Homilía D. Alfonso

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN 2021

María, coronada de estrellas, la luna a sus pies, como novia adornada para el esposo. El cielo se abre y, en ella, la Virgen Inmaculada, se une con la tierra. Por una mujer, Eva, entró el pecado en el mundo, por una mujer, María, entra la salvación. “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”. Dios que no se hace de menos, y sabe restaurar lo perdido. Y María, esclava del Señor.

La batalla entablada en el cielo, entre el diablo y los suyos, contra los ángeles fieles a Dios, se repite ahora en nuestro corazón. No nos podemos librar de ella. Luchemos a pecho descubierto. En toda su crudeza. Hay que apostar por uno de los dos caminos. Dios no nos abandonará, pero hemos de responder. Ahí está el hombre en toda su desnudez: de inocencia o de precariedad.

La desnudez en la que estaban nuestros primeros padres antes del pecado, no era carencia, nos habla de su verdad más íntima, de quiénes son y cuál es su meta: vienen de Dios y están con Él, en amistad con Él. Qué familiaridad tan hermosa. No tienen nada que ocultar, no tienen vergüenza, porque son y se sienten amados: a imagen y semejanza de su Creador. Podían pasearse con Dios por el paraíso, porque había una confianza mutua. Sin embargo, entra el pecado y esa desnudez queda manchada: muestra la pobreza de quienes han querido cortar su relación con Dios, porque lo han  empezado a sentir como un competidor. Su orgullo ha retirado a Dios de su horizonte. 

La primera desnudez habla de confianza, de cercanía, no tienen nada que ocultar, la segunda desnudez, sin embargo, avergüenza, porque muestra sus cuerpos heridos por el pecado. Se ocultan de Dios porque han perdido su inocencia: acaban tirando por la borda la luz que había en ellos. El hombre y la mujer se oscurecen, se dejan cubrir por la sombra del pecado. Es el mal, que toma carta de naturaleza en su alma. Qué distinto a lo que hace María, que se deja cubrir por la sombra del Espíritu Santo, amparada por la mano de Dios, que es como un paraguas que la protege de toda inmundicia. María la llena de gracia, tan llena de Dios que lo alberga en su seno.

 Por un lado, una sombra de negrura: el pecado que ha introducido la serpiente y aparta al hombre de Dios. Por otro lado, esa sombra de luz que protege a María: la gracia que se derrama en ella, y llena de brillo el mundo. Su sí ha abierto la puerta al Salvador. El engaño de la serpiente que les hace dudar de Dios, frente a la verdad de quien se ofrece incondicionalmente a su creador. ¡Qué distintos estos dos caminos que llevan, el uno a la perdición, y el otro a la salvación!

1. María eres bienaventurada. Así te han llamado y así te seguirán llamando por siempre todas las generaciones. Dios ha querido ponerte en el centro de la historia, para que brillaras en tu humildad y entrega. No has dejado que se desaproveche nada de lo que Dios te ha regalado. Te ensalzamos como la Santa entre los Santos. Eres Madre de ternura. Más que tú, María, solo Dios. 

2. María eres la llena de gracia. El Señor se ha volcado en ti y te ha llenado de sus dones. El Padre ha querido adornarte con todas las virtudes. No podía ser menos: así debía ser la Madre de Dios. Has permanecido en todo momento disponible para Él, y no le has negado nunca nada. Te has constituido Puerta del cielo. Dios ha hecho obras grandes en ti, y encarnas la santidad por entero.

3. María eres la Inmaculada. No hay en ti mancha de pecado porque Dios te ha librado de esa lacra en tu alma. Eres toda hermosura, belleza virginal, toda pura. Estás atravesada por esa corriente de gracia que Dios ha puesto en ti, que no se ha desvirtuado por nada y que haces llegar nítida a nosotros tus hijos. Esa excelsitud no te aleja del hombre, te hace comprensiva en su pecado. 

En esa lucha de amor en que la que está embarcado el hombre, tiene en María su punto de referencia. Tú estabas llamada a ser la que pisara la cabeza de la serpiente, derrotando al enemigo. Contigo nada está perdido: eres Madre de la Esperanza, porque te ofreces para ser el canal por el que Dios nos restaura.

Te has convertido en medianera de todas las gracias y consigues para  nosotros, tus hijos, todo lo necesario para caminar seguros hacia el Señor. Bendita seas.