DOMINGO V T. PASCUA A. 2023
San Pedro nos presenta a Jesús como esa piedra de un edificio que sostiene una carga grande, sin la que el edificio se caería. Piedra destinada a perdurar. Eso ha de ser para nosotros el Señor, el apoyo y sustento de nuestra vida. Quizá buscamos nuestro sitio en el mundo, ese lugar en el espacio que defendemos con uñas y dientes. Pero en ocasiones creemos que otro está ocupando el sitio que nos corresponde, o es otro el que cree que somos nosotros los que ocupamos su lugar. Las comparaciones, las suspicacias, esas luchas del quítate tú que me pongo yo… No entremos a eso.
Jesús es el “aposentador real”. En los palacios de los reyes había una figura que hacía eso: cuidar de que cada cual pudiera estar a gusto en la casa del soberano, ocupando el lugar adecuado. Jesús es para nosotros el que nos muestra nuestro lugar en el mundo y el que sueña ese camino de amor para nuestra vida que nos ha de llevar a nuestro lugar en el cielo. Soñemos los sueños de Dios.
La confianza en Dios es lo que nos da esa seguridad que no puede dar el mundo. La paz y la esperanza parece que son bienes muy escasos en la sociedad actual, se cotizan al alza porque todo parece entrar en una especie de torbellino que nos quita ese sosiego del alma. Arrebatados por él, apenas logramos tener esa tranquilidad interior que mira hacia adelante sin temor, con alegría.
Seamos claros: sin Dios andamos perdidos, sometidos a la esclavitud de nuestros deseos, sin poder reaccionar. Caminos hay muchos, pero no todos valen lo mismo, no son alternativas que den una seguridad, porque una gran mayoría de esas sendas nos despistan y nos llevan a callejones sin salida, a tropezar y caer en las miserias más grandes. No es así el camino que nos traza el Señor, porque Él mismo se hace alfombra para que pisemos blando y lleguemos a buen puerto.
1. Jesús nos revela quién es Dios. Ha venido al mundo a traer esa Buena Noticia. Dios ya no se oculta. Se ha hecho carne, para salvarnos y mostrarnos el camino de nuestra humanidad. Es el Ungido, Nuestro Señor, que nos descubre el verdadero rostro de Dios, que es, ante todo, Padre. Nos hace ver una realidad llena de luz: para descubrir la esencia de Dios es fundamental que le demos paso en nuestra alma al Espíritu Santo. Él es el que nos guía para comprender con plenitud el amor de Dios que brota como un torrente del seno de la Trinidad. Dios Padre misericordioso, Dios Hijo que nos redime y salva del pecado. Dios Espíritu Santo que es Señor y dador de vida. Uno y Trino.
2. El amor de Dios llena la tierra. ¡Qué grandeza! No estamos aislados, perdidos en un mundo hostil. Somos hijos queridísimos de un Dios Padre que sale a nuestro encuentro y abre sus brazos para darnos cobijo. Su paternidad nos recuerda a cada momento que no estamos solos, que no somos huérfanos, que tenemos siempre en quién apoyarnos, un respaldo, un punto de referencia. Dios, que es Padre, sabe querer incluso cuando nos apartamos del amor auténtico, porque somos pecadores, y preferimos nuestro yo al Tú íntimo de Dios. La misericordia entonces toma el relevo de un amor que Dios vive ahora contra corriente, amándonos cuando nadie apostaría por nosotros.
3. Creer en Dios es confiar y obrar según Él. Una de las lacras de nuestro tiempo es el miedo. Todo ese afán de poder, la soberbia de querer ponerse por encima, las supuestas seguridades de tenerlo todo a pedir de boca…, a veces esconde unas carencias, unas inseguridades que se quieren tapar. ¿Qué hay, en muchas ocasiones, detrás de la prepotencia, la soberbia, la vanidad, el orgullo…? Miedo a que se note que, en el fondo, somos más débiles de lo que aparentamos. La fe no solo es confianza en un Dios que no nos abandona, que siempre está a nuestro lado. Es, además, fuerza operativa que se transforma en obras de amor que el Buen Dios quiere mostrar a través de nosotros.
Ante todo lo negativo que podamos pensar, que nos pueda ocurrir, ante ese miedo que nos paraliza aunque disimulemos, ¿cuál es la opción? Abrirle el corazón a Dios. Esas son sus palabras: “no se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí”. ¿No lo has experimentado alguna vez en tu vida? Ese Dios bueno que salió a tu encuentro, sacándote de esa situación difícil y dándote una paz grande… Confía en Él, abandónate en Él que estará siempre a tu lado. Y si dudas, dile a María, Consuelo de los afligidos, que quieres descansar en su Corazón Inmaculado. Es Madre.