JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR A. 2023
La Última Cena. ¡Qué despliegue de amor tan inconmensurable! ¿Quién lo podría comprender? A lo largo de los años Jesús ha compartido con los suyos tantas oportunidades de cercanía, de amistad, de darse… Pero ahora, todo resulta distinto. El Corazón del Señor desborda de afecto. San Lucas lo dirá de una forma muy explícita: “ardientemente he deseado celebrar esta Pascua con vosotros”. Momento de confidencias, de entrega sobrecogedora. Todo es intimidad, delicadezas de cariño. Jesús que lo da todo y los apóstoles que no terminan de enterarse de nada.
Jesús, verdadero hombre, uno de nosotros, pero verdadero Dios, Palabra hecha carne, se pone de rodillas. Quiere hacer lo que no hace nadie, ni siquiera los esclavos. Todo un Dios que lava los pies a los doce, que, en un alarde de humildad, se abaja. Estamos acostumbrados a hacernos valer en todo momento, estemos donde estemos, y somos muy dados a mirar con frecuencia por encima del hombro. Cuántas veces estamos pagados de nosotros mismos porque tenemos la idea de haber adquirido el derecho a recibir consideración por parte de los demás. Y, sin embargo, Jesús no hace alarde de su categoría de Dios, se despoja de su rango pasando por uno de tantos.
El Señor sabe muy bien cuál es el precio de su amor por nosotros, el precio de la redención, de rescatarnos de todas las lacras que debilitan y dejan herido el corazón del hombre: dejarse clavar en la cruz. Sin embargo, no lo rehúye. Y el amor se hace denso, magnánimo, salvador.
Hoy el Señor lo que nos dice a todos y a cada uno: “muero de amor por ti. Cada segundo de mi vida en la tierra ha sido eso. Desde ese sí de María, mi Madre y la tuya, desde ese instante en que el Padre se llenó de alegría por esa respuesta que encauzaría la historia, el tiempo, la eternidad, y el Espíritu Santo la cubrió con su sombra, la Vida se transformó en vida, en unas células que, al cabo de nueve meses, llorarían en un Niño, Hijo de Dios encarnado. Desde entonces, el Amor se hizo grandioso, se hizo carne, se hizo Amor de los amores. Y todo el universo se transformó en gozo.
Pero ahora, ese Amor adquirirá un contenido todavía más inmenso: la vida optó por la muerte para dar definitivamente Vida. Y una vida abundante. El amor se hizo Sangre derramada para fecundar la tierra. ¡Qué grandeza la de Dios que se hace mendigo de nuestro amor! En este día, Jueves Santo, ese amor único se transforma en luz. Y se despliega en tres direcciones:
1. El mandamiento del amor. ¡Cómo nos cuesta amar! Y, sin embargo, el legado del Señor está claro y sigue vigente: “Os doy un mandamiento nuevo –dice el Señor–: que os améis unos a otros, como yo os he amado”. El Corazón de Jesús. Quiere meternos en su Corazón abierto por la lanza del soldado. Quiere que nos refugiemos ahí, para aprender, descansando en Dios, que amar no es que merezca la pena: es el único modo de vivir de verdad. Muchas cosas brotan de mi alma y chocan con ese amor vivo: el odio, la falta de perdón, la soberbia. Lejos de mí. Enséñame a amar.
2. La institución del Sacerdocio. Necesitamos a Jesús vivo entre nosotros. Necesitamos que siga sembrando esperanza, que siga ilusionándonos con sus palabras de vida eterna. Necesitamos que cure nuestras heridas que han dejado como marca nuestros pecados. Necesitamos que siga caminando por los caminos de la vida haciéndose presente a través de los sacramentos, que ponga luz donde hay oscuridades. Te necesitamos, Señor. Y tu respuesta, Jesús, es darte, acompañarnos, dándonos vida a través del sacerdote. El sacerdote es el hombre de Dios que hace presente a Dios.
3. La institución de la Eucaristía. Porque Tú, Jesús, sabes que somos débiles, y es preciso ese alimento que nutre el alma y le da fuerza para caminar en el día a día. Tú, Jesús, te haces Eucaristía. La Última Cena no fue solamente un momento bonito en la vida del Hijo de Dios en la tierra, fue esa Nueva Alianza del Dios enamorado, que quiere seguir viviendo esa historia de amor con todos y a lo largo de los siglos. El sacrificio de tu entrega, anticipada en esa Primera Misa del propio Jesús, y ratificada en el Calvario. El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Alimento para el camino.
María, Virgen y Madre, sigue esa ruta de entrega, esa peregrinación de amor marcada por Ti. María, a la que una espada atraviesa su corazón: queremos estar contigo para consolarte a ti y a Él.