DOMINGO V T. ORDINARIO C. 2022

En las segundas lecturas de la misa de los domingos, solemos escuchar al apóstol San Pablo que fue marcando el camino a los primeros cristianos, para fortalecerlos, dándoles razones para la esperanza, proponiéndoles una dirección que invita a vivir de Dios. El encuentro con Cristo tiró por tierra lo que hasta ese momento había sido su itinerario vital, para pasar de una fe recibida, formal y estricta, a una fe vivida de una fuerza transformante. Eso es lo que también hoy ha de ocurrir en nosotros: descubrir esa fe auténtica que nos cambia por dentro, que enciende el alma y nos hace seguir otro rumbo, con otro ritmo vital. Es la fe en Cristo vivo, que ha resucitado, y se hace presente en nosotros para darnos vida. No vivimos de un recuerdo fugaz que, en un momento dado, nos dio cierto impulso y nos emocionó. Vivimos de un hecho que ha transformado la historia y ha dado un sentido pleno a nuestra vida personal: Cristo vive, no es una idea, no es una excusa para poder decir que me apoyo en algo, es una realidad palpable que me da la verdadera alegría y la verdadera paz.

Hoy lo que nos transmiten las lecturas con distintos matices, pero apuntando a lo mismo, es el encuentro con Dios, que es personal y único en cada uno. No estamos hechos en serie. Podríamos decir que Dios rompió el molde cuando nos llamó a la vida. Dios tiene un plan para ti, un plan que también es único y que nos descubrirá la verdadera felicidad. Pero hemos de acogerlo, apostar por el Señor y caminar con Él. Es cierto que la mayoría de nosotros hemos vivido la fe desde niños, pero esa fe tiene que avivarse, ser alimentada a lo largo de los años, porque no puede quedarse en lo experimentado de pequeños. Cristo pasa por nuestra vida, y hemos de facilitarle que nos mire y nos enamore, pero no para un rato bonito y “recordable”…  Ha de ser el motor de nuestra vida.

El Evangelio de hoy podría convertirse en la hoja de ruta para vivir de fe, no de recuerdos.

1. El Señor enciende con su palabra. Predica de una manera vibrante. Pero no son las suyas palabras que se lleve el viento. Hay muchas palabras en el mundo que suenan confusas, que solo hacen ruido, porque no son verdad, porque buscan tan solo distraernos de lo fundamental, darnos pistas para entretenernos, pero no dan vida. Quizá buscamos por un lado y otro, pero ¿para qué? ¿para nuestra satisfacción? Qué poco ofrecen esas promesas grandilocuentes: son palabras vacías, que no llenan. El Señor, sin embargo, nos da su palabra. Él es la Palabra definitiva de Dios que viene a la tierra. Su palabra es vida para los que la escuchan y la acogen muy dentro de su corazón.

2. El Señor pide audacia: “rema mar adentro”. Afortunadamente hoy existen muchas más posibilidades para tener experiencias “fuertes” de Dios: un viaje a un santuario mariano, un retiro que nos descubre cosas que no habíamos descubierto hasta ese momento, ese toque del Espíritu Santo que nos hace ver con luz nueva nuestra existencia y la abre a la esperanza cuando antes estaba mortecina. Demos gracias a Dios por poder profundizar en su misterio de amor que nos enciende por dentro. Pero ese misterio del amor de Dios que se nos revela, no puede quedarse en fuegos artificiales, hemos de echar leña nueva al fuego del amor que el Señor ha encendido en nosotros.

3. El Señor impulsa a ser apóstoles: a echar las redes. Recibir, acoger, fomentar, son fases sucesivas del amor que Dios nos regala. Pero lo que recibimos, y hacemos todo lo posible para que vaya creciendo en nosotros, estamos llamados no a guardárnoslo, sino a darlo a manos llenas. Ese don no es para otros más buenos o más dignos que yo. ¿Dignidad o indignidad? No nos liemos, Dios nos quiere y nos ha elegido para llevar ese mensaje de salvación a todo el mundo. Es Dios el que te va a ayudar: ofrécete a Él. Confía en el Señor, porque estamos llamados a lograr para Él una gran redada de peces. No pongamos excusas de si somos o no capaces. Él sí es capaz. Fiémonos de Él.

No es que tengamos que ir a países lejanos o hacer cosas heroicas que no sabemos si van a presentarse. Se trata de hacer que nuestra vida diaria tenga dimensión de eternidad por el amor que pones en cada cosa que piensas, que sientes, que haces. No le des más vueltas. Dios te quiere a ti con todo lo bueno y todo lo menos bueno. No tienes que ser de una pasta especial. Él no descarta a nadie, solo quiere nuestro sí. Tu vida tiene un propósito, tiene un sentido, el que Dios te propone.

Escucha a María, Nuestra Madre del cielo, que sigue diciéndonos: “haced lo que Él os diga”.