre por ti. Quiero llenar tu corazón para que rebose y lo des a los demás. No acaparemos ese amor, como si solo nosotros fuéramos dignos de ello. Cuanto más se da, más colmada queda nuestra alma. Hay más dicha en dar que en recibir. 

2. El amor que alimenta y da la vida. Eucaristía. Jesús nos salva con su entrega, con su Pasión, muerte y resurrección y vuelve al Padre, dejando la tierra con nostalgia de su paso por ella: había caminado por Palestina haciendo milagros, expulsando los demonios, pronunciando palabras de vida, sembrando la Buena noticia. ¿Y ahora nos quedamos huérfanos…? No. Se va, pero se queda. Vuelve a hacer ese alarde de humildad y de entrega, convirtiéndose en alimento de vida, con proyección de vida eterna. Se queda en la Eucaristía, pan del cielo que contiene en sí todo deleite. Pan que nos nutre y nos da la verdadera vida. Sacrificio convertido en Eucaristía. Jesús sacramentado, alabado, adorado.

3. El amor que se acoge y se hace don. Sacerdocio. El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo ha querido, además, elegir a hombres para hacerlo presente en un mundo alejado del Señor, para que le presten todo su ser: sus manos que consagran y bendicen, que perdonan y sanan heridas, sus labios que hacen resonar su voz… Os daré pastores según mi Corazón. Hombres quizá sin cualidades especiales, pero que han dicho sí, y con su correspondencia traen el cielo a la tierra.

Los sacerdotes pueden hacer suyas las palabras del apóstol San Pablo: “no soy yo, es Cristo que vive en mí”. Actúan en la persona de Cristo. Revestidos de Cristo. Hombres de Dios que viven del amor de Dios y lo regalan.

Cómo nos ama Dios. Esa es la verdad más palpable de nuestra vida. Dios que ha querido hacernos a su imagen y semejanza, ha pensado en nosotros desde la eternidad y sale a nuestro encuentro para salvarnos. Lo necesitamos. María, Nuestra Madre del cielo, nos tenderá la mano para unirnos a Él.