Homilía D. Alfonso

MIÉRCOLES DE CENIZA 2024

Estamos en Cuaresma. Este Miércoles de Ceniza ha de resonar en nosotros como ese disparo que escuchan los atletas antes de la carrera para poner todo su cuerpo en acción y llegar “volando” a la meta. No es tiempo de brazos cruzados. Es tiempo de desechar cosas inútiles, de esa búsqueda de confort, de bienestar que nos deja adormilados… Sin capacidad de una lucha de amor que es propia de los hijos de Dios. Es tiempo de ilusión y esperanza. Es tiempo de creer, y crecer, de acrecentar la confianza en el Buen Dios. Es tiempo de no amodorrarse, de amar con sabor de novedad, de salir de uno mismo para descubrir que el amor es creativo, que no se estanca y tiene vocación de perpetuarse, de mover vidas y llenar de ilusiones. Es tiempo de conversión. De un cambio activo en el que Dios tiene mucho que decir. Tiene todo que decir. Es nuestro punto de partida, es nuestro impulso, es nuestra meta que habla no de acomodo sino de esperanza verdadera.

Quizá se nos ha metido la idea de ver en la Cuaresma un tiempo gris, de ojos entreabiertos y agachados. No es así, es ese dejar que se proyecte esa luz sobre nuestra alma que nos quiere sacar de la monotonía y la tibieza. Nada de ir tirando y mirada desconcertada, a ver qué pasa. Es momento de caminar muy de la mano de Dios. Sí, porque ese signo de la ceniza no es un anuncio de muerte. Nada más lejos de la realidad. Es recordar que procedemos de la tierra y a la tierra volveremos, pero no con ese tono de agobio, de desánimo interior. La ceniza es una llamada a vivir, a no dormirse.

Las lecturas de la misa de este primer día de Cuaresma tienen ese tono de impulsar a la lucha. Es curioso cómo en el Evangelio se nos anima a emprender ese combate con rectitud de intención. No es algo que yo hago a base de codos, de “esto lo saco yo adelante, caiga quien caiga”. Es abrirle de tal manera la puerta del alma a Dios que le nombramos el protagonista de nuestra vida, sin paliativos. Señor, soy tuyo y no quiero cesar en el empeño de darte paso en mi vida diaria para que todo empiece en Ti como su fuente y tienda a Ti como su fin. Te doy la palabra: actúa en mí. Me sugieres tres caminos. La oración, que es dirigir a Ti la mirada, pero de verdad. La limosna que es estar pendiente de los demás. El ayuno que es prescindir de todo aquello que me separa de Ti.

1. La oración. ¿Quién está en el centro de mi vida? Conocer lo que hay dentro de mí me deja, en ocasiones desencantado, porque tiendo a creerme el centro del mundo y, una y otra vez, me encuentro con mi debilidad. He de abrirme a Ti, en un diálogo de amor constante, para escucharte y, con ese trato de amigo a amigo, ganar en confianza, llenarme de tu amor, acoger la esperanza que Tú me ofreces y que va más allá de mis pretensiones humanas. Mira, Señor, que a veces, incluso cuando pretendo estar contigo, tiendo de una manera clara a llevar yo la voz cantante. Ayúdame a escucharte más a Ti y a guardar ese silencio interior para que tu voz resuene y la mía se acalle. 

2. La limosna. No quiero que la limosna se convierta en algo externo que me tranquilice la conciencia dando unas monedas a un pobre de pedir, o a la Iglesia o a una institución para que ayude a los demás en tantas carencias como hay. Eso con ser algo es muy poco. Ayúdame a descubrir que los que están a mi alrededor existen, que no son un decorado entre el que me muevo. Son hermanos míos a los que he de integrar en mi vida, estar atento a sus necesidades. Especialmente con los más cercanos. Y lo que están pidiendo a gritos, aunque no los escuche, es cariño, es tiempo, es pararse para interesarse por ellos. Son hijos de Dios como yo. Me pides, Señor, atenderlos como hermanos.

3. El ayuno. ¡Cuántas cosas superfluas hay en mi vida! Y no las descubro… Tú, Dios mío, me invitas a ir a lo esencial, a dejar en el camino ese peso muerto de esas necesidades que me creo y que no necesito. Hay algo de lo que no termino de darme cuenta: mis adicciones. Hay cosas que me enganchan y no puedo dejarlas.

Esas cosas que me encadenan, quizá con unos amarres sutiles: mis caprichos, mis pantallas: el móvil, la televisión, internet. Hazme ver que estoy muchas veces secuestrado por todas esas cosas que me quitan la atención de donde verdaderamente he de ponerla. Fuera tiempo perdido en bobadas, de mirarme a mí mismo y poco más. Fuera peso inútil.

María, Madre mía. No me dejes, soy tu hijo. Sé tú el verdadero punto de referencia de mi vida.

Santa Misa. Miércoles de Ceniza del T.O. Ciclo B