NATIVIDAD DEL SEÑOR 2022
Ha nacido Dios en Belén y con Él nos viene la salvación para todo el pueblo. Para ti y para mí.
1. El Niño Dios nos trae la Luz. Ante la oscuridad de un mundo en tinieblas, el Niño Dios es Luz que alumbra las naciones, que quiere transformar las conciencias, que da claridad en la turbación, en el desasosiego, en la incertidumbre. Nos lanza un desafío: fíate de mí, Yo puedo transformarlo todo. Pudiera parecer que el hombre, a estas alturas, debería tener claras las cosas, pero no es así, va como a tientas y tropezando con todo lo que encuentra en su camino. Es el misterio de la confrontación, de prevalecer a toda costa. Y eso engendra confusión y algo más: violencia, porque cada uno se cree con todos los derechos de hacer que el mundo gire en torno a sí mismo. Desde el primer momento de la humanidad, el hombre ha querido ir por delante a costa de lo que fuera: le echó un pulso a Dios para ser como Él, vio crecer la envidia y tuvo lugar el primer crimen. Y a partir de ahí parecía que se abrió la veda al egoísmo de prevalecer. Dios, sin embargo, ha sido, es y será paciente con los hombres. Sabe esperar y, sin forzar la libertad, quiere guiar a todos y cada uno a descubrir su gran valor. No estamos hechos para ir a tientas, sino para volar alto.
2. El Niño Dios nos trae la Vida. No hay duda de que estamos en un mundo donde cuenta más la muerte que la vida. La vida es una moneda de cambio. El mundo intenta vendernos que somos los dueños de la vida y de la muerte. La vida no se valora porque la usamos según nuestra conveniencia. Parece que podemos ponerle veto, cuando no se ajusta a nuestros intereses. Pretendemos ser los que dictan lo que conviene o no. Y, tanto al principio, como al final, decidimos si esa vida merece la pena, porque la consideramos molesta cuando turba nuestros planes. Quizá somos teóricos del amor, porque tenemos claro que las cosas son como son, pero llegado el momento se desliza la tentación de prescindir de esa vida, porque molesta y queremos ser nosotros los que marcamos los límites, lo que se puede y lo que no. Es la dinámica del utilitarismo, del estar por encima de todo y de todos, con mis egoísmos, con mis reivindicaciones. Casi sin darnos cuenta, primamos la propia tranquilidad, el confort del momento. Y si los demás se ponen por en medio, no tenemos inconveniente en prescindir de ellos: y adoptamos una mirada de juicio duro o de cancelación, de prescindir de los demás, volviéndolos invisibles a nuestros ojos.
3. El Niño Dios nos trae la Filiación divina. Es como si estuviéramos en una constante crisis de identidad, porque cuando el hombre prescinde de aquello a lo que ha sido llamado por Dios, ser hijo en el Hijo, se nos evaporan los puntos de referencia y no tenemos claro de dónde venimos y a dónde nos dirigimos. No hay una meta clara, la inventamos según el interés del momento. Se nos ha olvidado que somos criaturas de Dios, que Él nos ha llamado a la vida como corona de la creación, que hemos sido hechos a su imagen y semejanza, que tenemos dentro de nuestra alma la semilla de lo divino. Que hay en cada uno un destello de la grandeza de todo un Dios que no sabe otra cosa que amar. Sin embargo, parece que no nos damos cuenta de que eso es nuestro tesoro. Queremos hacer que todo gire en torno a nosotros, con nuestros esquemas, con nuestros deseos, a veces tan vanos… Es como si nos hubieran secuestrado la memoria para hacernos olvidar nuestra identidad: esa dignidad grande, muy grande, porque nos la ha dado Dios, que nos lleva tatuados en la palma de su mano. Un hombre sin referencias está abocado a tropezar y caer, sin rumbo fijo
Ante todo esto Dios quiere hablarnos, quiere ser la Palabra, el Verbo de vida que nos lleve a dar un sentido pleno a una vida que, sin Dios, resulta vacía. Hoy el Niño Dios, en su sencillez, en su humildad, en su inocencia, nos está diciendo que ese sueño de nuestra razón es un sueño que se puede convertir en pesadilla.
Nos está tendiendo la mano para que, bien agarrados a ella, caminemos por caminos seguros hacia esa fuente que mana, llena de amor y de luz, para darnos vida, para recordarnos que Dios, incluso a pesar de nuestras pobrezas, nos quiere mucho.
¿Quién puede dudar de un Niño? Fijos los ojos en Él, dejémonos querer por el amor auténtico, que no defrauda. Vamos a decirle a María y a José que nos ayuden a descubrir todo esto, que la alegría y la paz que ha traído el Niño Dios a la tierra, se desborde en nosotros.