V DOMINGO T. ORDINARIO B. 2024

Quisiéramos que nuestra vida diaria fuera una especie de jardín con flores, ese deleite para la vista que nos lleva a todo lo apacible que podríamos imaginar. Tranquilos, serenos, y sin problemas que nos agobien. Como si lo nuestro fuera desfilar pisando pétalos de rosas mientras nos aclaman. Así, todo solucionado. Pero no: los cuentos en los que el hada madrina toca con su varita mágica la vulgaridad y la transforma en sueños, son eso, cuentos para que los niños duerman a gusto. El estado habitual de nuestro día a día es el combate, y muchas veces no queda otra que ir contra corriente. ¿Y habrá sufrimientos? estarán ahí, a la vuelta de la esquina. Son vida de la vida. El amor se curte en saber darse de verdad, en acoger todo con sentido sobrenatural, aunque en ocasiones tengamos que vivirlo con un dolor grande. ¿De qué se trata en definitiva? De batallar. Ni más ni menos. “¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra…?” Lo nuestro es una guerra de amor a las órdenes del Buen Dios.

Quizá nos quejemos, diciendo que todo se nos hace muy difícil o imposible. Y no es cierto. Esa es una manera de “escurrir el bulto”. Cualquiera que sube al podio para recoger una medalla pone todo su esfuerzo, a fin de cuentas, en una obra humana. ¿No haremos esto y más para ganar del cielo…?

1. Hemos de hacer el bien y evitar el mal. Lo tenemos claro, ¿o no…? Luchemos, pero que no se nos olvide que hay que hacerlo con rectitud de intención y de la mano de Dios. Señor, acompáñame y dame fuerza para encaminar al bien todo lo que haga, sin apoyarme en el propio yo, porque acabaría en el egoísmo de defender lo mío, sin abrirme a Ti, ni a los demás. No puedo hacer el bien tan solo para que me lo agradezcan. No se trata de hacer el bien para merecer un premio, ni para quedar genial ante los demás o ante mí mismo. Si lo planteamos de esta forma, le daremos alas al ego, y esas acciones se quedarán en lo terreno y perderán todo su auténtico valor. Por delante solo ha de estar Dios, que es el que nos mueve y nos quiere acompañar para llegar al cielo. Con Él, por Él y para Él, nos daremos cuenta de que el bien, aunque costoso, es lo que construye vida y da la verdadera felicidad. Vivámoslo así.

2. ¿Por qué tenemos los corazones destrozados? En el salmo aparecía esa expresión: “el corazón destrozado”. Estamos en una sociedad en la que el corazón parece llevar las riendas de todo. Somos emotivos por definición, nos gusta mirarnos al espejo, y le damos mucha importancia al sentir. Si no siento, si no estoy a gusto, si no me sale de dentro… parece que todo se viene abajo, y… desastre total. Sin embargo, no somos solo corazón, ni solo cabeza, sino un equilibrio entre los dos. No seas tan racional, tan calculador que todo lo quieras ajustar a unos esquemas lógicos y fijos de los que no puedas salir, por ese “legalismo frío”. No seas tan “sentimental” que el corazón te esclavice y funciones a golpe de apetencias, de tu deseo del momento. Un corazón así acaba secuestrado en sí mismo y te hará sufrir mucho, porque siempre estará insatisfecho. Ese corazón ha de convertirse, entregándoselo a Dios.

3. ¿Quién restaurará ese corazón dolido y triste? “Me ha roto el corazón, tengo herido el corazón…” Son expresiones que nos salen frecuentemente y muy de dentro. ¿Qué es lo que hay detrás de eso? experiencias dolorosas en las que nos han herido o hemos herido a los demás y han dejado en nosotros un poso de amargura. Un pasado que pesa y bloquea nuestro presente, un futuro incierto que parece ser inexorable porque no nos quitamos de la cabeza esos recuerdos oscuros que nos marcan. A los demás los vemos como enemigos o verdugos y hay resentimientos, rencores, victimismos… O le damos vueltas a lo que hemos hecho mal y esos remordimientos no se van de la cabeza, no nos los quitamos de encima. No pretendas curar eso tú solo. Abandónalo en el Señor, pídele perdón siendo sincero en la confesión y déjale actuar en ti. El corazón no es del que lo rompe, sino del que lo restaura.

María Madre, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos recogerá con ternura infinita ese corazón enfermo. ¿Y qué hará? lo entregará a su Hijo para que lo toque con sus llagas gloriosas y quede lleno de vida. Y no será ya un corazón de piedra, sino de carne, para latir de nuevo al unísono del suyo.

Santa Misa. V Domingo del T.O. Ciclo B