MISA DEL DÍA. SOLEMNIDAD DE LA NAVIDAD 2024

Dios no es un Dios mudo, que va a lo suyo y se desentiende de nosotros. No está perdido entre nubes como si no hubiera nada ni nadie que suscitara su interés. Dios ha creado al hombre, pero no para dejarlo a su suerte, y que se las arregle como pueda. No es un Dios relojero que da cuerda a todo y después se dedica a sestear. Su amor no es compatible con esa indiferencia que algunos le achacan. No nos mira desde el cielo y allá penas, cada cual a lo suyo. Se interesa por todos y cada uno y ha querido hacerse presente en la historia, para asumir lo nuestro y darnos de lo suyo. Maravilloso intercambio entre lo divino y lo humano. Y nos habla, habla nuestro lenguaje, con hechos, con gestos y con palabras. Y, para que no haya duda, se mete en nuestra vida, nos habla desde el silencio de un Niño que quiere ser acogido.

1. Bendito Dios que nos ama de esa manera. Hoy todo lo que se celebra en la Iglesia es canto y alegría. Se ha roto el silencio. El profeta Isaías nos lo recuerda de una manera clara: nos invita a cantar a coro, porque Dios ha venido a consolar a su pueblo, y viene a salvarnos. Hoy la Trinidad Beatísima “hace de las suyas”: el Padre, en su misericordia, ama a su Hijo Único de una manera tan impresionante que ese Amor es una persona: el Espíritu Santo. Y eso no solo es “teología elevada”, no queda solo dentro de la “intimidad trinitaria”. Todo eso, que es Amor y del bueno… explota de gozo para llenar la tierra de esa paz y alegría íntima, con vocación de eternidad. Por eso sigue diciendo la Escritura que, cuando el Padre Eterno introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios». Cristo, el Mesías, el Señor, reflejo de su gloria, impronta de su ser. ¡Dios que nos habla, que se hace elocuente! Es la suya una Palabra tan hermosa y fecunda que se hace Niño. ¡Un Dios que se hace Niño por nosotros!

2. No pueden ni podrán callarnos. Porque, como el mismo Señor dijo: si callaran los que cantan y llenan el mundo de alegría con la Buena Noticia del Dios con nosotros, serían las piedras las que les tomarían el relevo. No podemos silenciar a un corazón enamorado que estalla de alegría interior. Hablamos de esa experiencia transformadora que trasciende nuestra vivencia personal. Dios es para todos, Dios que ama a todos y quiere salvarnos de la postración en la que estamos. Sin embargo, el mundo es muy suyo, trata de defender unos intereses tan “mundanos” que no nos quieren ver mirando al cielo. ¿Por qué esa animadversión? Porque la verdad de Dios muestra a las claras la mentira del mundo. Quisieran que la voz de quienes hemos acogido el amor de Dios y le hacemos eco en el mundo, se quedara relegada al ámbito de lo privado. Pero eso no podemos permitirlo. Tenemos el derecho y el deber de vivir y mostrar nuestra fe, sin que nadie nos quite esa libertad esencial. No nos avergoncemos de Dios. 

3. El poder transformador de Dios que renueva la tierra. ¿Y ahora qué? ¿Nosotros qué? Ahora es el momento del agradecimiento y de la acción. Gracias, Señor, porque eres bueno, porque es eterna tu misericordia. Porque has condescendido con el hombre y te deshaces con él, porque desbordas de amor. ¿Podemos acaso quedar indiferentes, como si eso no hubiera ocurrido, como si eso no fuera transformador, como si tuviéramos derecho a mirar para otro lado? Métete, Señor, hasta el fondo de nuestras almas y renuévanos para no permanecer en esa especie de bobaliconería del que no se entera de las cosas. Vale ya de componendas, de nadar y guardar la ropa. El mundo, aunque no lo reconozca, está necesitado de autenticidad, porque, aunque no lo diga, está aburrido de tanta mediocridad y mentira. Tú has traído la Verdad verdadera a la tierra, y quieres que la acojamos, la vivamos y la transmitamos. Haznos fuertes y decididos para que tu Palabra se encarne en cada uno. Sí. Ven, Señor, a salvarnos.

Que no nos engañen diciendo, en el mejor de los casos, que todo esto es un ideal, que es algo muy difícil, un imposible… Eso no es cierto. No entremos en esa dinámica de falsedad. Miramos al Niño Dios, ese que ha cambiado la historia, porque, de hecho, los años se cuentan desde su venida al mundo. María y José, con su sí rotundo, claro, en plena fidelidad, han sido y serán para nosotros punto de referencia. Amor sencillo y fuerte, que vence al mundo y salva.