SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS. 2023

Ya desde la víspera del primer día del año, la Iglesia nos invita a abrir las puertas de nuestro corazón al Buen Dios, para recibir de Él la bendición: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. Sometemos todo a sus pies, le damos gracias por las maravillas que va haciendo en nuestra vida. Le pedimos perdón por tantas debilidades, por tantos tropiezos y caídas y seguimos agradeciéndole que esté pendiente de nosotros, aunque no nos demos cuenta. Pidámosle descubrir algo que nos cuesta a todos: que nos ama y vuelca su providencia en cada uno de nosotros, porque “todo es para el bien de los que aman a Dios”. Confío en Ti, Santo Dios, Padre bueno que no dejas de cuidar a tus hijos.  

En estos inicios de este nuevo año nos podemos preguntar: ¿qué nos traerá? Está claro que en estos momentos todo está brumoso y no sabemos las vicisitudes que habremos de afrontar. Pero ya desde ahora, lo ponemos todo bajo el signo de tu bendición. Bendícenos, Señor, inclinamos la cabeza ante Ti, para que llegue a nosotros nítida, clara esa predilección que tienes para con tus hijos, y derrames todos tus dones para que seamos fieles y vayamos pisando, en todo momento, por donde Tú pisas. Te pedimos también que nos enseñes a bendecir. “Bendecid, sí, no maldigáis”. Y eso ¿en qué consiste? En hablar bien y desear el bien. No dejar que se den esas palabras tajantes: nunca, siempre, como si pretendiéramos despachar las cosas definitivamente con un cerrojazo. 

No nos vengamos abajo cuando las cosas se tuercen. Estemos abiertos a la esperanza que viene de Dios. Quizá habrá decepciones, situaciones fallidas, pero no caigamos en el desánimo o en la queja. Dios estará en el horizonte. Todo puede cambiar para bien si tenemos fe. Dejemos una puerta abierta, porque todo es posible para el que cree. Lo nuestro es comenzar y recomenzar, fuera de nosotros el desaliento. Construyamos el bien, no permitamos el paso al mal. Bendigamos al Señor y a todos. Dios quiere usarnos como buenos instrumentos para devolver la esperanza al mundo. Aprendamos a bendecir. Así hacen los padres, con esa gracia de estado para bendecir a sus hijos.

1. Hacemos balance: lo bueno se lo devuelvo a Dios porque, a fin de cuentas, ha sido Él quien lo ha sembrado en mí, el que me lo ha otorgado para sacar adelante tantas cosas que van a sanear mi corazón, dando a manos llenas a los demás. Lo malo que he podido hacer pido perdón por ello y lo someto a su providencia para que no envenene mi presente, ni condicione mi futuro. Lo que no he podido llevar a cabo y es para bien, le pido al Señor que me dé luz y fortaleza para ponerlo en marcha, a fin de darle gloria siempre y en todo, sin robarle a Dios lo que le pertenece. Que tenga paciencia conmigo mismo y que, al mismo tiempo, sea capaz de perdonar y perdonarme para vivir hacia dentro y hacia afuera esa transparencia que me llene la vida de un optimismo sobrenatural.

2. Constructores de la paz: no esa paz que consiste en un equilibrio inestable, cuando cada cual cede y nadie termina de estar conforme porque es una paz sostenida por la teoría, pero no sentida y vivida. Busquemos esa paz que se convierte en un reto de amor, apoyada en la verdad y que surge de un corazón enamorado que no se repliega sobre sí mismo. Paz del que sabe perdonar y pedir perdón, aprendiendo de la mirada con la que el Señor nos mira a cada uno. La mansedumbre es una forma clara de no dejar que el enfado, la rabia, los reproches enturbien la propia vida. Con la alegría del que se sabe hijo de Dios y quiere funcionar como tal. Ver, con serenidad, que soy poco por mí mismo, pero soy mucho cuando le dejo obrar a Dios en mí y a través de mí. Esa paz de Dios.

3. Maternidad de María. La primera gran solemnidad del año que comenzamos es María como Madre de Dios y Madre nuestra. Es el primero de los dogmas marianos, del cual proceden todos los demás. Empezamos una nueva andadura en la peregrinación por la vida, y nos acogemos a la intercesión de Nuestra Señora, que es el puente que nos lleva a su Hijo, y es la Puerta del cielo. No ha nacido ni nacerá nadie como ella, ya que fue destinada por Dios a ser la Madre del Salvador. María que está desde el primer momento asociada a la Misión del Mesías de Israel. María que es cercana. María que nos lleva muy metidos en su pecho. María que no deja nunca de atender a sus hijos queridos. Nos ponemos en sus manos para que nos guíe y nos aliente en el camino.