FIESTA SAGRADA FAMILIA 2023
Quizá hemos convertido en tópico lo de la Navidad como fiesta familiar. Y parte de razón hay en ello. Pero no cabe duda de que, en la memoria de una gran mayoría, la Navidad está cargada de recuerdos que tienen que ver con la familia: la reunión de todos, la ilusión de los niños, las añoranzas de unos y otros… Todo eso, que en gran medida es verdad, tiene que ver con lo que festejamos: que el Hijo de Dios baja del cielo y se encarna como hombre dentro de una familia, donde todos están pendientes de todos, y se respira una ilusión y un cariño a prueba de cualquier eventualidad.
Dios no hace alarde de nada, más bien todo lo contrario: se hace cercano, se empequeñece, se abaja, para que el hombre pueda llegar hasta el cielo, engrandecido por Dios. La familia no es algo que nos hemos inventado nosotros, los hombres, que ha tenido ya una trayectoria en la historia y ahora, como tantas otras realidades, hay que reformularla, porque está ya caduca. No es así: ha sido desde el principio un querer de Dios que nos hace partícipes de su esencia. Es en ella donde se muestran las relaciones más importantes entre las personas: paternidad, filiación, amor-donación. Ahí se ha de mirar la familia de la tierra regida por un amor que no es de interés sino de entrega.
1. La verdad auténtica sobre la familia. Nos quieren convencer de que hay “familias alternativas”, otras opciones a lo que llaman “familia tradicional”. Pero esas otras “realidades” ¿son de verdad un querer de Dios o un invento nuestro para reformular todo desde la base, para vernos capaces de construir cosas distintas, nuevas? Hay una constante en la ideología del mundo: ese afán por redefinir los conceptos más sagrados para que dejen de apuntar al designio de Dios y ofrezcan otras “propuestas” del hombre que desvirtúan su esencia. No nos dejemos confundir: el matrimonio entre hombre y mujer, abierto a la vida y hecho fecundo en los hijos, es camino del amor con que Dios ilumina al hombre. Lo demás ¿no busca justificar, en ocasiones, el propio pecado personal? ¿No sería mucho más sencillo y eficaz remitir la familia a su origen divino y aprender de ello?
2. No seamos teóricos, miremos más a Dios. Con frecuencia nos sabemos muy bien las cosas, pero luego nos cuesta Dios y ayuda concretarlo en nuestra vida cotidiana. La familia no es un concepto de quita y pon sobre el que teorizamos según nuestros esquemas. Es un reflejo de la intimidad de Dios, que es familia por dentro: el Padre que ama al Hijo, y el amor entre ellos es el Espíritu Santo. Una unidad completa regida por el amor. Comunión de personas y, por tanto, reflejo de ella la familia humana. Podríamos decir que hay una familia del cielo: la Santísima Trinidad, pero al mismo tiempo una familia por excelencia en la tierra, la familia de Nazaret: Jesús, María y José. María y José están pendientes el uno del otro, en un amor purísimo, de auténtica entrega. Y los dos, están pendientes del Niño Dios. Jesús, Dios y hombre verdadero en el que se une tierra y cielo.
3. Consecuencias prácticas en nuestra vida. No nos conformemos con lo más humano que puede estar teñido de debilidad. Demos el salto para meter a la familia en el tono sobrenatural al que Dios nos llama. Es cierto que la familia es la célula básica de la sociedad. Desde esa raíz, que es fecunda, se puede construir de verdad y a fondo. Y eso da respuestas a tantas inquietudes, a tantas dificultades que, en su seno, se pueden vivir con esperanza de victoria, para salir al paso de todos esos problemas. Pero no nos quedemos solamente ahí. Veamos su proyección más alta: Dios quiere que, desde ella, se den soluciones, se abran caminos para dejarlo a Él que sea cauce de unión y de vida. No lo dudemos: el Señor ha querido que el hombre tenga ese amparo, arraigado en un hogar donde se van adquiriendo las virtudes, los valores… para que sea una escuela de amor verdadero.
Ahí aprendemos que el amor va por delante del propio bienestar. Que buscar lo propio a costa de los otros es un mal negocio.
Que no puedo pasar por encima del sufrimiento de los demás, sino ayudarlos, para no dejar heridos en el camino. Que hay conceptos que esconden un mal más que un bien: “tengo derecho a ser feliz, quiero rehacer mi vida”. ¿A qué precio? ¿Vale todo? No dejemos que nuestras propias debilidades, o deseos, se conviertan en peso para los demás. Deja que el amor, que se regala sin intereses, sea lo que construya esa relación de unos con otros. Mira la familia de Nazaret. ¿No ves en ella un punto de referencia para fomentar la unión, el cariño, la paz…?