SAGRADA FAMILIA. 2024
Alguien decía en una ocasión: “Aquí todo el mundo va a lo suyo, excepto yo que voy a lo mío”. Una frase que, aunque suene a broma, da el tono que lo que se puede palpar en el ambiente. Cada cual busca su sillón, su tiempo, su serie de Neflix, eso que le relaja y le distrae, y quiere blindar de tal modo sus “derechos propios y exclusivos” que todo lo que vaya en contra de esa parcela mía, se convierte en un atentado en toda regla. Un magnicidio. El individualismo es una plaga que se nos mete de tal manera entre los tuétanos, que nos convertimos en islas perdidas en un océano inmenso, con náufragos que necesitan ser rescatados, aunque no sean conscientes de ello. Vamos muy deprisa, y el agobio, el estrés, la ansiedad, queremos echarlo fuera a toda costa. Y se busca un descanso que acaba siendo también un modo de aislarse de lo que da verdadero aliento y alegría: estar con los otros, salir de uno mismo y buscar el bien de los que tenemos alrededor. En eso la familia ocupa un lugar que no podemos minimizar. En una sociedad que va enloquecida de un lugar para otro, intentando encontrar una felicidad que no se comparte, el reto es descubrir que, en la familia, en ese núcleo en torno al hogar, hay un tesoro que no terminamos de reconocer y, sin embargo, es la solución de muchos problemas.
La Navidad es un tiempo en gran medida familiar. Con momentos que pueden ser verdaderamente gratos y de unión, o auténticamente duros y de desunión. ¿Dónde está el secreto? En buscar, en todo y, ante todo, hacer agradable la vida a los demás: que los demás disfruten, que se sientan acogidos, queridos, evitando suspicacias, dando siempre una oportunidad al otro para que pueda sacar lo mejor de sí, sin que eso sea a costa de los demás.
1. Aprender a perdonar y pedir perdón. No somos “peritas en dulce”. Todos tenemos “nuestros particularismos” y salen los defectos y las manías más tarde o más temprano. Y, en esos momentos parece que todo se desbarata. Nunca es tiempo de darle vueltas a lo negativo. Ni de dejar que entren en juego los resentimientos, las listas de agravios. No cerremos en falso los problemas, veamos más lo positivo. ¿Hay dificultades en el matrimonio? Claro, pero la culpa no suele tenerla uno en exclusiva, se comparten a la par los errores y los aciertos. Por eso mismo, busquemos lo que une y no lo que separa. Los perfeccionismos hacen daño. No puede haber una cara para los de fuera y otra distinta para los de dentro. Entrar en reproches es sufrir y hacer sufrir. Optar por el “tú más” es destruir, ponerse en el lugar del otro es construir.
2. Abiertos a la esperanza en todo momento. Cuando uno es joven y se enamora puede pensar que el matrimonio es la meta: nos queremos, con ilusión nos casamos y “tira millas”. Pero no es verdad, es tan solo el punto de partida. La felicidad ¿cómo se logra? ¿Buscándose cada uno a sí mismo? Es, más bien lo contrario: buscar la felicidad del otro. Entonces felicidad y fidelidad se convierten en sinónimos. El amor no consiste en quererse, sino en querer quererse. Es ir construyendo en un proceso constante de maduración: aprendiendo a sostener y acrecentar ese amor incipiente en circunstancias a veces muy complicadas, en que no queda otra que remar contracorriente. Para ello hemos de pedirle al Señor con mucha fe y con mucha esperanza, ser capaces de comprender al otro en todo: con sus virtudes y con sus defectos.
3. Amor verdadero y vino bueno mejoran con el tiempo. Puede uno pensar que, en un momento dado, y con ciertos logros positivos, ya está todo hecho. Pero no, siempre está todo por hacer. No se puede pretender hacer una carrera de 100 metros lisos cuando estamos implicados en una maratón. El tiempo es de Dios, que es Señor también de nuestra historia personal, y que dará lo necesario para hacer frente a las dificultades que vayan presentándose. ¿Y qué hacer? Dejarle obrar, porque un matrimonio, una familia, donde no se da entrada a Dios porque queremos organizarlo todo a pedir de boca y a nuestro aire, acaba siendo, en el mejor de los casos, una obra humana, cuando es una obra divina. Aprendamos a ser padres, madres, a ser hijos, a ser hermanos. Somos distintos, pero el amor verdadero une y sabe comprender.
La familia de Nazaret ¿qué es? Una obra de Dios. Déjale a Dios hacer lo mismo en la tuya.