Homilía D. Alfonso

DOMINGO V T. CUARESMA C. MUJER ADÚLTERA. 2022 

En el evangelio del pasado domingo el Señor nos mostraba la misericordia del Padre que siempre está dispuesto a acogernos, a darnos nuevas oportunidades porque somos sus hijos. El Padre que perdona y quiere abrazarnos, porque nos ama. En el evangelio de hoy se da un paso más. Aunque los fariseos le plantean a Jesús un reto nada fácil: elegir entre la justicia y la misericordia, Jesús les va a devolver ese reto: quiere que aprendamos a ejercer la misericordia con los demás. 

No confundamos las cosas. La justicia no puede ser enemiga de la caridad. Para un hijo de Dios una justicia que descarga, sin más, y de una manera implacable, el peso de la ley, nos convertiría en justicieros. ¿Dónde queda, entonces, ese perdón que puede redimir? ¿Dónde queda esa puerta abierta al arrepentimiento, a la rectificación, a la misericordia? El Señor apuesta por la intransigencia con el pecado, pero, al mismo tiempo, nos enseña a ejercer la misericordia con el pecador. El pecado es un mal en sí mismo que produce muerte. Pero al pecador le abre siempre la puerta para salvarlo.

La escena que describe el evangelio de hoy es conmovedora y dramática a la vez. Nos está invitando a descubrir la verdadera dimensión de lo que supone el amor. No podemos quedarnos en amar al que merece ser querido, vamos a tenderle la mano al que quizás no lo merece, y recuperarlo de ese modo para la vida. Así, en ese maravilloso encuentro entre Jesús y la adúltera, queda bien claro que es compatible la verdad y la misericordia. Ante la pobreza interior de los fariseos, salta a primer plano ese diálogo de amor entre la Misericordia, Jesús y la miserable: esa mujer aprisionada por el pecado, y que necesita liberarse de él. El que puede hacerlo es Jesús que viene a dar vida. 

1. Está la “verdad” de los acusadores. Parecía claro: aquella mujer había cometido adulterio y la ley decía que había que apedrearla hasta morir. Pero ¿eso le importaba realmente a los fariseos? No demasiado, pero lo toman como una ocasión propicia para acorralar a Jesús y comprometerlo. Hablamos a veces por no callar, decimos cosas de éste o de aquélla y la crítica, la murmuración se extiende y quizá nos justificamos diciendo que era verdad. Pero esos juicios, ¿no va sembrando de sal y desconfianza allá donde llegan? Es una de las cosas que más repite y le duele al Papa: los dimes y diretes, el “chismorreo”. No juzguemos porque aunque sean verdad, esas malicias se  convierten en cizaña que, como poco, distorsiona el bien y hace caer en el mal. ¿Y si lo dicen de nosotros…?

2. La Verdad misericordiosa de Jesús. Ahí está Cristo, la Verdad, la Sabiduría de Dios que va más allá de los razonamientos de los hombres. El Señor que es, sobre todo, la misericordia en estado puro. ¿Qué hace ante las insidias de aquellos hombres con doblez, que solo tienen en cuenta sus intereses? Lee en los corazones, y adivina las intenciones que hay en lo más profundo de cada uno. Dios sabe cómo eres, como soy. Sabe la realidad del pecado de unos y otros porque, de hecho, ha venido a liberarnos de nuestro pecado. Y nos pone frente a la realidad de nuestra vida. No nos engañemos haciendo juicios sobre unos y otros, comparándonos con los demás para creernos mejores o peores. Todos necesitamos salvación, y se consigue mirando a los demás como mira Dios.

3. La verdad de un perdón que redime. Lo que importa es la verdad de Dios que perdona, y siempre nos dará la oportunidad para cambiar de vida. La misericordia no consiste en pasar por alto el pecado, desdibujando la culpa, ni en dar todo por bueno. Eso no es misericordia, eso es devaluar la gracia de Dios y entronizar el todo vale. Es lo que pretende el enemigo: medias verdades que hagan pasar lo malo por bueno. Es el rey del eufemismo y devalúa las palabras para llenarlas de vacío, nos confunde haciendo que lo claro se convierta en algo difuso. Dejémonos reconciliar con Dios que es el que nos va a abrir el camino para volver a empezar y seguir sus pasos. Ese perdón de Dios que nos limpia por dentro y sana nuestras heridas. Y nos invita también a nosotros a perdonar.

Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. Es una promesa de Dios que quiere meterse en nuestro corazón de piedra y convertirlo en un corazón de carne, capaz de amar en todo momento, en toda situación. Capaz de sembrar paz y alegría en nosotros y los demás. Nuestra Madre, la Virgen Santísima, nos mira con ojos misericordiosos, eso le decimos en la Salve. Y quiere que hagamos nosotros lo mismo. Vamos a ponernos a ello.