DOMINGO V T. PASCUA C. 2022

La palabra amor es un concepto que, siendo en sí mismo sencillo, lo hemos ido cargando de adherencias no precisamente positivas. Quizá le damos el tono romántico de quienes tienen la cabeza en las nubes y no pisan tierra. Nos suena a algo sentimentaloide, que nos hace ser blanditos, con poca consistencia. Quizá porque valoramos más la razón, porque nos da muchas más seguridades: tener claras las cosas, dominar la teoría, nos parece que es mucho más “vendible”. Mientras que lo del amor resulta difuso, sumamente subjetivo y alejado de la realidad de la vida. Pero, no nos engañemos, eso no es así. Hemos de devolverle a esa palabra su fuerza, su transparencia, su proyección positiva.

Hemos podido tener experiencias negativas por no sentirnos queridos, por no haber recibido ese afecto que necesitábamos en los distintos momentos de nuestra vida, sobre todo cuando nos hemos visto más vulnerables. Esa frialdad con respecto a nosotros se ha convertido en una frialdad de nosotros hacia los demás: repetimos los esquemas que nos han hecho sufrir. Nos puede ocurrir que, ante un sufrimiento interior, queramos, de una manera u otra, que también sufran los que nos han hecho daño. O eso nos vuelve perfeccionistas, exigentes, duros con los demás, a los que no dejamos pasar ni una. Y, claro, eso empeora las cosas. Que sepa encajar, Señor. No se puede responder a un mal con otro mal, porque lo único que logramos es que aumente la maldad. No vale ir de justicieros, la violencia engendra violencia en una espiral que no acaba nunca. Hay que cortar ese círculo vicioso, no alimentarlo.

Dice el apóstol San Pedro que es preferible sufrir un mal a hacerlo. Sin embargo… cuánto cuesta.

1. No dejes que la falta de amor te aplaste. ¿Tienes experiencias malas? Por qué no lo hablas con el Señor y le pides que te dé la fortaleza, el impulso para ahogar el mal en abundancia de bien? Rompe, con tu vida entregada a Dios, esos nudos que van haciendo la vida ingrata a los demás y a ti mismo. ¿No te parece que a veces estamos enfadados, muy enfadados con el universo mundo y con nosotros mismos y eso acaba siendo una fuente de amargura de la que no salimos? ¿Por qué te cierras la puerta a ti mismo y te empeñas en estar agazapado, triste, solo, dándole vueltas a tu suerte? Confía en Dios, dale la oportunidad de ayudarte, de sacarte de ese agujero negro en el que te has metido.

2. Aprendamos a querer. No demos nada por supuesto. ¿Y si haces un escáner a tu corazón, para ver en detalle lo que hay dentro de él? ¿No te parece que hay muchas cosas desordenadas e inservibles, que lo cargan de un peso muerto? ¿No crees que compensa ir metiendo en él todo lo que puedes aprender mirando al Señor? No te excuses diciendo que es difícil, que eso podría pedírselo a otros, pero no a ti. Eso es, a fin de cuentas, una manera de echar balones fuera, de eludir responsabilidades, de apostar por la tibieza o la mediocridad… Sal de ahí. ¿No te parece que has de dar un golpe de efecto en tu vida, ser valiente y apostar de verdad por lo que Dios te va pidiendo? Y ¿por qué no lo haces…?

3. Mirar a Dios que nos ama incondicionalmente. No dejes que el daño recibido te bloquee y te amargue la vida. Aunque lo creas, no tienes ningún derecho a enfadarte con todo y con todos. “Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como Yo os he amado”. Déjate mirar por Dios, conmuévete ante su amor desinteresado, y luego… haz tú lo mismo: ama hasta que te duela. Eso, aunque te parezca imposible, es el camino. Es el mandato nuevo. ¿Y dónde está la novedad? En que un amor así, incondicional y constante, fuerte y alegre, solo lo recibimos de Dios, y si se lo pedimos, Él nos concederá. Amar como Dios ama. Dios que es Amor. Ese es uno de sus nombres más genuinos.

Mírate por dentro. Sin contemplaciones. ¿Qué tienes en la cabeza? ¿Qué ocupa tu corazón? ¿De qué hablan tus hechos…? Si lo vieras en otros ¿le darías tu visto bueno? ¿No es eso lo que muchas veces criticas en los demás? ¿Que son ellos los que han de cambiar…? El que tienes que cambiar eres tú, que vas a lo tuyo y solo buscas recibir, cuando tienes que empezar a dar. Mira a María, ella ha hecho el vacío por dentro para que Dios lo llenara. Ha recibido todo y, como madre, lo ha dado a manos llenas.