SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL 2022

¿Cómo era el trato de Jesús con sus discípulos? Era su Maestro y ellos lo seguían, los había llamado para caminar con Él, pero su relación iba mucho más allá de ese ir detrás de un rabí con cierta fama… Eran, sobre todo, sus amigos. Jesús había creado con ellos un clima de confianza, de cariño. En este contexto, se entiende muy bien que la madre de dos de ellos se atreva a “pedir la luna” para sus hijos. Jesús mismo les había dado motivos para hacerlo: “pedid y se os dará…” Sin embargo, cuando vemos la escena, enseguida nos damos cuenta de que han confundido un poco las cosas. La oración de petición es una forma preciosa de presentarse ante el Señor, pero ¿hasta dónde pueden llegar nuestros deseos?

1. ¿Cómo son mis deseos, mi manera de ver las cosas? Con más frecuencia de lo que debería apuntan a una lógica humana. Miran un futuro para beneficio propio. ¿Pretendo eso? ¿Salirme con la mía con un planteamiento mundano y según los criterios imperantes? ¿No sería eso ponerme yo por delante, y dejar a Dios por detrás, sujeto a mis pretensiones? ¿Y si borrara mis huellas para seguir las suyas? ¿Y si intentara ponerme en sus manos para vivir una unión íntima con Él? Que Él me poseyera… ¿De verdad quiero poner mis intereses por delante? Lo que yo pongo, lo que yo hago, lo que yo voy intentando, solo adquiere su plena eficacia, su verdadero valor, cuando Dios es el verdadero motor que pone en marcha todo. Mis peticiones se basan a veces en las cosas, incluso en las cosas de Dios antes que en el Dios de las cosas, porque pienso mucho en mí mismo. Que cuando pida no sea para conseguir que Dios ponga en marcha mis deseos, sino para que mis deseos se pongan al servicio de Dios. Es la forma de vivir desde Él, con Él y para Él. Eso implica caminar con deseos y por caminos de santidad.

2. ¿Y la manera de ver las cosas de los apóstoles? Hay en ellos reticencias y envidias. Seguimos a lo humano. Vivir un presente con suspicacias y comparaciones, lo que hace es hipotecar el futuro. Quizá planteamos nuestra vida mirando hacia la meta, sí, pero podemos distraernos, y mucho, mirando a los lados, fijándonos en los demás, en lo que hacen, en cómo lo hacen, si van por delante o van por detrás, si son mejores o peores que yo. Y eso, aparte de darnos dolor de cuello, nos quita la mirada de la meta que Dios nos había propuesto. No te compares, pierdes el tiempo y acabas juzgando a los demás para quedar tú por encima. Fíjate solo en Dios. “Haz lo que puedas, pide lo que no puedas y Dios te dará para que puedas”. Mira a los demás para ver en ellos a Cristo, no a competidores que te pueden robar lo que tú quisieras tener. ¡Cuántas energías perdidas porque establecemos baremos, medidas, con las que quisiéramos llevar siempre la delantera a los otros! Tus ojos fijos en el Señor. Tu disposición siempre dispuesta a ayudar a los demás. ¡Qué paz da ver los éxitos de los demás como propios!

3. ¿Y la forma de plantearlo todo por parte de Dios? Mira al Señor y déjate iluminar por Él. Es el que te muestra el camino, te acompaña en él y te ayudará a llegar hasta la meta. Vive de cara a Dios, tu presente y tu futuro. Y todo eso iluminará también tu pasado para abandonarlo a la misericordia de Dios. No dejes que en tu vida prime la eficacia sino la santidad. Solo siendo santos seremos eficaces. Con una eficacia sobrenatural. Si buscamos cumplir los planes previstos que hemos trazado, y no implicamos a Dios, todo eso quizá nos satisfaga y nos tranquilice la conciencia, pero será papel mojado. Llenar el tiempo con nuestras cosas no es el objetivo, el gran objetivo es darle entrada a Dios en nuestra vida. Dentro y fuera de la Iglesia nos perdemos en planes, proyectos que parecen ser la solución, pero no va por ahí: una cosa es estar entretenidos para justificar que trabajamos, y otra cosa, bien distinta, es ser fieles al “Evangelio”, la “Buena Noticia”, que el Señor ha traído a la tierra. Dios mío ayúdame a poner las cosas en su sitio, en primer lugar, en mi cabeza y en mi corazón. Y desde ahí a la eternidad.

El apóstol Santiago fue el primero que dio su vida por Cristo y el Evangelio y selló con su sangre esos deseos suyos que se fueron transformando hasta entregarlos al Señor. Es cierto que habrá cruz, dolor, padecimientos, pero allí estará también María y, como a Santiago, nos dará consuelo y fortaleza.