SOLEMNIDAD INMACULADA CONCEPCIÓN 2023
¡Qué gran solemnidad la de hoy! La Inmaculada Concepción. La condescendencia de Dios con el hombre al que no deja a su suerte, al que cuida con delicadeza de amor. La Iglesia para mostrar la grandeza de lo que Dios hace con nosotros nos invita a mirar a María, la mujer por excelencia, la que Él ha elegido para cambiar la historia. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” nos dirá San Pablo. Ante la desobediencia de Adán y Eva, el sí de María dará paso al nuevo Adán: Cristo.
¡Qué bueno recordar cómo se ha ido fraguando la historia de amor de Dios con el hombre! Desde el principio, Dios se ha volcado en él. Pero el hombre es ingrato y el Padre sale a su encuentro.
¿Qué es la Escritura Santa? Contar esa historia de amor. Repasa el Génesis: Dios ha revestido a Adán de todos sus dones y está abrigado, protegido y lleno de luz, porque Dios lo ha coronado como rey de la creación. Es hechura de un Padre que ama. Se siente predilecto y amado por Dios que se pasea con él por el jardín. Ha acogido ese regalo inmenso: es reflejo de Dios, ha sido creado a su imagen y semejanza. Sin embargo, entra en juego la serpiente. La serpiente primordial, el diablo, satanás, enemigo de Dios y, por tanto, enemigo del hombre al que aborrece. Y quiere herir a Dios, hiriéndolo en su obra maestra: el hombre. Algo que se va a ir repitiendo a lo largo de la historia.
La obra de Dios y la obra del enemigo, que está a la contra. ¡Qué dolor! Es él quien introduce en la vida del hombre el pecado. El esquema de la primera caída se repetirá después en cualquier pecado. Veámoslo: el diablo seduce porque la mujer, Eva, se deja engatusar por él, da el primer paso y hace entrar también en el juego al hombre, Adán. El diablo es el gran mentiroso, porque les hace creer que Dios es un competidor, un ladrón de lo suyo, de sus bienes. Y, a partir de aquí, hiere porque, al lograr que la mujer y el hombre caigan, deja tocada de muerte el alma, la deja perdida. En el siguiente paso el diablo lo que hace es sembrar la acusación porque, al instante, el hombre y la mujer se dan cuenta de que los dones recibidos por la generosidad de Dios se disuelven. Y se ven desnudos. Se consuma así la maldad del enemigo. El diablo hace que todo quiebre: desune con respecto a Dios, alterando esa perfecta intimidad con Él. Y rompe la unión de hombre y mujer, sacando a relucir los reproches mutuos. Lo de siempre, elegir lo que pide el propio egoísmo y alejarse de Dios.
Si nos paramos a pensar y lo trasladamos a nuestra propia vida, vemos que el esquema es el mismo. ¡Cuántas veces ponemos nuestro yo por delante y, ante un amor incondicional que Dios siempre nos da, respondemos con el egoísmo! Queremos imponer nuestro criterio, para hacer las cosas según nuestro gusto, aun a costa de enemistarnos con el Señor. Entonces, como ahora, entra en juego María, la Inmaculada, la toda Pura, la Santa por excelencia. Abre su corazón al Padre y acoge en sus purísimas entrañas al Hijo de Dios vivo, por obra del Espíritu Santo. Y me acoge a mí.
1. María nos hace contemplar a Dios como aliado. Dios no es quien nos quita la libertad, todo lo contrario, le da su pleno valor. El pecado es seductor, pero engaña. Cuando caemos en el pecado tendemos a ver a Dios como Juez. Sabemos que hemos obrado mal y tememos el castigo. Cuando vivimos de cara a Dios lo vemos como Padre. Nos sabemos amados y nos llenamos de paz y alegría.
2. María nos anima a vivir con pureza de alma. En un mundo sucio, que nos trata de vender la hojalata como oro, fomentando esa impureza que ve el cuerpo como un instrumento para entronizar los deseos, para un placer que se hace adictivo y acaba esclavizando, María nos recuerda: se puede vivir la pureza, nuestro cuerpo es templo de Dios. Somos como ella: Arca de la Alianza.
3. María nos ayuda a abrirnos al Espíritu Santo. Tu sí María, estableció un antes y un después en la Historia, porque donde habitaban las tinieblas se hizo la luz, donde había incertidumbre se llenó de verdad, donde había fealdad y corrupción se entronizó la belleza y la dulzura.
María fue dócil para decir que sí al Padre y se llenó de la fuerza del Espíritu Santo para engendrar al Salvador.
María, Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre Nuestra… ¡Cómo te queremos! Nos hemos beneficiado de tu intercesión siempre fecunda y nos hemos acogido a tu Corazón Inmaculado. Sigue siendo Madre de Amor, Ternura y Esperanza. Y nosotros lucharemos por ser para ti buenos hijos.