D.Alfonso. Homilía

MIÉRCOLES DE CENIZA 2023

Se quitan las flores del altar, todas las celebraciones tienen el sabor de la sobriedad y de la hondura. Ponemos alma y cuerpo en manos del Señor, con más interés y cariño, si cabe, que en otros momentos. No dejamos de mirar al Buen Dios con una sonrisa cómplice y con un brillo en nuestros ojos que le quiere decir: cuenta conmigo. Dios conmigo y yo con Él. Entramos en Cuaresma.

La lectura del Evangelio nos da las claves para que este tiempo que hoy comenzamos, no sea decir: volvemos a lo mismo que todos los años. Otra vez nos toca, habrá que hacer algo… Algún pequeño sacrificio para sentir que hay que ajustar las tuercas y ponerse las pilas, pero algo que me propongo yo y que luego le ofrezco al Señor, prácticamente sin despeinarme. Pero es algo más.

Vamos a iniciar este camino, con el Pueblo de Israel, metiéndonos en el desierto donde queremos encontrarnos con Dios y con nosotros mismos. Con la idea clara de dejarle al Señor que nos tome de la mano, nos guíe y nos lleve por donde Él quiere, en una lucha de amor. 

La Escritura Santa nos dice cuál es la actitud de fondo, para abrir mente y corazón al Señor. ¿Una pista para empezar? hacerlo todo con rectitud de intención, sabiendo de dónde venimos y a dónde vamos. Hagámonos una pregunta para ver dónde tenemos puesto nuestros afanes, para ver qué nos mueve: ¿Cuál es nuestro público? En la mayoría de los casos, los demás. Podemos estar prácticamente siempre a la espera de ver si nos dan la aprobación, si les cae bien lo que decimos. Incluso estamos dispuestos a rectificar lo que hemos dicho si vemos un mal gesto por parte de la otra persona. No. Huyamos de lo políticamente correcto, de no salirse de lo esperable por una sociedad que nos quiere modelar a su imagen y semejanza, y claro está: no hacerse notar, no desentonar. Eso es optar por la grisura. Eso es ponerle una vela a Dios y otra al diablo. Eso no.

Buscar el aplauso o la condescendencia de los demás nos esclaviza, nuestra actitud ha de ser distinta: no nos apoyemos en lo que el mundo plantea. El que no quiere molestar a nadie termina cruzado de brazos y, en el mejor de los casos, no hace nada malo, que discrepe, que se salga de tono, pero tampoco hace nada bueno: se instala en una medianía, en una tibieza que hiere el Corazón de Dios. Por el contrario: buscar complacer a Dios, dando gloria a su nombre, es liberador. 

Las tres columnas que nos propone el Evangelio son apoyaturas que nos dan el índice de cómo hemos de actuar, con una total libertad de espíritu para obrar según Dios:

1. Limosna. Cambiemos nuestra actitud para con los demás. Los demás no son personas molestas con las que hay que tener cierta distancia. No. Los demás nos importan, no son ajenos, no están ahí para ser comparsas. Son nuestros hermanos. Tratemos de ver en ellos a Cristo, volquémonos con ellos. Salgamos al paso de sus necesidades más acuciantes. Darles lo que nos gustaría que nos dieran a nosotros. No tiene por qué ser solo algo material, en la mayoría de las ocasiones se tratará de algo sencillo y difícil a la vez: de escucharles, de darles comprensión, cariño.

2. Oración. Cambiemos nuestra actitud para con Dios. Quizá pensemos que ya rezamos y eso lo tenemos adelantado. Pero ¿es Dios nuestro confidente? nada importa más que Él. La oración no es seguir la rutina de lo que hacemos habitualmente, porque en muchas ocasiones la podemos tener mecanizada. Si nuestro crecer en oración es seguir haciendo lo mismo, no avanzaremos ni un milímetro en nuestro amor a Dios. Se trata de enamorarse del Señor y tener intimidad con Él.

3. Ayuno. Cambiemos nuestra actitud con respecto a las cosas. ¿Quién domina a quién? Desprendimiento de nuestro cuerpo, que nos puede esclavizar. Seamos libres. Aprendamos a orar con el cuerpo, con espíritu de sacrificio, de entrega. Porque llevar una vida en que la comodidad es el objetivo, nos quita fuerzas para entregarnos a Dios, para ver con objetividad lo que nos falta para que el Señor se incorpore a nuestra vida, y lo que nos sobra para echarlo muy lejos de nosotros.

Se trata de un cambio de mirada, para ser cada vez más del Señor No basta con perseverar en ese camino en el que nos parece que ya estamos, porque puedo decir que soy mejor que muchos. Fuera conformismos. Se trata de ser fiel a Dios y eso implica enamorarse de Él. ¿No hizo eso María?