NUESTRA SEÑORA DEL PILAR 2022

“Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Esas palabras del Señor cuando piropea a María, su Madre, podrían parecer secas, pero con ellas no quería, en absoluto, hacer de menos a su madre, era exactamente lo contrario, la alaba con todo su cariño. “Escuchar y cumplir”. María es la que escucha, pero es, al tiempo, la que pondera en su corazón el querer de Dios Padre y es, además, la que lo pone en marcha: lo hace propio y lo concreta en su vida cotidiana. Eso es también lo nuestro: poner el oído atento para que la voz de Dios resuene en nuestra alma. Y luego ponerla por obra. No somos teóricos del amor, somos los que lo llevamos a la práctica

La escucha atenta de la palabra de Dios y el ir dándole cauce en el día a día, en ese cumplimiento cotidiano del querer de Dios, ¿a dónde nos encamina? A vivir el cielo ya aquí en la tierra. La bienaventuranza no es algo reservado para ese más allá que vemos lejano y lleno de bruma, sino algo que podemos vivir ya aquí abajo. El Espíritu llena de luz y de fuerza a quien sabe decir sí a Dios. Vemos a María, a lo largo de toda su vida aquí en la tierra y ¿qué vemos en ella? Un gozo grandioso, pero no solo cuando las cosas discurren con placidez, sino también en medio de la contradicción y el dolor. Es la dicha que nadie le puede arrebatar incluso en ese momento oscuro al ver a su Hijo entregarse hasta el final, dejándose clavar en la cruz por todos nosotros. 

María había dicho ante su prima Isabel: “Me proclamarán bienaventurada todas las naciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”. Ahora es Cristo quien rubrica esa profecía. María no es solo bienaventurada porque ha le ha dado la vida al Salvador, su grandeza parte de antes: es bienaventurada porque ha escuchado la Palabra de Dios y la ha cumplido. No está en primer lugar el haber dado a luz a Nuestro Redentor. El Hijo de Dios se ha encarnado en ella porque previamente ha dado un sí incondicional a Dios. Su “fiat”, su “hágase en mí según tu Palabra” ha resonado en la Historia y la ha cambiado totalmente. Ha hecho posible un antes y un después.

Ese es, de entrada, el gran mérito de María. El hecho de vaciarse de sí misma para ser colmada de Dios. Por eso es el Arca de la Alianza, Sagrario viviente. ¿Y nosotros? ¡Qué distinto! Estamos muy llenos de nuestro yo, de nuestras cosas, de nuestras ideas, y no terminamos de renunciar a todo ello, lo vemos tan nuestro… ¿No es eso lo que está latiendo, en frases como esta: “yo soy así”? María no dice eso, porque es la pura disponibilidad: se entrega a Dios completamente para que haga en ella sus planes. Su único plan es hacer el plan de Dios. El Espíritu Santo la cubre con su sombra y todo un Dios viene a un mundo oscurecido para llenarlo y para hacer brillar en él su luz.

En la oración del principio de la Misa hemos pedido al Señor algo muy especial: “A cuantos invocan a María con la secular advocación del Pilar, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. Es, en definitiva, un gran programa  de vida.

1. Fortaleza en la fe. María es la que peregrina en la fe a lo largo de toda su vida, tiene plena confianza en Dios: “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Cuántas veces pedirá el Señor eso a los se acercan para que los sane. Dios es fiel y responde siempre. 

2. Seguridad en la esperanza. Nuestra vida no es vivir con miedo, asumir las cosas con una incertidumbre que desasosiega porque quiere uno controlarlo todo. Como María hemos de mirar con esa esperanza firme de encaminarnos a la meta que Dios nos propone. Esperando solo en Dios.

3. Constancia en el amor. María es la mujer que ama y nos enseña a amar. Su amor de Madre es una garantía que ilumina nuestro existir. Ama incondicionalmente, como Madre que se desvive por sus hijos. Ese amor de entrega que va madurando en el día a día, y que se convierte en fidelidad.

María en lo alto de un pilar, roca firme que nos sostiene. Cuando hay tanta ligereza en las convicciones, cuando da igual cualquier cosa, anclar la existencia en Dios, que es roca firme en la que apoyarnos, que es garantía de camino seguro, apoyarse en María es lo que nos da aliento para saber que no podemos decir si y no según nos convenga. Porque no todo vale, la realidad no puede ser, al mismo tiempo una cosa y su contraria.  Ella nos sostiene y nos anima a ser firmes en la fe.